sábado, 13 de junio de 2009

Hacia un nuevo periodismo (adiós) / Ricardo Medina Macías

Una de las portadas más memorables del prestigiado semanario británico The Economist anunciaba la muerte del negocio de la telefonía tradicional ante la revolución que ha significado Internet, dada la posibilidad de abatir sustancialmente mediante la red global los costos de la difusión de datos y de voz.

Del mismo modo puede augurarse el inexorable fin del negocio tradicional del periodismo impreso, ante las abrumadoras ventajas que la red global ofrece para difundir intangibles. La clave para entender la magnitud de esta revolución es recordar que la información, la opinión, el análisis son productos intelectuales, no materiales.

Para hacer periodismo no es preciso contar con un ejército de distribuidores, ni con imprentas y gigantescos rollos de papel. La red sustituye con gran eficiencia -es un salto inconmensurable de la productividad- casi todas las etapas de la producción de un medio de información impreso y las reduce a lo esencial: un emisor y un receptor interactuando sin más intermediaciones.

Sería candoroso pensar que las consecuencias sociales y económicas, ¡culturales!, de la revolución de Internet las veremos llegar de inmediato y a la misma velocidad con la que ha llegado el cambio tecnológico en sí. La telefonía tradicional seguirá siendo negocio por varios años más (si, además, sus dueños tienen poder sustancial de negociación para postergar las consecuencias de un avance tecnológico que les puedan resultar ruinosas, usan y usarán ese poder para frenar el progreso).

Tampoco desaparecerán en un santiamén los medios impresos. Incluso cuando se generalice el hábito de informarse, debatir y difundir a través de la red, es posible que los impresos permanezcan como un archivo redundante para nostálgicos.

Pero las potencialidades del nuevo periodismo digital -casi instantáneo y de bajísimo costo para los generadores de contenidos y para los receptores de esos contenidos- son inmensas.

Cada cual decide dónde ubicarse, si en la tradición del papel, con costos y tiempos de producción que hoy son absurdos, o en el futuro de la aldea de veras global e interconectada. Una u otra opción entrañan riesgos, pero yo prefiero correr el riesgo de llegar antes que el de no llegar. No me agradaría ser como uno de esos organilleros, que mendigan unas monedas “para que no muera la tradición, jefecito”.

Por eso: Adiós a los lectores de El Economista; las ideas seguirán al vuelo en la red y ahí también estaremos en contacto.

www.eleconomista.com.mx

No hay comentarios: