jueves, 26 de febrero de 2009

Francisco Solano Márquez, periodista: «No merece la pena perder la vida en enemistades»

CÓRDOBA.- Quienes trabajaron con él, aseguran que fue un periodista fiable y particularmente minucioso. Y así se desprende de su discurso ordenado y paciente, con esa voz calmada y susurrante, como si midiera cada sílaba que pronuncia. Francisco Solano Márquez (Montilla, 1944) es un hombre sumamente cordial, que contagia sosiego y mesura. Representa una forma de periodismo, hoy en extinción, engullida por el vértigo de la noticia, que apenas nacer ya ha caducado. Fue pionero en el reporterismo costumbrista, cámara al hombro, por los pueblos de la provincia en aquellos años en que las mujeres hacían cola en la fuente con un cántaro en los brazos. Se curtió en los meses vibrantes de la Transición democrática y palpó en primera fila aquel momento irrepetible de la historia de Córdoba y, también, de España.

-¿Usted también integra el grupo de los nostálgicos de la Transición?

-La recuerdo con mucha ilusión. Estrenar libertades es algo para vivirlo.

-¿Y conoció la censura?

-La autocensura, que es peor.

El suyo fue un camino esforzado hasta el periodismo. Hijo de un pequeño viticultor, su vida estaba destinada a compartir las labores agrícolas con su padre. Pero la casualidad y el tesón quisieron ponerlo en una órbita diferente a la que marcaba su destino. Estudió Magisterio por libre y empezó a colaborar con Radio Montilla para la Enseñanza, que tomó como simple juego de juventud.

Francisco Solano Márquez creció ojeando ABC de Madrid, de cuya edición era devoto su padre, que lo mandaba a la taberna a pedirlo prestado cuando no llegaba puntualmente al quiosco. Y ahí, quizás, cuajó su vocación por la prensa.

Pero su salto definitivo le llegó de la mano de un vallisoletano, Julio del Caño, que apareció por Montilla anunciando la inminente creación de la Voz de Andalucía, propiedad de la red de emisoras del Movimiento, dueño y señor, entonces, de la práctica totalidad de los medios de comunicación. Del Caño le ofreció trasladarse a Córdoba a trabajar y el joven Francisco Solano optó por dar un giro definitivo a su vida. Acababa de cumplir los 20 años de edad.

Aprendió los rudimentos de la radio y se matriculó, también por libre, en la Escuela Oficial de Periodismo, lo que le permitió acceder al Diario Córdoba, el único periódico local de entonces. «Yo hacía un periodismo cultural y viajero por la provincia. Ahí te sentías más libre por no tener que entrar en temas comprometidos. Luego, tras la muerte de Franco, el periódico hizo un esfuerzo por abrirse y daba información sobre partidos políticos que aún eran clandestinos. Fue un esfuerzo interesante, que hay que valorar en sus justos términos».

En el año 1981 recibió una llamada de Alfonso Castilla Rojas para proponerle que se pusiera al frente de La Voz de Córdoba, un nuevo periódico que buscaba romper el largo monopolio informativo de la prensa local.

-¿Por qué lo eligieron a usted?

-No lo sé. Nunca lo pregunté.

-¿Y cómo le cayó la responsabilidad?

-No fui consciente de lo que se me venía encima. Los medios eran tan escasos que fue una aventura verdaderamente difícil. Estábamos únicamente cuatro redactores y encima teníamos que salir los lunes, que entonces no había prensa, para competir con los demás periódicos.

Dos años después, Francisco Solano Márquez pidió el reingreso en Diario Córdoba, de donde salió con una excedencia, gracias a la aquiescencia de su director en funciones, Juan Ojeda. Pero no volvió al periódico sino que se incorporó al gabinete de prensa del Gobierno Civil y, posteriormente, al de la Junta de Andalucía, de nueva creación en aquellos años. Sus últimos años de profesión los transcurrió al frente del servicio de Publicaciones de la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba, antes de que la fusión lo engullera en Cajasur.

Autor de 12 libros, la mayor parte de ellos sobre Córdoba y sus atributos, es premio Córdoba de Periodismo y Ciudad de Córdoba, otorgado este último por la Asociación de la Prensa en 1995. Modesto hasta el pudor, casi pide perdón por su larga producción periodística y los galardones que ha cosechado. Melómano y amante incondicional de la cultura, nos acompaña durante toda la entrevista un tenue sonido de música de cámara.

-¿Es usted tan buena persona como anuncia su cara?

-(Risas) No me fijo mucho en el espejo. Siempre me ha gustado esa actitud de serenidad antes que de crispación. Trato de racionalizar un enfado pensando que la vida es tan corta que no merece la pena perderla en enemistades.

-¿Uno puede elegir su carácter?

-Algo debe de haber en los genes. Siempre he tenido tendencia tranquila y, en ocasiones, en la vida interna de los periódicos no llevaba bien las tensiones.

-¿Para ser director de un periódico no hay que tener una puntita de mala uva?

-Tengo la percepción de haber sido un director enclaustrado. Yo era prácticamente uno más. Eché después de menos más tiempo para las relaciones públicas, que tan importantes son en la prensa.

-¿Cómo se veía como jefe?

-Pues no me veía. Es una responsabilidad que siempre me ha incomodado. Prefiero ser compañero y amigo.

-¿A qué le suena el periodismo de hoy?

-Está muy cambiado, sobre todo, por la renovación tecnológica.

-¿Su famosa guía de pueblos hubiera tenido que retratar hoy mucho nepotismo y mucha recalificación de suelo?

-Son planos distintos. Realmente, no es que pasase de largo por otras realidades: yo iba en busca de contar lo que era el patrimonio artístico y cultural. El plano era intencionadamente en esa línea. Creo, con todo, que aquel libro me ha encasillado demasiado.

-¿Realmente los periodistas somos el cuarto poder?

-Sin duda. Para lo bueno y para lo malo. Pero pienso en un poder más poderoso, que es un tipo de seudo periodismo, que es el que desde las televisiones va maleducando a las nuevas generaciones con cotilleos y esa sobrevaloración de personajillos sin mérito que son modelo para las personas jóvenes.

-¿Cuánta libertad hay en la redacción de un periódico?

-Ahora no lo sé. En La Voz de Córdoba una libertad plena.

-¿Por encima de anunciantes y publicistas?

-Bueno, bueno. Ahí ha tocado. Era el único límite de nuestra libertad de expresión: el de la publicidad. Como teníamos tan poca no podíamos permitirnos el lujo de perderla. En una ocasión, un colaborador, catedrático de Universidad, escribió un artículo donde vertía críticas sobre el Monte de Piedad y Caja de Ahorros. Lo llamé y le dije que no podíamos enemistarnos con nuestros pocos anunciantes.

-¿El poder económico y los lectores son los principales condicionantes del periodista?

-¿Los lectores? Creo que la libertad está limitada por la propia publicidad institucional. Si una administración pone publicidad, los periódicos encontrarán bastante limitada su libertad de expresión a la hora de criticar a esas instituciones.

-Los lectores quieren leer lo que quieren leer y no otra cosa.

-En efecto. Eso se aprecia en los columnistas. La información puede ser más neutra. Sería bueno que los lectores leyesen un par de periódicos.

-¿Sabe de dónde viene el pesimismo cordobita?

-Yo hablaría de conformismo, de poca exigencia a la hora de reclamar.

-¿Cómo se ve la vida desde la jubilación?

-Con cierto sosiego. Yo soy un periodista que ve los toros de la realidad desde la barrera. Eso tiene sus compensaciones. A veces, hay un punto de frustración, porque me gustaría estar dentro de una redacción. Pero consuelo un poco esa necesidad haciendo reportajes largos en mis libros.

-¿Qué le sugiere Córdoba: tristeza o esperanza?

-Por un lado, la Córdoba de siempre es un privilegio. Y, a veces, su disfrute tiene espinas de desamor, de abandono. Siendo uno de sus rincones más singulares, la Plaza de Capuchinos, a veces eludo pasar por allí porque me duele ver coches aparcados. ¿Cómo es posible que un rincón tan mágico se destroce con coches aparcados? Córdoba es una ciudad hecha a la medida del hombre, una ciudad para caminar.

-¿Qué hay que cambiar del mundo?

-El afán de codicia. Volver a disfrutar sin confiarlo todo al poder de la riqueza. Pero esa pregunta, la verdad, me viene grande.

-¿Qué busca en los periódicos cada mañana?

-Artículos de opinión, entrevistas, algo de información. Los periódicos siguen siendo insustituibles. No creo que se extingan, como creen algunas personas. Tener un periódico entre las manos, tocarlo, leerlo, incluso recortarlo. Yo soy un maniático de recortar periódicos y tirar uno entero, desde luego, me parece un derroche.

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