Dos centenares de nostálgicos que ya han labrado el surco de su vida profesional se concentraron en Madrid para llamar la atención sobre la situación del periodismo en España y de quienes lo ejercen.
En el documento leído, los organizadores señalaron que las condiciones de trabajo de los periodistas se deterioran a ojos vistas en la mayor parte de las redacciones, en casi todos los medios y soportes, ante la impotencia de quienes trabajan en ellas, la resignación de sus responsables y la desesperación de los que pierden el empleo o los que ni siquiera lo encuentran.
A esta situación laboral se añadió una oportuna crítica a aquellos que en el desempeño del oficio están dejando de lado los códigos deontológicos y haciendo caso omiso de la ética del periodismo, difundiendo informaciones no contrastadas o manipuladas.
El manifiesto convocaba a «recordar y defender los principios de la profesión, basados en la diligente búsqueda de la verdad» y apelaba a los editores a dar prioridad al mantenimiento del empleo y la protección del talento acumulado y la experiencia; a los anunciantes, para que inviertan y apuesten por los medios, por su pluralidad, competencia, espíritu crítico y responsabilidad social, y a los Gobiernos, para que eviten la competencia desleal (entre los medios públicos y los privados), promuevan la igualdad de oportunidades, no discriminen, no manipulen, no premien a amigos y deudos, y persigan y eviten los abusos en la contratación.
El manifiesto terminaba subrayando que lo prioritario ahora es defender el empleo, promover el pluralismo y avanzar en libertades porque la actual crisis económica de los medios afecta al contenido mismo de la democracia y requiere la intervención de los poderes legislativo y ejecutivo.
Pues bien, de todo esto, media línea en página par en un diario impreso, vacuidad, lugares comunes y simplezas en la mayoría de los digitales, y menos de un minuto en alguna televisión y radio.
Se ha constatado que los periodistas no tienen pedigrí para reivindicar la dignidad de su oficio, o que el pudor les impide dirigirse al lector para explicarle sus problemas, que a la postre son los del ciudadano libre en una democracia sana.
Pero el silencio puede ocultar el problema, pero no frenarlo ni mucho menos curarlo.
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