Tenía hecho un relevamiento con colegas de la región para ayudar a
responder el interrogante que me propuso COLPIN. ¿Por qué no investiga
el periodismo deportivo? Pero hice una gambeta a lo Messi, o a lo
Radamel. No puedo analizar al periodismo deportivo como si fuera una
isla. Es periodismo. Por eso quiero compartir hoy con ustedes un estado
de ánimo que intentaré describirles del modo más honesto posible. Una
aclaración: aquí dice La Nación. Lo entiendo, pero yo solo trabajo en La
Nación. Con enorme gusto. Pero no soy La Nación. Soy Ezequiel Fernández
Moores. Y los periodistas somos como aquella película de Ken Loach: mi
nombre es todo lo que tengo.
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Recuerdo un primer aviso que recibí en 1982. La dictadura militar de
mi país iniciaba su declive. Investigué con dos colegas el mundial de
fútbol de 1978. Un mundial que se jugó en medio del horror. En el
Estadio de River se festejaban goles. Y en la ESMA, a solo 700 metros,
se torturaba gente. El trabajo cuestionó no solo a la dictadura. Apuntó
también a empresas, iglesia y políticos que se sumaron alegremente a ese
carnaval insensato. La radio solo se enojó y quiso censurar cuando
tocamos el rol de cierta poderosa prensa que gritaba goles en medio de
elogios al dictador Videla.
Ya en democracia, un tema central durante dos décadas fue el de los
contratos esclavos de televisión que cedía Julio Grondona, presidente de
la Asociación de Fútbol Argentino desde 1979. El contrato era con el
grupo de prensa más poderoso de mi país. Tres jueces amenazaron
investigar esos contratos, que incluían a sociedades fantasmas y
paraísos fiscales del Caribe. Los tres jueces, curiosamente, sufrieron
cámaras ocultas de la prensa. Se descubrió que habían sido deshonestos
en otras causas y tuvieron que renunciar.
¿Y cómo pedirle a la prensa que investigara esos contratos? Nadie se investiga a sí mismo.
Intervino el congreso. Lo hizo –me consta porque seguí muy de cerca
ese tema–, después de resistir a fuertes presiones. Grondona ya rompió
ese contrato. El fútbol ahora es transmitido por la TV pública y por
todos los canales que quieran tomar las imágenes. Ahora sí la prensa
investiga el contrato. Ya no está el citado grupo empresario de prensa
de por medio. Ahora es el Estado.
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La sociedad prensa-deporte para la explotación comercial del
espectáculo nos complicó. Nos redujo al rol de misioneros. Propalamos la
fe, no la podemos explicar. Alguien dijo alguna vez que las misiones de
la prensa eran tres (informar, educar, entretener) y que informar es
comprometido, educar es aburrido y solo nos queda entretener.
Bien, el periodismo deportivo casi fue concebido inicialmente para
entretener. Un show para aliviar las noticias más duras de la politica y
la economía. Y que precisa sí o sí del ídolo. El ídolo tiene ráting,
vende zapatillas, es apolítico y, en general, no cuestiona. Además, es
renovable.
La prensa precisa del ídolo más que los niños. Si no surge un nuevo
ídolo, lo inventamos. Para tener sus palabras y sus imágenes hay que
negociar con agentes, representantes, relacionistas públicos y
corporaciones de la industria. Eso no es periodismo. Es márketing.
El colega británico David Walsh hizo periodismo. Fue uno de los
poquísimos periodistas que investigó a Lance Armstrong cuando el rey del
tour de Francia era un intocable. Se convirtió en un paria. Sus colegas
lo dejaron solo. Ahora que sabemos que Lance Armstrong se dopaba, es
fácil. Todos somos David Walsh. Ahora todos estamos decepcionados.
El tramposo fue el ídolo. ¿Por qué no pedirle también controles
antidoping a los organizadores del espectáculo, que exigen al ídolo
hasta su última gota de sangre para que vaya siempre más alto, más lejos
y más fuerte? Tampoco hay controles antidoping para la prensa. Los
periodistas estamos invictos. Tenemos la ventaja de hablar siempre con
el resultado puesto. Vendemos primero resaltando la épica. Y, si estalla
el escándalo, moralizamos luego hablando de ética.
***
Lucio, Jens Weinreich, finalmente hoy ausente; el gran Andrew Jennings; el uruguayo Ricardo Gabito, baleado
cuando investigó al empresario Paco Casal; Gustavo Veiga y Gustavo
Grabia en mi país; la organización danesa Play The Game: conocidos o no,
tenemos numerosos colegas que hacen periodismo y que investigan. ¡Cómo
no admirar a Juca Kfouri quien siempre ha informado sobre los trapos
sucios del mandato récord de Teixeira en la CBF! Pero todos sabemos que
otros medios poderosos fueron socios de Teixeira. Siempre lo
protegieron. He visto este año un formidable trabajo de la Espn sobre
irregularidades en la construcción de estadios del mundial 2014. Tengo
derecho a desconfiar en cambio de otras denuncias de corrupción. Dicen
que defienden los intereses del pueblo brasileño. Parecen cuidar más los
negocios de la FIFA.
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Nuevas tecnologías: son una herramienta formidable. Pero han
precarizado condiciones de trabajo. Algunas empresas aprovechan para
sacarse de encima a los periodistas más veteranos. A los que escriben
noticias, no chimentos. A los que suelen leer más libros que Facebook. A
los que proponen dudas en lugar de vender certezas. A los que se
niegan a “flexibilizarse”. A los que después de un partido privilegian
la crónica al tuit. A los que eligen “decirlo bien antes que decirlo
primero”, como dice el colega colombiano German Castro Caicedo. A los
que se oponen a que su nuevo jefe sea un gerente de márketing. “Esta
gente –me dice otro colega que resiste desde Barcelona- trata como
basura lo que yo amo”.
Es cierto, muchos otros se han prestado dócilmente al papel de
bufones. Lucen combativos gritando tonterías en polémicas televisivas.
Sé que son el hazmerreir esos debates en los que el periodista deportivo
habla con un tono de gravedad impostada, como si de su palabra
dependiera el futuro de la humanidad y solo está diciendo si es mejor el
4-3-3 o el 4-4-2. Pero en defensa de algunos apasionados colegas quiero
decir que no sería tan despectivo con el periodismo deportivo. Los
errores de nuestros infantiles pronósticos sobre si ganará Boca o ganará
River, sin que nadie se ofenda, producen menos daños que muchos
pronósticos económicos, formulados por periodistas formados en las
mejores universidades. Y el show ya no es patrimonio exclusivo del
periodismo deportivo. Hoy, con canales de noticias las 24 horas y los
punto.com, casi todas las noticias gritan, lloran y sangran, aunque no
quieran gritar, llorar ni sangrar.
***
Investigar, sabemos, es remover basura, es ensuciarse, es
arriesgarse. Es quemarse noches enteras. Pero la investigación, por
sacrificios que imponga, tiene mucho de virtuoso. Y lo cotidiano, no
puedo dejar de decirlo, está siendo algo más miserable. Trabajamos, en
general, para empresas que dicen representar la libre expresión, pero
que dependen cada vez más del poder financiero global. Difundimos la
opinión de analistas o consultoras que pontifican y no aclaramos quiénes
les pagan, trabajamos en empresas que, en buena hora, vigilan a las
democracias, pero que, en muchos casos, ni siquiera permiten la libertad
sindical de sus periodistas y no responden críticas. Porque cualquier
crítica, justa o no, es un ataque a la libertad de prensa. ¿Disculpas
por nuestros errores o manipulaciones? No, eso sucede en la tele.
***
Vivimos estos años cambios politicos y sociales en la región. Como
todo cambio, genera conflictos. Muchos de nuestros medios,
especialmente los más poderosos, parecen haber tomado posición en ese
conflicto. En algunos países, hay que decirlo, hasta han apoyado o
alentado golpes de estado, como ya lo hicieron en los 70. Recuerdo un
grafitti que por algo se hizo célebre y que apareció en el barrio de San
Telmo en pleno estallido de 2001 en mi país: “Nos mean y los diarios
dicen que llueve”. Creo que hoy, por suerte, nos es más facil llamar a
la orina, orina y a la lluvia, lluvia. Investigamos a nuestros gobiernos
creo que como nunca antes. Es algo extraordinario. Pero antes, hay que
decirlo, los que en muchos casos nos ataban las manos no eran
exactamente los gobiernos. En los 90, la Unión de Trabajadores de
Prensa de Buenos Aires hizo una encuesta entre nosotros, los
periodistas. Más del 70 por ciento afirmó que las trabas a nuestro
trabajo no las ponían los gobiernos. Las ponían nuestros propios
patrones.
No soy ingenuo. Los gobiernos, del color que fuere, casi siempre
quieren controlar a la prensa. Y, justificándose en esta batalla actual,
cometen numerosos atropellos. No es fácil trabajar en medio de esta
batalla entre el poder político y el poder económico. El poder, por
naturaleza, suele ser obsceno. Suele manejarse con las leyes de la
selva. Recuerdo el debate que se produjo cuando supimos que un referente
como Kapuscinski había tal vez alterado algunos datos para mejorar sus
crónicas. No fue lo mejor haber cambiado algunos árboles de lugar. Pero
el maestro polaco, hay que decirlo, nunca se equivocó a la hora de
contarnos cómo era la selva.
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