miércoles, 15 de julio de 2009

Periodismo agridulce en Urumqi / Isidre Ambrós

La cobertura informativa de los violentos y sangrientos choques interétnicos entre la minoría uigur y la mayoría han ha dejado un sabor agridulce a la práctica totalidad de corresponsales que hemos cubierto estos sucesos, que se desarrollaron la semana pasad en Urumqi, la capital de la región de Xinjiang, donde murieron 184 personas y más de 1.600 resultaron heridas.

Digo bien sabor agridulce porque de la misma manera que ha habido gestos positivos por parte de las autoridades chinas hacia la prensa, también los ha habido negativos.

Fue toda una sorpresa positiva la luz verde de Pekín a que los periodistas pudiéramos viajar sin impedimentos a Xinjiang para cubrir un choque interétnico. Era la primera vez que el gobierno del gigante asiático no ponía dificultades a la prensa para que viajara a una zona sensible para contar al mundo los sangrientos enfrentamientos entre miembros de la minoría musulmana uigur y de la mayoría han.

Y no solo no tuvimos ningún impedimento para acceder a los lugares donde se produjeron los enfrentamientos. Tampoco los tuvimos para acercarnos a los barrios uigures en los dias siguientes a la venganza de los han. Nadie impidió transmitir o escribir declaraciones como la de una mujer uigur, que afirmó ante un pequeño grupo de periodistas –cámara de televisión incluida- que "Xinjiang es nuestro y no de los han. Si la policía quiere venir, que venga e incluso que me maten, yo tengo mi fe y ellos no tienen nada". Impensable en otras ocasiones.

Igualmente sorprendente fue la existencia de una sala de prensa en un céntrico hotel en Urumqi, la capital de la región noroccidental de Xinjiang, donde tuvieron lugar los choques entre uigures y hanes. Así, como la posibilidad de moverse por la ciudad. El gobierno regional de esta región organizó, además, conferencias de prensa y visitas a la zona donde se habían producido las revueltas.

Pero no todo fueron alegrías y facilidades. También hubo problemas y restricciones. El principal inconveniente fue el bloqueo de comunicaciones impuesto por las autoridades. Cortaron todas las líneas de teléfono internacionales, tanto de móviles como de números fijos, y bloquearon Internet porque según ellos fue utilizado para instigar las protestas.

En este sentido, los periodistas nos encontramos con la incongruencia de tener acceso a las fuentes informativas, poder ver de primera mano lo que sucedía, pero sólo podíamos explicar con cuentagotas lo que habíamos visto o escuchado. Algo impensable en anteriores ocasiones, como fue el caso de Tibet en el 2008, donde sólo se pudo echar mano de los blogs, de tus conocimientos históricos y confiar en que no te manipularan ni los tibetanos ni los hanes a la hora de transmitir tus informaciones.

Y sí digo bien lo de contar con cuentagotas, porque la sala de prensa era el único punto de todo Xinjiang –una región con una superficie equivalente a tres veces España- que disponía de unas pocas líneas de Internet. Una cobertura absolutamente insuficiente para los más de 500 periodistas que nos hacinábamos en unos 25 metros cuadrados. La suerte es que al haber asiáticos, americanos y europeos, no coincidíamos todos en la misma hora y la histeria para poder conseguir uno de los cuarenta cables de conexión a la red era, hasta cierto punto, controlable.

Otra incongruencia, que aun no he entendido muy bien, es que no podíamos llamar a ninguna parte del mundo, pero podíamos recibir llamadas de todo el planeta. Una distinción difícil de asimilar.

Y aun menos comprensible es que las fuerzas del orden retuvieran durante varias horas a algunos colegas, entre ellos el corresponsal de TV-3, Sergi Vicente. Les acusaban de instigar a los uigures a manifestarse, por el simple hecho de filmarles. Una acusación fuera de lugar. Ellos, y todos los demás, iban debidamente acreditados por el gobierno regional y no hacían más que realizar su trabajo.

Al partir de Urumqi, la conclusión que me llevo en la maleta es que, en un país tan hermético y complicado a la hora de trabajar, ha sido satisfactorio poder informar de primera mano, sin filtros, sobre lo que estaba pasando. La pena es que haya gente que piense que si las autoridades chinas facilitan el trabajo a los medios de comunicación extranjeros se facilita la manipulación informativa. Me cuesta asimilar que hubiera personas, especialmente de la mayoría han, que nos increparan por informar. Malditos nacionalismos.

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