lunes, 20 de julio de 2009

El periodista del mañana / Alberto Sotillo

Sostiene Robert G. Picard, profesor de «Economía de los Medios de Comunicación» que los periodistas no merecen cobrar mucho dinero por su trabajo, porque «los salarios son una remuneración por la creación de valor. Y los periodistas, sencillamente, no están creando mucho en los últimos tiempos».

Parece que ésta es una tendencia ineluctable. Se nos repite que la supervivencia de la Prensa escrita está en la calidad. Pero se va a exigir calidad a bajo precio para ganar rentabilidad y competir con la masa de información instantánea que se nos ofece gratis total.

A veces fantaseo con la idea de que ésta podría ser una vuelta a nuestros orígenes, cuando un periodista era un bohemio: un tercio lumpen, un tercio erudito, un tercio golfo, que igual escribía un soneto que una crónica parlamentaria engañando al cuerpo con un café de recuelo y una media (tostada) de arriba.

A la última generación de periodistas bohemios pertenecía, por ejemplo, el gran Hernán Rodríguez Molina, quien, con una impávida seriedad, te contaba que para cubrir la invasión soviética de Afganistán había tenido que cruzar el Himalaya desde Tayikistán en caravana, pero que debió dejar de enviar sus crónicas cuando un camello patoso pisó su máquina de escribir.

Los informadores de mi generación renunciamos a ser periodistas bohemios y nos propusimos ser notarios, respetables miembros de clase media baja, de trabajo metódico, aburridos a conciencia e hiperrresponsables con el poder constituido.

Y no creo que nuestro naturalismo notarial nos haya acercado más a la verdad de lo que lo hicieran los folicularios del realismo fantástico, mal pagados, pero libres para ser irreverentes con el poder establecido.

La duda que hoy me asalta es si el periodista del mañana será una combinación de ambos: notario pero hambreado, mal pagado pero reverente, hiperresponsable pero lumpen.

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