domingo, 31 de mayo de 2009

El mejor periódico del Mundo

NUEVA YORK.- Una hilera de historias enmarcadas junto a las fotos de sus orgullosos autores cubre todo un muro de 'The New York Times' (NYT) y casi un siglo de oro para el periodismo. Estamos ante la mayor colección de premios Pulitzer del mundo. Nadie más puede presumir de 101 Pulitzer, que a pesar de todos sus lunares sirven de baremo para convertirlo en el mejor periódico del mundo, se relata en 'Ideal'.

«Ahora vamos a tener que moverlos para hacerle sitio a los de este año», observa nuestra guía, Stephanie Russel. Los últimos cinco le han descuadrado la exposición. Aquí todo es a lo grande. El rascacielos de 52 plantas en Manhattan, estrenado hace dos años, alberga a toda la corporación en las primeras 27 plantas y deja las nubes para otras firmas a las que no les importa esconderse bajo la sombra del tercer periódico de EE UU.

Porque, pese a todo su poder, su presencia global y su más de un millón de ejemplares diarios, tiene que conformarse con el tercer puesto en circulación después de 'USA Today', con verdadero alcance nacional, y 'The Wall Street Journal'.

Por un dólar y medio, el quiosquero te da la bolsa gratis desde el viernes para llevarte a casa un periódico que al peso presume en Twitter de ser la mejor ganga de la ciudad. La mitad que un café de Starbucks entre semana, pero capaz de lanzar un restaurante a la fama con sólo mencionarlo en una de sus páginas.

Desde ellas, el columnista Paul Krugman ha ganado el Nobel de Economía. Su voz discrepante es una pesadilla para el Gobierno de Obama. No tanto como lo fue para el de Bush. El ex vicepresidente Dick Cheney todavía rumia en público los dolores de cabeza que le provocó el periódico al publicar «secretos que sólo pueden ayudar a Al-Qaida», se quejó la semana pasada. «Impresionó al comité de los Pulitzer, pero maldito sea el servicio que le hizo a este país».

De aquel litigio de 2005, el propio presidente George W. Bush suplicó a la cúpula del rotativo que no publicase la intervención de llamadas telefónicas sin orden judicial. 'The New York Times' ganó un Pulitzer por esa historia, que sirvió para abrir una investigación en el Congreso.

La dinastía de los Ochs-Sulzberger, que aún posee el control accionarial, está acostumbrada a recibir presiones del poder desde la fundación del diario, en 1896. Y si no sucumbe ante los demócratas, con los que comparte ideología, menos con los conservadores republicanos, que lo demonizan como el prototipo de periódico liberal, en su sentido más peyorativo y menos económico.

Es esta influencia la que explica su poder, más que las cifras de circulación. El millón de ejemplares diarios que imprime supone poco más del doble que el periódico de mayor tirada en España. Y es que la población de EE UU, siete veces mayor, reparte sus preferencias entre la friolera de 395 cabeceras. Por eso, lo que intenta reflejar el impresionante vestíbulo modernista de su sede, donde relampaguean aleatoriamente retazos de noticias, es su prestigio. Todo de diseño, algo así como entrar en el MoMA.

No es fácil atravesar el umbral de tornos y guardias de seguridad. Ha costado un mes de gestiones con el departamento de relaciones con otros medios. El resultado son 20 minutos en el despacho de Richard L. Berke, director adjunto de un diario cuyo éxito está en la apuesta por la calidad. «Un reportero nuestro se puede pasar un mes o un año trabajando en un tema», nos cuenta.

Y mientras el fotógrafo sigue apretando el botón sin parpadear, a esta corresponsal le rechinan los dientes de pura envidia. La preocupación de Berke es diseñar una primera página en la que no haya «demasiados reportajes de investigación, sino una buena mezcla». Con 26 corresponsalías, sus titulares pueden contentarse con publicar una vez al mes.

Un total de 1.300 personas componen la plantilla de informadores. No figuran en esa cifra sus numerosos y prestigiosos colaboradores. A mediodía, la Redacción central está casi vacía. Como en los buenos periódicos, sus reporteros están en la calle. «Las mejores historias vienen de los reporteros que están ahí fuera hablando con la gente, en lugar de nuestros editores tratando de soñar las cosas desde aquí», asegura Berke.

La apuesta parece difícil de mantener en un negocio en crisis, con despidos masivos y desaparición de muchas cabeceras históricas. Pero como dijo su director, Bill Keller, al celebrar el último lote de Pulitzers, mientras la crisis ha convencido a muchos de que no pueden seguir gastando en periodismo de investigación o enviados especiales, «este periódico ha decidido que no se puede permitir hacer esos recortes».

«Preferimos reducir ejecutivos que gente de la Redacción», añade Berke. «No creemos que tenga sentido comprometer la línea de nuestro periodismo. Nuestra supervivencia en los malos tiempos se ha basado en un gran periodismo. Si empiezas a eliminar periodistas te puedes meter en problemas al perder calidad, y con ello lectores. Los que lo hacen cumplen sus propios augurios».

Según su cálculo, la mayoría de sus periodistas ganan más de 100.000 dólares (71.000 euros ) al año. No visten de traje y corbata, como los del 'Wall Street Journal', sino en un estilo más moderno y desenfadado como el de Russell Crowe y Rachel McAdams en 'State of Play'. En la cafetería con mejores vistas de la zona el menú también parece de diseño. No es el rancho que se ve habitualmente en el comedor de las empresas, sino ensaladas con nueces y queso de cabra.

Toca guardar la línea ahora que también hay que ponerse delante de la cámara para la página web. Disponen de toda un departamento audiovisual para grabarlos y entrenarlos, pero lo verdaderamente apasionante es la llamada 'Sala de las invenciones', que sigue siendo un misterio hasta para el propio director adjunto.

En esa última planta, un chico con gafas de concha y camisa a cuadros que parece una versión de Bill Gates juega con aparatos electrónicos para adelantarse al futuro. Nick Bilton le llama «el periódico 2.0». Su misión empieza con educar a jefes y compañeros en la próxima generación de aparatos electrónicos como lectores digitales o GPS que ponen fecha y lugar al material que los reporteros suben a la web desde cualquier parte del mundo.

Mientras, su equipo explora los prototipos que le envían empresas del tamaño de Sony o Kindle, dispuestas a trabajar con ellos para encontrar la mejor aplicación a los periódicos. En lugar de correr detrás de la tecnología como el resto del mundo, ellos la hacen a medida.

«Estamos explorando un millón de posibilidades», presume Burke, que cree en la tecnología pero apuesta por lo seguro. «El éxito de este periódico es que estamos comprometidos a tener los mejores reporteros, los mejores escritores y a gastar el dinero en cubrir el mundo de forma muy ambiciosa. Poca gente se gasta millones de dólares en cubrir la guerra de Irak».

Es la oportunidad para deslizar una pregunta delicada. «¿Cómo es que el mejor periódico del mundo se tragó el cuento de las armas de destrucción masiva?». Berke se revuelve nervioso en la mesa. «Tuvimos algunos reporteros y editores que no fueron lo suficientemente escépticos con la posición del Gobierno», reconoce. Judith Miller es la cara pública de ese fallo colectivo que Berke asume.

«No le quiero echar la culpa», dice de la tan galardonada periodista que defendió la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. «Nosotros dejamos que ocurriera. Publicamos sus artículos».

¿Tal vez NYT estaba demasiado involucrado con el poder? «No lo sé, escribimos algo al respecto en un editorial», ataja. «Mira, lo que hicimos no tiene excusa, pero también tuvimos algunas historias buenas sobre Al-Qaida y lo que estaba ocurriendo».

¿Cree que un periódico de su influencia con un papel público en la sociedad fue de alguna manera responsable de esa guerra? «No creo que se nos pueda culpar. No fue sólo NYT el que la defendió, sino que había un consenso general. Lo siento, pero todo el mundo se está yendo a un almuerzo en el que debería estar yo».

Se disculpa. «Siento cortarte, llámame si tienes más preguntas». Coge la cartera y nos deja a toda velocidad con una instantánea fugaz.

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