viernes, 20 de marzo de 2009

Intangibles / Javier Castañeda *

Cuando descubrí Internet, tardé en visualizar metáforas como la de navegar sin barco o tener un buzón digital al que llegaban cartas sin sello ni sobre. Corría 1995. Un buen amigo acababa de montar una empresa de multimedia y preso de curiosidad, le pregunté que "qué demonios era eso de Internet".

Acertadamente, me contestó: "algo que ahora muy poca gente conoce pero que, dentro de unos años, nos cambiará la vida". Y así fue.

Hoy día tener un móvil con cámara, enviar un e-mail o llevar puesto un MP3 es tan común, que pocos se acuerdan de cómo era la vida antes de Google... La información ha transformado los pilares básicos del individuo como la educación, el trabajo y los afectos; y goza de una desmesurada presencia en cualquier ámbito de la vida cotidiana.

Y pese a las diferentes brechas sociales abiertas, los expertos subrayan el papel de las Nuevas Tecnologías como motor de crecimiento económico en la llamada Sociedad del Conocimiento. ¿Acaso podríamos imaginar hoy un mundo sin móvil, PDAs, GPS o portátiles?

Internet avanza, crece y se expande por el globo. Actualmente ya hay más de 1.500 millones de internautas; una progresión tan sólo superada por la de la telefonía móvil, inalámbrico aliado con el que la Red se pasea por el mundo ofreciendo sin complejos una vida wi-fi o sin cables.

Estar conectado a un mundo en marcha –como diría Dan Rather- sin estar físicamente conectado a nada ya no es una utopía, sino una realidad que supera con creces la casi desfasada Aldea Global de Mc Luhan. Las últimas tendencias al hablan de la Red, no ya como novedad, sino como un elemento integrado en nuestro día a día, como la nevera, la televisión o el automóvil.

¿Y cómo saber que esta integración es real y no el capricho de una multinacional que intenta vendernos algo?

Un simple ejemplo es el e-mail. Resulta curioso comprobar cómo esta versión digital de carta, ha evolucionado tanto en tan poco tiempo. Hace unos diez años, si se te ocurría pedirle a alguien su e-mail, te miraba con la misma cara que si se hubiera cruzado con un marciano. Es más, eran legión los que llamaban por teléfono al emisor para confirmar su correcta recepción.

Por otro lado, nunca he visto a la gente tan enfadada como cuando se estropea el correo. Se irritan, pegan puñetazos en la pantalla y parecen presos de una urgencia irracional que no provocaría ni un corte de luz. Ni siquiera una avería en el cajero automático.

Algo tiene el e-mail que –brutalmente- engancha el ratón a la mano del internauta como si fueran unas esposas imaginarias. ¿Se imaginan en sus casas bajando cada tres minutos a mirar si hay algo en el buzón? Impensable.

Por no hablar de la Googlemanía. Sólo seis letras que bien podrían ser una marca de chicle, han conseguido en unos diez años dominar la Red. Seis letras y mucha materia gris detrás, obviamente. Para entender la magnitud del emporio, basta con recordar que en 2008 Google ingresó una cifra próxima a los 22.000 millones de dólares.

Quizá por ello, o por su creciente omnipresencia en nuestro día a día, mucha gente asocia Internet exclusivamente con tan famoso motor de búsquedas. Erigido popularmente como guardián de la primera generación que dejará huella de su identidad digital, así como por su constantes y seductoras aplicaciones, su exponencial crecimiento refuerza el dicho "si no estás en Google no existes".

Y ya que hablamos de manías o filias, vamos con el nº 1: el móvil. Su industria movió 1 trillón de dólares en 2008. Seguro que muchos de los 4.000 millones de propietarios de un móvil repartidos por el mundo, volvería a su casa si lo olvida allí, pues ni quiere –ni puede- prescindir de él. Quizá por ello es fácil escuchar a muchos preguntarse si recordaban cómo era la vida "antes del móvil".

Bastantes cosas ya tiene el mundo –y todo el mundo- en la cabeza como para pararse a pensar si seríamos capaces de vivir sin el móvil, pero la cuestión no es baladí.

Y pese a que este tipo de preguntas parecen casi una adivinanza, es posible recordar con todo lujo de detalles cómo era la vida sin móvil; cuáles fueron las primeras anécdotas de su uso, o que antes de popularizarse estaba mal visto y todo el mundo intentaba justificar con mil excusas el haber comprado uno.

Esos paisajes parecen recordar un pasado remoto, lejano, casi prehistórico, pero apenas han pasado unos diez años. Entonces casi se podían contar con los dedos las conexiones a Internet, los celulares que asomaban tímidamente –pese a ser enormes- por los bolsillos de algunos usuarios y Google apenas era un bebé.

En apenas diez años, la cultura de la información, de la inmediatez y de la ubicuidad, con todas las consecuencias que implica el hecho de estar conectado, apunta a que la digitalización de la sociedad es mucho más que una tecnología que permite comunicar con otros.

Una vez pasadas –y pinchadas- las burbujas del inicio, nadie duda de la industria que Internet tiene tras de sí; pero, mientras el arduo reto de transformar bits en euros da sus frutos… ¿Logrará la economía intangible ser el motor del mundo?

(*) Periodista experto en Sociedad de la Información
www.lavanguardia.es

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