domingo, 7 de junio de 2009

¿Es mejor ser pianista en un burdel que periodista? / Fernando Jaúregui

Desde luego, el último libro de Juan Luis Cebrián, ‘El pianista en el burdel’, no ha sido uno de los más vendidos en una Feria del Libro madrileña dominada por la ‘moda Larsson’ (otro periodista, aunque de muy distintas características a las del ex director de El País) y por la ‘moda Cercas’ (cuya recreación del 23-f podría considerarse casi un ejercicio cercano al periodismo).

Hoy (y casi siempre), los títulos que más venden son aquellos cuyos autores son periodistas, sí, pero mediáticos, de los que aparecen en las tertulias de las teles, de esos que se aventuran, a veces con éxito y merecimiento, a escribir novelas, como hizo Cebrián con aquella ‘Rusa’ que fue antecesora de tanto ‘thriller’ firmado por sus/mis colegas.

‘El pianista en el burdel’, título tópico donde los haya, no podía ser, desde luego, un ‘best seller’. No solamente porque Cebrián, que no es un personaje al que se podría calificar como dotado de una simpatía arrolladora precisamente, no sea un mediático al uso, afortunadamente para él. El libro que comento no podía ser un superventas ni por el público al que va dirigido, ni por el tratamiento del tema.

Tampoco por las revelaciones o novedades que contiene, que son pocas o ninguna. Lo que no quiere decir que sea un mal libro que deba ser desdeñado por aquellos que estamos interesados en esta fabulosa revolución en la que estamos embarcados, la de la información y la comunicación. A mí, al menos, me ha interesado, aunque algunos aspectos me hayan indignado.

Cebrián, que, pese a su trayectoria pretendidamente empresarial (y bancaria), jamás ha dejado de ser periodista, que es profesión que imprime carácter, ni tampoco ha dejado nunca de influir en la ‘casa Prisa’, se ha sentido fascinado desde el comienzo por un fenómeno que comprende mal, que todos comprendemos mal: la irrupción de Internet en la información. Ya publicó un primer ensayo de ensayo (‘La Red’) tratando de desvelar algunas de las claves que, para él (y para mí, que soy algo más joven que él, pero también procedo, claro, de la ‘galaxia Gutenberg’), supone el misterio.

Y estaría muy bien reconocer la perplejidad, adentrarse algo en las posibilidades que el periodismo ‘on line’ tiene y tendrá. Pero, ay, hace tiempo que Cebrián, el maestro Cebrián, el niño prodigio de las linotipias, dejó de interrogarse y de interrogar y decidió pontificar. Como supongo que nos pasa a todos con el tiempo y cuando adquirimos un cierto grado de poder: ‘da poder a un hombre para conocer su talla moral’, dice un proverbio popular mucho más viejo aún que la boba comparación entre el periodista y el pianista del burdel.

Inexperto en periodismo digital

Y aquí viene la parte de indignación que me ha provocado este libro: Cebrián no ha ejercido el periodismo digital, conoce sólo superficialmente los trabajos y los días que supone hacer un periódico de estas características, se equivocó profundamente en sus planteamientos iniciales sobre elpais.es y su brega empresarial en este mundo ha discurrido por otros, más elevados, supongo, cauces.

Pero, eso sí, se permite el lujo de dividir el mundo entre ‘buenos’ y ‘malos’, sugiere que eso que él llama “confidenciales” (donde supongo que nos engloba a todos los que nos dedicamos a este subsector mediático) son la esencia de todos los males (des)informativos que nos aquejan y se dedica a repetir tópico tras tópico manoseados en la materia.

Dice que los medios digitales andan a la busca de un mecenas; piadosamente habrá que tascar, de nuevo, el freno y mirar hacia otro lado, entendiendo la magnitud de la crisis en la que vive un imperio necesario, fundado por un gran hombre, y las soluciones extremadas que ha de buscar al amparo del gran poder.

Lo cierto es que los medios digitales, que buscan afanosamente su propio lenguaje y sus propias formas, no son –ni siquiera eso que Cebrián llama con desprecio los “confidenciales”— ni el receptáculo de todas las mentiras y los errores noticiosos ni la suma de todas las corruptelas asociadas a la tarea de informar. Vamos, que los pianistas del teclado del ordenador/burdel no son, no somos, quienes se dedican, nos dedicamos, a la durísima labor de hacer periodismo en la balbuceante, trepidante, irritante, apasionante, Red de redes.

Claro que hay golfos, canallas pequeños y medianos que buscan ventajas, que hacen la pelota a los poderosos, que tratan de poner y deponer gobernantes, que se inventan cosas, o las deforman. Exactamente igual que en algunos periódicos de papel, que algunos programas radiofónicos y que ciertos espacios televisivos. Los equilibristas de la Red son, solamente, algo más modestos, porque están comenzando. Mal asunto el de los pioneros.

Reflexión a vuelapluma

Pero, en fin, ‘el pianista’ no deja de ser una reflexión, un poco a vuelapluma, sobre cómo andan las cosas. O sobre cómo piensa Cebrián que andan las cosas en estos mares procelosos de la comunicación, donde nada es ya lo que era y menos aún lo será en los próximos dos, tres, a lo sumo cuatro años. Cebrián, que es persona inteligente, lo sabe.

Pero acaso es ya demasiado tarde para él, para todos cuantos nos hemos forjado en la lectura reposada de toneladas de papel-`prensa los domingos y también los días de labor. Lo sano es, pienso, reconocerlo, aportar la propia experiencia de pasado al futuro –al presente-- que irrumpe, no andar a codazos de elefante en cacharrería calificando y clasificando a todos los que el imperio no controla.

Buenos estamos los que andamos tratando de sobrevivir entre estos jueces sumarísimos y todavía, aun con deudas, omnipotentes, y los que, desde el púlpito mundial, se sienten Zola, nada menos, proclamando el ‘Yo acuso’ que apunta con el dedo flamígero a cuantos dudan de ‘su’ verdad de ellos. No he podido reprimir el recuerdo de aquellos graciosos versos que su autor, Leopoldo Calvo Sotelo, atribuía en sus memorias a “un amigo, altísimo poeta”. Los versos, en los que acaso habría que sustituir algún nombre, decían así:

“Qué espantosa situación
La situación en que están
Los que huyendo de Cebrián
Fueron a dar en Ansón”

Quien suscribe está lejos de ser un poeta, y menos altísimo, pero podrían remendarse los afanes líricos del fallecido presidente del Gobierno, adaptándolos a la situación actual:

"Qué situación espantosa
La de aquel que equidista
Entre el burdel del pianista
Y el dedo de Pedrozola"

Que Dios nos coja confesados, porque, al menos algunos, pensamos seguir atravesando las trincheras sin paraguas, sin bando ni partido, sin subvenciones oficiales. Con lo que llueve, carajo.

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