lunes, 8 de junio de 2009

Gregorio Morán, periodista: 'El Rey actuó de modo irresponsable en los momentos previos al 23-F'


LA CORUÑA.-El periodista y escritor Gregorio Morán reprocha a la derecha española que haya querido convertir a uno de los principales artífices de la Transición en un icono e intentara presentarse como su heredera después de haberle hundido. Morán, de afilada pluma, se suma a la publicación de libros sobre esta etapa política española con el volumen 'Adolfo Suárez, ambición y destino' (Editorial Debate), según expresa en una extensa entrevista con 'La Opinión de la Coruña'.

Adolfo Suárez marcó hace treinta años un momento crucial en la vida de Gregorio Morán, cuando escribió la primera biografía del entonces presidente del Gobierno. Aquel Adolfo Suárez, historia de una ambición se completa ahora con Adolfo Suárez, ambición y destino (Editorial Debate) con el que se cierra toda una visión del hombre, el político, su momento histórico y su final. El libro de Morán es un intento de perfilar con nitidez la figura de quien, a su juicio, está sujeto en los últimos años "a un proceso de canonización" como reverso de la etapa de degradación personal que siguió a su salida del poder. Y supone además la depuración de un tiempo reciente sujeto a múltiples falsificaciones.

-¿Cómo se encara uno con el mismo personaje treinta años después del primer encuentro?

-No es el mismo personaje. Afronto a Suárez en 1979 cuando acaba de ganar las elecciones y era un presidente de Gobierno sin biografía. El de hoy es un Adolfo Suárez diferente, es el jefe del Ejecutivo obligado a abandonar el cargo y el hombre sobre el cual pivota buena parte de la Transición, periodo que yo considero que se cierra con la victoria del PSOE. Son dos personajes en paralelo: primero el que llega al poder y después el que se ve forzado a dimitir.

-Suárez, y todo lo referente a la Transición, en general, es como una materia demasiado sobada, sobre la que se ha escrito mucho y versiones contradictorias. En esas condiciones, fijar con precisión lo ocurrido tiene que resultar difícil.

-Lo que fue una dificultad en el primer libro se convierte en una ventaja en el segundo. Era un personaje que yo había estudiado y eso me permite depurar la farfolla que se genera cuando empieza a abandonar, lo que yo llamo la construcción del icono y la beatificación de Adolfo Suárez. Ese proceso, que llevan a cabo los mismos que lo forzaron a abandonar el poder, a mí no me afecta nada.

-Usted retrata al primer Suárez como un personaje casi picaresco, un medrador del franquismo. Nada que ver con el Suárez de tintes heroicos que tenemos ahora.

-En Suárez hay varios periodos políticos. El primero es la conquista del poder, cómo llegar a presidente del Gobierno; la segunda es cómo mantenerse y la tercera abarca los diez años al frente del CDS, el tiempo de su muerte política. Sobre esta última etapa se pasa de puntillas o se salta directamente cuando es muy importante.

-Y ¿cuál es el nexo entre esos tres momentos?

-Podríamos decir, utilizando un sarcasmo teológico, que existen tres personajes distintos y un solo político verdadero. Hay una película, El general de la Rovere, protagonizada por Vittorio de Sica, en la que al protagonista lo confunden con otra persona hasta transformarlo en quien no es y él termina asumiendo ese papel. En Suárez hay algo de ese personaje que termina realizando un cometido por encima de sus posibilidades. El primer Adolfo Suárez y el que mantiene la dignidad ante los golpistas del 23-F no tienen nada que ver, aunque sean la misma persona.

-En el libro refleja la actitud de un Adolfo Suárez capaz de resistir con temple todas las presiones previas al 23-F para que se vaya.

-Los que lo nombran presidente del Gobierno en 1976 consideran que Suárez, en vísperas de las elecciones de junio de 1977, era ya un bien amortizado y debe dejar el lugar a otro. Ahí sale el genuino Suárez, que dice: 'Con lo que me ha costado a mí llegar hasta aquí, yo no abandono'. Y en ese momento asume, con un rigor y una voluntad impresionantes, su liderazgo. Ése es el Suárez que yo no había tocado en el anterior libro y es el que encaro en éste. Las elecciones de marzo de 1979 se presentaban como su gran triunfo y son a la vez su gran fracaso. A partir de ese momento, la UCD se convierte en un avispero. Y luego vendría el 23-F, que es cuando Suárez se porta como un líder auténtico, con una responsabilidad y un valor que no muestra la inmensa mayoría de la clase política. Y, sin embargo, es el que paga el 23-F, es el que queda fuera del poder, cuando los que debieran haber dimitido eran otros.

-Usted se abona a la tesis de que el Rey fue el que echó a rodar el 23-F aunque luego lo parara.

-A estas alturas nadie puede dudar del grado de irresponsabilidad del Rey ante el inminente golpe del 23-F. Yo no hablaría de complicidad, pero sí de provocación y de irresponsabilidad manifiesta.

-Usted relata cómo el Rey caldea el ambiente contra Suárez por un motivo tan doméstico como que quiere tener a Armada en Madrid, a lo que el presidente del Gobierno se opone.

-La irresponsabilidad del Rey respecto a Armada es flagrante. Suárez no quiere a Armada en Madrid porque sabe que es un conspirador. Y Armada estaba en contra de la legalización del PCE, de la ley de divorcio, de la ley de Hacienda. Estaba en contra, en definitiva, de toda la política centrista que llevaban adelante Adolfo Suárez y la UCD. Por ello, llevarlo a Madrid era una temeridad. Suárez sabía de las conspiraciones de Armada y le parecía una actitud irresponsable trasladarlo a Madrid.

-A esta tesis se abona también el último libro de Cercas.

-No he leído el libro de Cercas, pero lo que está claro es que el Rey salva una situación que él mismo había ayudado a provocar.

-A modo de balance del 23-F, usted resume: 'La frivolidad del Rey fue premiada; el rigor de Suárez, penalizado'.

-El propio entorno de Suárez es el que le inflige un castigo brutal porque él, una vez superado el golpe, quería seguir siendo presidente y consideraba que ya no había ningún obstáculo para ello. Y constitucionalmente tenía razón porque el Rey no estaba en condiciones de destituir al presidente. El borboneo, por utilizar una expresión de la época de Alfonso XIII, no está en la Constitución.

-Usted refleja en el libro cómo el Rey lamenta lo que le está costando remover a Suárez frente a la aceptación de la renuncia sin resistencia alguna por parte de Arias Navarro.

-El entorno de la Zarzuela lo repitió a quien quisiera oírlo. Y olvidaban una diferencia fundamental entre Suárez y Arias Navarro, y es que este último no había ganado nunca unas elecciones, estaba puesto por una decisión personal. La desvergüenza del entorno de la Zarzuela era total porque venían a decir que entre el franquismo y la democracia no había diferencia alguna, que era lo mismo un presidente elegido que uno puesto a dedo.

-El 23-F le da entonces una carga dramática al personaje Suárez.

-El golpe es capital para un político al que desde sus filas originales, desde los sectores del franquismo, siempre se acusó de cobarde y traidor. Esa imagen la destroza Suárez con su actitud ante los golpistas. Su valor y su templanza depuran esa calumnia estúpida y es la que más humilla a sus detractores. Que él se mantenga allí es lo que nadie podía esperar. Nosotros tenemos constancia de ese comportamiento porque alguien hace la foto, pero el protagonista no sabe que lo están fotografiando, no es una actitud para la galería.

-Y después de esa salida dramática, la famosa foto del Rey abrazando a un Adolfo Suárez sin memoria. Esa foto ¿es una injusticia histórica?

-Esa foto cierra la gran manipulación de la Transición. No hay ninguna imagen tan desvergonzada como ésa. Y además el trabajo de palanganero se lo colocan a su hijo, que, después de presentarse como candidato a las elecciones en Castilla-La Mancha -con notable éxito como todos sabemos-, ahora descubrimos que es también fotógrafo, y ahora siempre sale con una cámara de profesional. Con esa foto la Transición queda atada y bien atada.

-El Suárez heroico tuvo también una vertiente nada edificante que son sus relaciones con Mario Conde.

-Suárez dependió de la financiación de Mario Conde y de un hombre de su cuerda como Antonio Navalón. En ese momento era una figura despreciada, y con razón, porque lo financiaba Conde. Pero, una vez fuera de la política, se produce el milagro. Y recordemos que él no deja la política, sino que la política lo dejó a él, que ésa es otra de las manipulaciones. Dicen que se retiró de la política para cuidar a su familia enferma, cuando hay una diferencia como de tres años entre la salida de Adolfo Suárez de la política y la enfermedad de su hija, que fue la primera. Estas manipulaciones forman ya parte del proceso de canonización. Los que primero lo hundieron y derrotaron son los mismos que, cuando necesitan un icono, resucitan a Suárez y aparece transformado en san Adolfo. La mejor historia de Cristo siempre la escribe Judas.

-Esa subida a los altares ¿no forma parte del mismo proceso de convertir la Transición en nuestra piedra angular, ese empeño en que somos lo que somos gracias a esa etapa?

-Ahí hay una operación del PP clarísima. Aznar no quiere recoger la herencia política de Fraga y de lo que fue Alianza Popular. El PP necesita la herencia de Suárez porque además se proclaman los auténticos representantes del centro. Y es cuando convierten a Suárez en un icono y culpan al PSOE de haberlo derribado, cuando los que lo hundieron fueron ellos. Esa reescritura forma parte de la tradición de la derecha española.

-Afirma que Suárez nunca consiguió terminar un libro y retrata a un Suárez incapaz de sacar una oposición pese a las más altas recomendaciones. Las artes del personaje no parece que sean intelectuales.

-Tarradellas decía que qué suerte que Suárez no leyera porque si hubiera llegado a leer entonces habría sido terrible. Es un hombre sin cultura, algo que sorprende incluso a Margaret Thatcher. No sabe de nada más que de política, pero esto forma parte de una larguísima tradición en la política española. En cualquier caso, ésa es una característica que lo iguala con la mayoría de la población y a la gente le gusta mucho más que un político culto tipo Azaña.

-¿La escasa ilustración sería una característica de la clase política española?

-Eso ha cambiado mucho en los últimos años. La Transición lleva al Parlamento a numerosos profesores y abogados. La abogacía es una cantera política en España desde el siglo XIX. Suárez termina como puede la carrera de Derecho y, como gran parte de la clase política del franquismo, no se preocupa para nada de su currículum. Hoy hay que ganar elecciones, pero entonces lo único que había que ganar es la voluntad de quienes te ascendían. Una cosa es la contienda electoral y otra hacer la pelota.

2 comentarios:

Carioca dijo...

Morán me revuelve las tripas, no le soporto. Si algo me provoca más nauseas que la impostura es la pedantería. Y Morán navega entre ambas como un virtuoso del camelo.
Puede resultar ingenioso y agudo cuando escribe de algo que uno no conoce; pero el que sabe de qué va el tema, enseguida descubre que es puro bluff.
Y lo peor es que defiende posturas profundamente reaccionarias, disimuladas bajo las falsas apariencias de una crítica radical, sirviendo de coartada a sus amos de La Vanguardia con un falso radicalismo de colores. ¿Cómo, si no, iba a sobrevivir en ese periódico cada vez más reducido a ser el portavoz de CiU?
Hace muy poco lo reconocía con la más cínica naturalidad en la páginas de LV: “Nosotros estamos con quienes nos pagan, y quienes nos pagan están en crisis, por tanto nuestro deber de empleados es el de disimular la crisis local y magnificar la crisis externa”. Más claro, agua. Y no era ironía ¿eh? Lo escribia en un artículo que era exacto ejemplo de ese cometido servil, pues se dedicaba a analizar la crisis de la Caja de Castilla la Mancha.
Los libros que ha escrito son puro sensacionalismo barato sin el menor rigor. El de Ortega es de vergüenza ajena. Ahora ha reeditado el de Suárez, añadiendo ataques a Suárez hijo, para ver si le contesta y le promociona el libro. El que escribió sobre Barrett es incalificable. Quien quiera comprobarlo, ahí tiene un enlace con una crítica rotunda y muy divertida, no tanto por la propia crítica como por los soberbios disparates del libro: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63063
Hay montones de comentarios desenmascarando sus imposturas, pero voy a dejar sólo uno más, impagable, de Christian Aguilera, autor de un libro sobre Mankiewicz que Morán comentaba en uno de sus artículos. Ahí va:
“Parecería algo contradictorio que un servidor, autor del libro sobre Joseph L. Mankiewicz, no hiciera gala de cortesía cuando se refieren a su propia obra como “elocuente y detallada”. La verdad, agradezco los comentarios favorables, pero dudo mucho que el Sr. Morán haya leído el libro ni tan siquiera la introducción. Por ejemplo, Joseph Mankiewicz nunca ejerció ni estudió periodismo; cursó estudios de psiquiatría y luego los abandonó en aras a licenciarse en Historia del Ate. Lo que ayudó y estimuló la carrera de Gregory Peck no lo veo por ningún sitio: él fue productor y guionista de “Las llaves del reino” (1944) y cuando debutó como director con “El castillo de Dragonwyck” (1946) se le ofreció la opción de trabajar con Peck pero lo descartó en beneficio de Vincent Price. Tampoco es cierto que desde su retiro en Bedford, en 1972 hasta la fecha de su defunción no hubiera concedido entrevistas. Existen unas cuantas de periodistas franceses y una muy significativa a cargo de José Ruiz para la revista “Casablanca” en la que habló por vez primera de lo que comportó para Mankiewicz el rodaje de “Cleopatra” (1963).
Lo que quiero decir con todo ello es que el Sr. Morán antes de arremeter contra la nueva generación de cinéfilos e impartir doctrina lo que debería hacer es leer lo que comenta o que parece que conoce.” Christian Aguilera.

Ese es el “estilo” de Morán: tres lecturas superficiales y mal asimiladas, cuatro ideas simplistas sin la menor matización y luego escupir a diestro y siniestro para aparentar que es original y para que no se note de dónde ha tomado las tres ideas que presenta como suyas. Estilo de vendedor de crecepelo.

Unknown dijo...

Me parece bastante excesivo el "repaso" a Morán del comentario de Carioca, aunque parece bien documentado.
Lo que sí es cierto es que se siente en la entrevista una cierta picaresca de vendedor de corbatas; por ejemplo, cuando dice no haber leído el libro de Cercas para ocultar que está repitiendo su interpretación.