sábado, 13 de junio de 2009

¿Periodismo amarillo? / José Manuel Restrepo Abondano

Dicen que el periodismo amarillo es una de las mejores formas de atraer audiencia y lectores a un medio de comunicación. De hecho, al agrandar o alterar los efectos del suceso o acudir al morbo del receptor se genera sensacionalismo y con ello se mueve la emoción de las personas, haciendo muy atractivo el espacio de comunicación.

Históricamente se reconoce que una de las razones de dicha forma de periodismo se asocia a la feroz competencia que existe entre los medios de comunicación, la misma que en el siglo XIX llevó al enfrentamiento entre The New York World, de Joseph Pulitzer, y The New York Journal, de William Randolph Hearst.

Para ser justo, el periodismo amarillo tiene profundas diferencias con el periodismo de investigación, que a pesar de entrar en temas difíciles y llenos de crudeza, los maneja con respeto y dignidad. El periodismo investigativo no es agresivo, ni irresponsable, ni irrespetuoso con los actores involucrados, a pesar de su ingenuidad, ni acude al abuso del espectáculo.

Vemos con cierta preocupación que en el caso colombiano, en donde teníamos la sensación de haber derrotado el amarillismo, comienzan a aparecer programas o documentos en los que el borde con el periodismo investigativo parece a lo menos difuso, con su consecuente impacto en la destrucción de sociedad.

Y para la muestra, un botón. Me refiero al más reciente programa Séptimo Día, el mismo que no hace mucho tiempo recibió comentarios similares por una nota sobre el maltrato y discriminación a colombianos residentes en España y que llevó al entrevistado a quejarse por la aparente distorsión de las entrevistas y la ausencia de objetividad y veracidad en la información entregada.

Esto que parecía más un error natural en un espacio de televisión que se transmite con frecuencia semanal, tiene un ejemplo más en el programa que se refiere a la forma como un alcohólico y drogadicto se somete a un proceso de recuperación del vicio en una entidad experta.

Nada tiene de malo el presentar este hecho, sin embargo, no parece ni aleccionante para la sociedad, ni respetuoso del protagonista el que se arranque con una “fiesta de despedida” del drogadicto, en el que este consume afanosamente droga y alcohol antes de iniciar su tratamiento, quedando serias dudas sobre: ¿quién pagó la botella de whisky Buchanans que expone orgulloso el enfermo? ¿Quién lo llevó a la Playa de Mariachis en Bogotá a adquirir la droga? Quién la pagó? ¿Quién hubiese sido responsable de una sobredosis en dicha fiesta de despedida? ¿Es respetuoso de la dignidad de la persona iniciar un tratamiento con esta fiesta sabiendo que pudo nunca iniciar la misma por el consumo inicial? ¿Es adecuado y sano someter el enfermo a la presión y ansiedad que éste vivió para finalmente ser grabado por el programa de televisión?

Algunas de estas preguntas merecen respuestas o por lo menos reflexiones de televidentes y programadores, en aras de hablar de una verdadera ética periodística.

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