viernes, 16 de diciembre de 2011

José Javier Uranga: "Un político nunca es amigo de un periodista"


PAMPLONA.- Cuenta que a sus 86 años le falla la vista, pero que sus dedos van solos a las teclas de su máquina de escribir. Es lo que lleva haciendo toda la vida. En ella completa cada semana sus gallicos, como llama a la sección Desde el gallo de San Cernin que desde 1953 escribe con el pseudónimo Ollarra en Diario de Navarra.

José Javier Uranga Santesteban (Pamplona, 1925), periodista, licenciado en Filosofía y Letras y doctor en Historia, lleva vinculado a este periódico desde 1942 y fue su director entre 1962 y 1990, año en el que se jubiló. No quiere saber nada de las nuevas tecnologías, afirma rodeado por los cientos de libros que llenan las estanterías de su casa y con los que ha compartido horas y horas. Y es que su vida siempre ha estado unida al papel escrito. Un papel que a veces traía malas noticias para el director de un periódico. En una carpeta, Uranga guarda los expedientes que sufrió en la etapa franquista.

En democracia, fue ETA la que quiso silenciar su voz a tiros. El 22 de agosto de 1980, dos terroristas intentaron asesinarlo cuando entraba en el periódico. Le cosieron a balazos. "Sobrevivir fue un milagro", afirma. Fueron diez operaciones y casi un año ingresado en la Clínica Universitaria de Navarra. Después del atentado, regresó a su trabajo por el que ha recibido numerosos reconocimientos. Cuenta con la Pluma de Oro de la Libertad de Prensa otorgada por la WAN (la Asociación Mundial de Periódicos), además del premio Rafael Calvo Serer o el Luka Brajnovic. Este miércoles, día 14, sumó uno más, el que le ha concedido la Cámara Navarra de Comercio e Industria por su trayectoria profesional y su aportación como periodista al desarrollo y a la defensa de Navarra.
¿Se parece algo el periodismo en el que usted se inició con el que se practica ahora?
No. Es muy distinto. En primer lugar, por la especialización del periodista. Antes escribían personas que tenían otros trabajos: un empleado del ayuntamiento, el de una oficina... Cuando entré en el periódico, sólo dos personas estaban con dedicación plena. El resto tenía otros empleos y el periódico era para ellos algo secundario. La gente no contaba con la preparación que tienen hoy los periodistas. Había excepciones, claro. Pero la profesión estaba socialmente muy mal vista. Los sueldos eran muy bajos. La Asociación de la Prensa llegó a repartir lentejas, garbanzos y aceite entre sus asociados. Había racionamiento. También el papel estaba racionado. Algunos días el periódico eran dos hojas.
Y debían además enfrentarse la censura.
Estaba absolutamente prohibido hablar de los temas nacionales. Sólo podías criticar un poco al Ayuntamiento y a la Renfe.
La manera de trabajar sería también muy distinta.
Al principio las noticias se cogían por teléfono. En el periódico teníamos una radio para saber qué pasaba fuera. La llegada de los teletipos fue el gran avance.
¿Por qué le atrajo el mundo del periodismo?
Yo estudié Filosofía y Letras en Zaragoza. Colaboraba con el periódico porque me gustaba escribir. Mandaba muchos artículos y me los publicaban. El primero, en 1942. Tenía mucha confianza por mi familia con el entonces director, con Garcilaso. Hablaba mucho con él, le llevaba artículos y los comentábamos. Cuando al subdirector, Eladio Esparza, le dio un ictus, el director me dijo que fuese al periódico a trabajar con ellos. A prueba. Le contesté que sí, aunque sabía que mi padre me armaría un follón, ya que estaba preparando cátedras. Empecé en Diario de Navarra ganando mil pesetas. Era el año 53. No entré en nómina, porque no tenía carné de periodista. Todo aquello me gustó mucho. Durante tres años tuve que ir a estudiar Periodismo a Madrid, aunque estaba más aquí trabajando que allí. Al acabar la carrera, en el año 56, me hicieron fijo. Luego pasé a ser redactor jefe. Cuando falleció Garcilaso, me nombraron director, pese a que hubo algunas fricciones por cuestiones políticas, intentando que no lo fuera.
¿Por qué quiso ser periodista en aquella época? No sería fácil convivir con la censura del franquismo.
Como no habíamos conocido otra cosa, ya sabías a qué ibas. Había que llevar todos los días las galeradas a la censura y ésta tachaba. Si no te las devolvía, era que valían. Sabías muy bien de qué no se podía hablar. No había libertad para nada. En los gallicos de aquel tiempo, desde el 53, escribía sobre el paisaje, las costumbres, la gastronomía... Pero es cierto que ibas trampeando, y en cuanto veías una rendija, salías. Yo tuve muchos líos, muchos expedientes. Ruiz de Erenchun decía que no hubo director en España que tuviese más follones que yo, que me persiguiesen tanto y que me quisieran echar.
¿Algún tema en concreto fue especialmente problemático para usted?
Varios. Es que yo era el responsable de todo lo que se escribía en el periódico. Estos son expedientes de Fraga (abre un abultado sobre donde guarda esos documentos y los muestra). En aquel entonces tenías la obligación de vivir en el sitio donde se publicaba el periódico. ¿Qué te hacían? Como le hicieron a Pascual en el Pensamiento Navarro, te desterraban a algún sitio durante un mes y te quedabas así sin puesto de trabajo. Era uno de los trucos que utilizaban. Eran tantos que podíamos hablar de ellos años.
¿Qué supuso para los periódicos esa ley Fraga? (ley de prensa de 1966 cuando era ministro Manuel Fraga Iribarne)
Fue una etapa difícil, porque se pasó de la censura dura franquista a la de una ley que delegaba esa censura en los directores de prensa. Tú eras censor de tu periódico. Las órdenes, las consignas las daban o por teléfono o en un papel sin membrete o firma alguna. No querían dejar rastro, aunque tampoco engañaban a nadie.
¿La libertad de prensa llegó antes que la libertad política?
Sí. La prensa en aquellos años se jugaba el tipo. Fuimos dando pasos. Por ejemplo, había una sección diaria que se llamaba algo así como la prensa dice. Si algún periódico publicaba algo contra el Régimen, lo ponías. Aunque también había otros periódicos, los del búnker, que es como se conocía al aparato de Franco, que defendían lo que había.
Después de llevar toda su trayectoria profesional conviviendo con la censura, ¿cómo vivió la llegada de la democracia?
Fue muy difícil. Porque los enemigos de la libertad estaban, primero en el búnker. Pero es que también los teníamos dentro de casa, porque había accionistas e incluso consejeros que tenían el mismo pensamiento y para ellos éramos rojos. Esto pasó en todos los periódicos. Se hundieron muchos periódicos, precisamente por no saber hacer la Transición. La Gaceta del Norte tenía una delegación con mucha gente. Y cerró. Como cerraron El Pensamiento Navarro, La Voz de España, Unidad de San Sebastián y tantos otros. Todos los que no se adaptaron.
En democracia usted vivió otra censura que casi le cuesta la vida: la que quiso imponerle ETA por decir lo que pensaba. ¿Cuándo empezó a notar el aliento de la amenaza terrorista sobre usted?
En la Transición, una etapa que fue terrible en el plano social. En Pamplona había unas huelgas de miedo, los empresarios tenían que irse a dormir fuera, había amenazas... Fueron años muy difíciles. ETA mataba continuamente. Yo recibí amenazas en dos cartas, una escrita en Vitoria y otra en Bayona. También alguien me avisó de que iban a por mi. Luego, en el registro de una casa en la que había estado viviendo un etarra, encontraron un dibujo en el que estaba yo en la mesa, junto a la ventana. Entonces me pusieron escolta. Pero a los dos meses pedí que me la retiraran. Al poco tiempo, me dieron.
¿Qué cambió en su vida ese atentado terrorista?
Lo que cambió es que tuve que estar once meses en la Clínica Universitaria. Cuando salí tuve ofertas de compañeros e incluso del propio periódico para ir a trabajar fuera a Andalucía, a Valencia... Podría haber ido tranquilamente a vivir allí. Pero dije que no, que cuando me pusiera bien volvía al periódico, como así hice.
Usted fue el primer periodista en España víctima de un atentado de ETA. ¿Cree que eso atemorizó al resto de la profesión?
Conozco casos en el País Vasco de periodistas que se fueron a vivir y a trabajar en Madrid. 
La independencia de los políticos que debe mantener un periodista, ¿se paga de alguna manera?
Un político nunca es un amigo. La mayor parte te intenta utilizar. Y en el momento en el que ven que no lo consiguen, ni te hablan. A mi me ha pasado con muchos y me sigue pasando. Trabajar con honradez en esta profesión lleva al aislamiento. En periodismo, no hay amigos. Tú puedes decir de un político que es muy inteligente y que vale mucho. Un día dejas de decírselo, no le dices que es tonto, pero tampoco que es listo, y ya te has creado un enemigo para siempre. La relación con un político se acaba en el momento en el que le niegues cualquier cosa o escribas algo que no le gusta, por mínimo que sea. Es el todo o nada. Pretenden que estés atado para siempre y que les des coba mientras vivas. Así son la mayoría, pero también hay excepciones.
Cuando dirigía el periódico, ¿cómo era su relación con los políticos navarros de entonces?
Yo recibía a todos. Venían a pedir que se publicara algo. O a quejarse, molestos por algo publicado. Pero yo mantenía mi criterio. Aunque también hay que decir que no todos eran así. No se puede generalizar.
¿Se ganó enemistades por no acceder a presiones políticas?
Sí. El político no se anda con medias tintas. O te entregas a ellos como una monja a Dios o nada.
¿Hay periodistas que caen en la trampa de esos políticos?
Sí y luego les compensarán. Digo yo.
Al final, ¿es grande la soledad de la persona que está al frente de un periódico?
Sí, mucha. Y el día que cesas, para los políticos ya no existes. Ni te llaman. Ni te conocen. Aunque esa situación es mucho mejor.
¿Qué condiciones considera esenciales en un periodista?
Lo primero, tener una preparación humanística. Porque la técnica se aprende pronto, y luego es cuestión de practicar. En lo referente a la ética, yo no creo en la independencia del periodista. Nadie es independiente. Todos dependemos de nuestra pareja, del ambiente, el director... La independencia, por tanto, no me sirve. La objetividad, tampoco, porque dos personas pueden describir la misma cosa y verla de distinta manera. ¿La honestidad? Me suena a sexo. Lo que creo que es esencial en un periodista es la honradez. El periodista tiene que ser honrado consigo mismo. Puede equivocarse, pero debe actuar con honradez y defender su verdad, lo que cree que es la verdad. Yo creo en eso.
¿Y qué defectos no debe tener?
Por ejemplo, no ser alguien que se deje llevar, subvencionar o que sea muy partidista. Cuando un periodista entra en una redacción debe dejar fuera sus odios, aficiones... para hacer un trabajo lo más honrado posible.
¿Cómo ve la profesión ahora?
Mucho mejor que antes. Veo peor los periódicos, porque han bajado en ventas y tienen menos anuncios. Pero la profesión la veo muy bien. El periódico ha subido de nivel tremendamente y los periodistas están preparados. Antes, hace muchos años, no era así.
Y han cambiado los medios con los que trabaja un periodista: Internet, móviles... ¿qué opina de esa revolución tecnológica?
Será estupenda. Yo no la conozco. Ahí está mi tecnología (señala a la mesa de su despacho, donde está su máquina de escribir). Y no tengo móvil. Me falla ya la vista, pero de tanto escribir, los dedos ya van solos a las teclas de esa máquina. Luego mi nieto lo pasa al ordenador y lo envía al periódico.
Su vida profesional sigue vinculada a Diario de Navarra, un periódico con el que hubo personas que aprendieron a leer.
Sí, mucha gente. En las casas era lo primero que tenías a mano. Y además el periódico era multiuso. En tiempos de la guerra, cuando no había papel, servía para absolutamente todo: encender el fuego, llevar el bocadillo, para escribir...
Explique a los más jóvenes ¿cómo nació Desd'el gallo de San Cernin y la firma Ollarra tras la que está usted todos domingos en Diario de Navarra?
Ignacio Baleztena y yo fundamos una cofradía que se llamaba Cofradía del Gallico de San Cernin. Llegamos a tener 300 socios. Era una época que no había nada, ni coches ni un centro cultural... nada. Publicábamos libros, dábamos conferencias y hacíamos excursiones en autobús. De ahí tome el nombre. El primer gallo lo escribí en 1953. Va a hacer ya 59 años.
Usted ha vivido tiempos muy difíciles económicamente a lo largo de su vida. ¿Cree que la crisis actual tiene arreglo?
No tiene nada que ver con lo que vivimos entonces, cuando no había pan, azúcar, aceite... La gente pasaba hambre. Todo, absolutamente todo estaba racionado. No había nada. El peor momento fue después de la guerra europea, porque nos sitiaron y no había trigo, no había petróleo... Aquello era miseria. Cuando hay gente rica, el pobre come. Pero entonces no había gente rica. No creo que lleguemos a esa situación, al hambre de pan, a la miseria de entonces.

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