Una
de las razones por las que los europeístas pedimos un
espacio público europeo, es por considerarlo precondición para dotar de
una voz pública a ese nivel de poder compartido. Otro motivo, y tal vez
más esencial, es la garantía de la pluralidad y transparencia
informativas, en un
momento en que se padece de forma cruda la politización de los
medios. Esta politización se alimenta de la
crisis galopante del mundo editorial y periodístico, atenazado por el
uso
masivo (e indiscriminado) de la información en la red. La prensa escrita
estaría ya exangüe de no haber mediado
todo tipo de subsidios públicos. De ahí al sesgo hay un paso… y muy pequeño.
Como lectores, cuando pretendemos acercarnos a la realidad local y nacional, la tarea
de contraste es ardua, pero ésta se convierte en titánica si rastreamos
informaciones de lo que ocurre en otros países. Las noticias vienen, además,
filtradas por barreras culturas y lingüísticas, tamizadas por el filtro del
corresponsal, y revisadas por la línea editorial de marras. Falla la
contextualización. Lo peor es que el prejuicio histórico-cultural, e incluso, social, todavía hoy, nos aleja del concepto del mass
media paneuropeo.
Los más críticos con el movimiento europeísta suelen denunciar
las tendencias al monopolio político e ideológico de Bruselas, a la que
consideran una ciudad tomada por burócratas capaces de fagocitarlo todo para
asegurar su subsistencia. Contrariamente, los monopolios en Europa han ido
cayendo al amparo de la legislación comunitaria, siendo éste uno de los pilares
del mercado único. La industria de la información tiene el mismo tratamiento,
si bien, los Estado se cuidan mucho de proteger a los grandes emporios
mediáticos, máxime cuando están a su merced, debido a esa crisis del sector.
No es casual el papel que desempeña la prensa escrita
incluso en la elaboración de las agendas políticas, los tiempos que eligen los
gobiernos para anunciar sus medidas, la elusión de ciertas palabras tabú (el
famoso rescate que nunca llega para el gobierno español). La política va de la
mano con los medios incidiendo sobre la psicología del conjunto de los
ciudadanos.
Al uso político se suma la amenaza del monopolio (véase el
caso Berlusconi). En la práctica, se considera que las leyes de competencia e
igualdad en el mercado son insuficientes para prevenir oligopolios en el sector
de la información, y la mayoría de los Estados miembros se han dotado de
organismos reguladores de los contenidos mediáticos, orientados a evitar la concentración
de medios y garantizar también el pluralismo informativo, como el Flemish Media
Regulator y el Conseil Superior de l’Audiovisuel en Bélgica, y
las leyes
federales contra la concentración de medios que se han desarrollado en
Alemania.
Sin embargo, por ejemplo, en Hungría se ha generado una gran polémica
por la
nueva propuesta legislativa que otorgaba un poder excesivo a la agencia
reguladora, que además en su concepción era totalmente dependiente del
gobierno
de turno. En España no ha habido acuerdo político para velar por el
pluralismo mediático, pero se liberalizó el mercado audiovisual y en
2010 se legisló
para evitar la concentración de medios, a partir de los índices de
audiencia, limitando a los accionistas el nivel de participación
en más de una empresa de comunicación, lo que no ha evitado las fusiones
en
Mediaset de Quatro y Telecinco, o la fusión de La Sexta con Antena 3 en
diciembre de 2011.
Sin entrar a valorar el grado de independencia y pluralismo
de los distintos medios, lo relevante aquí es si la integración económica europea va a favor de
esa tendencia. Y más aún, si el hecho de que algunas empresas del sector se
hayan internacionalizado ha favorecido la transparencia informativa.
Según datos de la
Comisión, la industria de la información está en crisis, pero
actualmente da empleo a más de diez millones de europeos. En este
sentido, la comisaria
Kroes ha lanzado un plan, en el marco de la Agenda Digital, que pretende
facilitar la competencia en el sector de la información, con distintas
medidas
liberalizadoras y armonizadoras en el ámbito de la comunicación, de
aplicación en todos los
Estados miembros.
El proyecto es todavía muy ambiguo, pero no me cabe duda de que sólo consiguiendo que el sector de la información vuelva a
ser una industria competitiva y más orientada al lector que al empresario (o
al accionista), volverá el periodismo a recuperar su prestigio. En ese
prestigio se enmarca la vocación periodística, entendida como voluntad de adaptarse a las
circunstancias históricas.
Vivimos nuevos
y convulsos escenarios en que los actores van mutando, son cada vez más
los ciudadanos y cada vez menos los aparatos de los
Estados. Solamente entendiendo y asumiendo esta realidad, los medios de
información podrán contribuir decididamente a la creación de ese espacio
público europeo, transparente y compartido por todos. El peso simbólico
de una prensa en clave paneuropea, y plural, es esencial para dar forma a
ese sentimiento colectivo de pertenencia, dando vida a esa única voz
que esperamos sea la Unión Europea de cara al mundo. Ese logro de la
prensa europea llegará cuando se revele el sano espíritu crítico que
nuestra sociedad ansía para despertar del letargo y el desencanto.
(*) Asesora e investigadora en el ámbito de las políticas públicas europeas
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