jueves, 23 de julio de 2009

La utopía del periodismo ciudadano / Ángel Villarino

La web 2.0 puede ser utilizado con responsabilidad e idoneidad, si no alimenta los argumentos de quienes quieren controlar o censurar a las redes sociales. Aquí un caso interesante que ocurrió en China, el 17 de julio de 2009

Ante la falta de una prensa libre e independiente, cada vez más ciudadanos chinos se informan de lo que ocurre en su entorno y en el resto del mundo a través de Internet, o mediante cadenas de mensajes de móvil.

Por retorcido que parezca, la censura impuesta por Pekín ha generado un clima propicio para experimentar lo que algunos gurús llevan años pronosticando: un mundo en el que los tendenciosos medios de comunicación y sus reporteros a sueldo de intereses comerciales, empresariales o políticos sean sustituidos por la información ciudadana, honesta y de primera mano.

Pero la utopía del “periodismo ciudadano” se topa, al menos en China, con infinitos obstáculos. Quizá el más difícil de sortear es la (dudosa) fiabilidad de las informaciones que se propagan por el “boca a boca” de la era digital.

El pasado viernes, en el remoto condado de Qixian, en la región de Henan, decenas de miles de personas fueron víctimas de un ataque de pánico que les llevó a hacer un ovillo con las pertenencias importantes, reunir los ahorros y abandonar a la carrera sus hogares.

Tenían miedo a un “desastre nuclear inminente”, producto imaginario de las exageraciones y la falta de rigor de los improvisados “periodistas ciudadanos” que difundieron la noticia.

Una versión 3.0 de la ‘Guerra de los Mundos’ de Orson Welles. Las autoridades de Henan han tardado todo el fin de semana en convencer a los vecinos del condado de que se trataba de una falsa alarma. Después de arrestar a quienes estuvieron en la raíz del bulo, movilizaron a miles de agentes y funcionarios para explicar, familia por familia, que no había peligro.

Todo comenzó durante la instalación de una maquinaria radioactiva que se usa para esterilizar productos agrícolas, no sólo en China, sino también en países occidentales como USA y Francia. Los técnicos que envió el Gobierno perdieron el control de uno de los robots teledirigidos y pusieron en marcha un protocolo de emergencia, aislando la maquinaria en un almacén.

No había peligro, pero los curiosos que asistieron a ver qué pasaba dramatizaron el accidente y extendieron todo tipo de historias, como que los robots se habían derretido a causa de la radiación y que había habido explosiones por todos los sitios”, dijeron el domingo las autoridades locales.

Móvil e Internet, los conductores del pánico

El pánico se extendió a través de mensajes de móvil y foros de Internet y en pocas horas miles de personas temían por su vida. Al parecer no había motivos: según explicaron después varios expertos en declaraciones a la Prensa libre de Hong Kong, este tipo de maquinaria nunca ha provocado daños a nadie que no fuera uno de los técnicos que las operan. A las dos de la tarde, narran los pocos que se quedaron, la ciudad estaba vacía y las calles desiertas.

En más de 600 kilómetros a la redonda, las carreteras conectadas con la comarca “afectada” se convirtieron en hormigueros de personas huyendo a pie, en tractores, automóviles o camiones, en un desordenado éxodo de tintes cinematográficos. Según algunos cálculos oficiosos, en torno a un 80% de los habitantes de este condado (en el que viven 1,05 millón de personas) abandonaron sus casas durante el viernes 17/07 y el sábado 18/07.

Aunque el caso de Qixian es extremo, este tipo de situaciones se repiten en China, donde la población no se fía de la información oficial y apenas hay medios de comunicación con autonomía para contradecir, investigar, o simplemente contrastar la versión de las autoridades. Uno de los factores que contribuyó a provocar el pánico en Qixian fue precisamente la falta información transparente y, sobre todo, de un canal fiable en el que contrastar la información aparecida en la red y en la pantalla de los teléfonos móviles.

Aunque sus motivaciones están en las antípodas de una información transparente y a la vez confiable, el Gobierno chino lleva años combatiendo el “periodismo ciudadano”. Lo hace utilizando el mayor aparato de censura del mundo: un verdadero ejército de ciberpolicías que rastrean día y noche la Red y que cuentan con un presupuesto millonario para fortalecer lo que sarcásticamente se conoce como “la Gran Muralla Digital”. Con todo, los censores están acostumbrados a perder puntualmente la batalla contra un enemigo casi imbatible: las hordas de la mayor comunidad de internautas del mundo, la fuerza de los más de 300 millones de usuarios chinos.

Es por esto que, en casos extremos, Pekín se ha visto obligado a tumbar todas las líneas de Internet y anular los servicios de mensajería SMS para controlar la información. Sin Red sigue, sin ir más lejos, la región autónoma de Xingjian, un territorio casi cuatro veces más extenso que España cuyas conexiones fueron bloqueadas por completo tras los disturbios del pasado 5/07.

El Gobierno reaccionó con contundencia ante una situación parecida a la de la “Revolución verde” iraní: en las primeras horas del domingo día 5, fotografías y testimonios de la revuelta dieron la vuelta al mundo gracias a Internet.

Es el doble filo del “periodismo ciudadano”. En situaciones extremas puede ser la única manera de transmitir la verdad, pero también puede convertirse en todo lo contrario: en un magnífico transmisor de bulos propios del medievo.

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