miércoles, 15 de julio de 2009

El papel del periodista / Aitor Lourido*

Qué gran duda: ¿debemos dar a la gente lo quiere, o tenemos que dar a la gente lo que debemos darle? ¿Nos comportamos como el padre que corrige a su hijo a pesar de que éste no le recompense con sus mejores simpatías, o como el otro padre que consiente a su hijo lo que proceda con tal de que las cosas le resulten más llevaderas y fáciles? ¿Colaboramos con el pan y el circo, u optamos por derrocarlo?

Pero, un momento. Otra gran duda: ¿por qué dudamos precisamente de esto? ¿Es que acaso no deberíamos tener tales disyuntivas claramente resueltas? ¿Por qué las esencias mismas del periodismo se tambalean sin razón? ¿Proceden estas preguntas a estas alturas?

Si la gente no quiere que hagamos periodismo, tendrían dos opciones. Una, dejar de vernos/leernos/escucharnos, lo que supondría que podría vivir sin nosotros tranquilamente y satisfacer sus necesidades “informativas”, del tipo que sean, por su cuenta. O dos, que demande (si puede) un cambio de modelo periodístico más acorde con sus intereses.

De las dos opciones, la mejor para el supervivencia del verdadero periodismo, en principio, sería la primera, pues, a pesar de contar con menos proyección, permitiría mantener su naturaleza intacta. La segunda, resultaría una claudicación, una cesión, ante unos intereses ciudadanos por la actualidad totalmente inconstantes, insondables y, a veces, intratables.

Los periodistas harían mero seguidismo en función de las modas, de lo que le interesa a las masas, renunciando a una de sus máximas fundamentales: apostar por el interés público (“que no es lo mismo que lo que al público le interesa”, decía uno de mis antiguos profesores) y por la pluralidad temática. Algo que, respondiendo solamente a las demandas ciudadanas, es imposible de cumplir.

Por cierto, a renglón seguido, preguntémonos: ¿quién demonios es el “ciudadano medio”, el “ciudadano común”, ese que siempre debemos tener en mente? ¿De verdad podemos hablar de semejante estandarización de la audiencia? ¿Es que a todo el mundo le interesa lo mismo? ¿O es que nos resulta más fácil que a todos les interese lo mismo?

Aquellos que propugnan un periodismo más “pegado a la calle”, “más cercano”, en el que el “ciudadano común” se vea “identificado”, no acaban de explicar cuál es el baremo, medio o vía para conocer cuáles son los verdaderos intereses de la audiencia. Y más allá de poder testarlos en la propia calle, en conversaciones de peluquería o taberna, no existe la certeza objetiva de cuáles son. Y los niveles de audiencia, en general, son un instrumento pobre y con serias dudas sobre su eficacia, a pesar de lo que digan los expertos.

Pero, y aunque de verdad existan modos de obtener los verdaderos temas de interés de nuestros seguidores, al final llegaríamos a la conclusión de siempre: a la gente le interesa lo que le entretiene, si no, no quiere saber nada. A la gente le interesa lo fácil de digerir, lo difícil, lo desecha. A la gente le interesa lo que va con sus esquemas, lo que no, lo rechaza. A la gente le interesa lo que tiene cerca de casa, si no, lo descarta.

Haciendo exclusivamente periodismo “de calle”, la mirada periodística adolecería de una miopía incurable.

Hoy en día, es políticamente incorrecto apostar por un periodismo clásico. Ese que era mucho más activo, que seleccionaba o tamizaba la realidad y se la servía, con mayor o menor acierto y vistosidad, a los ciudadanos. Era un intento, sí, de divulgar, de hacer pedagogía, en cierto modo. Sin las ataduras de las demandas ciudadanas. Muchos creen que ese modelo es poco menos que clasista, paternalista.

Incluso alguno se atrevería a calificarlo de fascista. Sin embargo, echando la vista atrás, el nivel periodístico (en cualquier formato) de hace décadas respecto al de ahora no tiene comparación posible. La profundidad de tratamiento era colosal tomando como referencia la de hoy en día. Un abismo nos separa.

Ahora, todo es epidérmico. Huimos de lo complejo. Da pavor pensar que ese “ciudadano medio” cambie de canal o que sea tan ignorante como para no entender nada de nuestro mensaje. Ese pensamiento pesa como una losa, nos está lastrando cada día más. Y no hay visos de cambio, de recuperar el oficio. Nos estamos rindiendo antes de intentarlo, muchas veces aduciendo que otros lo probaron y el resultado fue poco menos que desastroso. Cuando a veces no es verdad, todo depende de la vara de medir.

Hoy en día, hemos olvidado el papel educativo y formador del periodismo. Hoy existe una injustificada obcecación por “reflejar” la realidad del ciudadano. En absoluto se hace el esfuerzo por mostrarle otras realidades que le resulten “ajenas”. O por explicarle el interés objetivo que aflora tras un acontecimiento alejado de sus coordenadas espacio-temporales. Todo por no caer en ese denostado paternalismo, un estúpido complejo. Porque, en realidad, muchas veces, como decía el inefable John Reith, es la propia gente la que no sabe lo que le interesa o necesita.

Y muchos miran a los medios de masas buscando alguna respuesta, alguna opinión o reflexión razonable para llenar sus propios vacíos… A veces, sí, el ciudadano confía en el medio para saber, para conocer, y no sólo acude al mando a distancia buscando solamente evasión o entretenimiento fácil y grosero. Esa parte de la audiencia, grande o pequeña, da igual, es directamente ninguneada.

Existe la convicción entre los principales mandamases de los medios de comunicación de que esa porción de ciudadanos no resulta rentable. Cuando, ciertamente, un periodista de verdad debería saber que es precisamente esa parte de la audiencia la más sensible, la más jugosa y la más agradecida. La que mejor valora nuestro trabajo. Es un error prescindir de esa audiencia.

Los periodistas más “modernos” apuestan, directamente, por el espectáculo. Cada vez más informaciones periodísticas están camufladas tras una pátina de entretenimiento. El infotainment (infausto concepto) prolifera sin aparente remisión. Periódicos, telediarios, radios o páginas web equiparan ya, parece que sin dudas, la presentación de un futbolista con la masacre de cientos de personas en China. Estos titulares comparten espacio y visibilidad, sin diferencias de rango.

Audiovisualmente, se dedica el mismo tiempo a la anécdota, por ser divertida o morbosa, que a la información de peso, si es que la hay. Y sí, hacemos creer al ciudadano que es igual de importante la presentación del futbolista que una de las masacres más importantes desde Tiannanmen. No les ayudamos a distinguir, porque hemos perdido la perspectiva.

El ciudadano cree que si los medios organizan y ordenan así el espacio informativo, es porque existe justificación para ello. Y la vez, cuando los medios nos acostumbramos a que la audiencia consuma la información de esa manera, creemos que es porque así la quieren recibir. Una peligrosa espiral. Sobre todo para aquellos periodistas que, desgraciadamente, no tienen claro cuál es su verdadero y esencial papel.

Sí, el papel del periodista. Al final, eso es lo que está cambiando. Nos estamos convirtiendo en contadores de chistes, de anécdotas, de frikadas… Como bien dice un amigo mío, “nos convertimos en contadores de historietas de ascensor”.

Estamos perdiendo el rumbo y el juicio. Hemos perdido los papeles.

(*) Periodista. Máster de Periodismo de TV (TVE). Máster de Género y Comunicación (UPSA). Carrera periodística: TV Castilla y León, Cadena SER, RNE y Canal 24 h de TVE. Actualmente, forma parte del equipo de los Telediaros de TVE.

http://www.exprofeso.com/

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