martes, 24 de febrero de 2009

La exhumación / Miquel Molina

El paso del tiempo erosiona las aristas del recuerdoynos depara una imagen idealizada del pasado. Es con esta premisa como debemos interpretar algunos juicios benevolentes sobre personas y hechos que nos causaban repulsión cuando estaban en su apogeo.

Aunque también es cierto que, reubicados en el contexto de su época, algunos de estos hechos merecen ser revisitados con afán menos crítico. No pocas veces descubrimos que hubo valentía y determinación allí donde creíamos que todo era sometimiento.

Esta es la causa que defendieron quienes, hace unos días, homenajearon al semanario El Caso no sólo como fuente de inspiración de novela negra, sino, incluso, como altavoz de las miserias de una España real de la que no se atrevía a informar el resto de los medios en la dictadura.

Los reunidos en la cita BCNegra resaltaron otra indudable aportación de El Caso: el papel que desempeñó la revista en la formación de periodistas y en la definición de un estilo de la crónica de sucesos que iba a prevalecer en el futuro.

Como suele pasar en este tipo de exhumación homenaje, hubo menos espacio para la crítica. Sí se prestó a ella Josep Martí Gómez, al admitir con honestidad que El Caso nunca respetó la presunción de inocencia de nadie. Pero no consta que se analizara hasta qué punto ha dejado huella el carácter irreflexivo del semanario. En qué medida el actual periodismo basura que brota con casos como el asesinato de Marta del Castillo es deudor de algunas de aquellas crónicas de pluma ligera que tanto dolor causaron a las familias de víctimas y agresores.

Afortunadamente, en paralelo a la decadencia de El Caso (y también de la mano de alguna de sus firmas), en los 80 emergió otro periodismo de sucesos que sí era consciente de que detrás de los nombres escritos en los papeles policiales había personas con sentimientos.

Con el tiempo, incluso surgió una nueva forma de enfocar los asuntos de violencia doméstica: el análisis de factores como los celos patológicos o la incapacidad del agresor de aceptar un rol de igualdad ya pesaban más en la crónica que la manera elegida por el asesino para deshacerse del cadáver.

Y poco a poco se desmontaba aquella etiqueta de crimen pasional o por amor tan propia de los titulares de El Caso. ¿Qué tenía que ver el amor con lo que en realidad es un criminal sentimiento de posesión sobre la pareja?

A nadie se le escapa que el espíritu del semanario sigue vivo. Habita en el tratamiento que dan algunos programas de televisión a la tragedia de cada día, con un efecto contaminante para el conjunto de la profesión. Habita en quienes de forma indecente ponen un micro a la niña de 14 años que sale con el presunto asesino de Marta. Pero ahora no hay coartada que valga. Este espectáculo necrofílico ya no cubre ningún déficit democrático.

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