Una forma de estar presente en el dominio de lo público, en la “res publica”, es ejercer el oficio de periodista; otra, es el ejercicio de la política. Ser político es no sólo un acto de razonamiento y emisión de principios y argumentos, desgraciadamente es también el arte de la maniobra, del gambito, de la estratagema para anular al rival, así sea con una guerra sucia, tan recomendada por los expertos en marketing político, pero de linaje antiguo, renacentista, pues ya se lo puede encontrar formulado en El Príncipe, de Maquiavelo, un libro que parece escrito hace pocas semanas, en nuestros días.
En cambio, ser periodista es una oportunidad extraordinaria de ser hombre público sin ser político y de hacer de la carrera una búsqueda intelectual y moral, un desarrollo filosófico y moral, la praxis de una ética.
Naturalmente todos, políticos y periodistas, hombres públicos y privados, estamos expuestos a la corrupción, que es una hidra de mil cabezas; pero el periodismo es una alternativa de integridad intelectual y moral, y al mismo tiempo exitosa, a diferencia de la política, que a uno le obliga a poner zancadillas, trampas, sobornos, contribuciones financieras dudosas, lo que sea, en pos de un objetivo: el control del poder.
Así el político puede decir que el fin justifica los medios; de lo contrario, es un iluso o un mártir. En cambio el periodista puede invertir la conseja y decir: Los medios justifican el fin.
Aún más: en esta época están en auge los medios alternativos, cibernéticos, ciberespaciales para comunicar a los ciudadanos.
El caso de la campaña de Obama es emblemático, pues utilizó una base de datos con millones de direcciones electrónicas para dirigirse uno a uno a sus probables electores y patrocinadores, y ganó; y ahora continúa con esta fórmula.
Yo recibo al menos dos veces por semana una carta de Barack Obama que tiene un inicio seductor: Dear Ramón. Borro muchos correos, como boto a la basura muchos periódicos, pero no estos mensajes que me dirige Obama, aunque no los lea.
Esta alternativa nos permite ejercer el periodismo, la comunicación, sin presiones extraprofesionales, sin autocensuras, lo cual incrementa la condición de hombre público del periodista, incluso del ciudadano común ejerciendo ese oficio.
Vistos estos argumentos, no entiendo cómo conspicuos periodistas se dejan tentar por la política y abandonan el sitial de hombres públicos que les dio este noble oficio por el privilegio dudoso de haber sido elegidos y aparecer en las altas esferas de lo público.
Ser Presidente, senador, diputado es ocupar un alto sitial en la esfera pública; pero ser periodista y tener la libertad de enjuiciar, de analizar, de orientar y, sobre todo, de llegar a miles de lectores o a cientos de miles de espectadores no es un sitial menor.
Hay casos patéticos de periodistas que incluso representaban el criterio de verdad de la noticia (si no lo decían ellos, nada había ocurrido), y aun así se dejaron tentar por la política. ¡Y cómo quisieran volver a su alto sitial como periodistas! Pero es tarde, y quizá no habrá para ellos otra oportunidad sobre la tierra.
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