domingo, 23 de diciembre de 2012

En México, 127 relatos atestiguan la muerte de otros tantos periodistas en la última década

MÉXICO.- La violencia que afecta a los medios de comunicación mexicanos, como parte integrante y especial de la sociedad, ha sido tema de análisis y debate desde hace algunos años. Ahora, un esfuerzo colectivo viene a poner el acento en los numerosos casos de informadores muertos o desaparecidos en la última década, la de los gobiernos del Partido de Acción Nacional, encabezado por Vicente Fox (2000/2006) y Felipe Calderón (2006/2012), en la que la violencia asociada al narcotráfico ha situado a México en un triste número uno de la luctuosidad mundial.

Así, coordinados desde la Ciudad de México por Lolita Bosch y Alejandro Valverde Salas, 127 periodistas de México, Colombia, Argentina, Venezuela, Perú, Estados Unidos, Canadá y España han realizado la biografía personal de otros tantos compañeros de profesión afectados por la violencia hasta el punto máximo: es decir, con la pérdida de su propia vida o la desaparición.
Son notas biográficas escritas desde la cercanía y el conocimiento personal de cada uno de los muertos o desaparecidos, lo que añade gran emotividad al volumen de 341 páginas editado por el proyecto Nuestra Aparente Rendición, coordinado por Bosch y Vélez. El título podría ser digno de una novela de Javier Marías o de Gabriel García Márquez, pero tiene tintes de un dramatismo nada efectista, por reales, al contenido del libro: “Tú y yo coincidimos en la noche terrible”.
A pesar del patrocinio de la Universidad de Guadalajara, que llevó a que el libro fuera presentado en la Feria Internacional de noviembre pasado, los medios guardan un silencio que, para uno de los autores, Marco Lara Klahr, resulta cuando menos sospechoso. Solo el diario mexicano de izquierdas La Jornada publicó un “breve” en página par la semana pasada.
“Muchas empresas de noticias se han convertido en fuente de violencia contra sus propios periodistas. No estoy diciendo que la única o la principal. Pero sostengo que son una muy importante fuente de violencia, o cuando menos un factor de riesgo”, aseguró Lara Klahr hace ya dos años en un foro profesional celebrado en Toronto (Canadá), lo que le valió críticas nada disimuladas de representantes de la derechista Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
Y mantiene que esa afirmación sigue siendo perfectamente válida, desde su larga trayectoria de varias décadas como periodista de investigación judicial y policial. Las razones que le llevan a ese polémico aserto son, entre otras, la banalización mediática de la violencia, que deriva en políticas editoriales de autodesprestigio, la “dramática precarización laboral” de los últimos años y la falta de capacitación profesional de reporteros a los que sus medios no se la procura.
El resultado, que refleja el libro, son perodistas asesinados o desaparecidos a todo lo largo y ancho de la geografía mexicana, desde la Huasteca oaxaqueña, al sur, hasta Chihuahua al norte. Pero no hay que llamarse a engaño: los muertos no lo fueron solo a manos de desconocidos narcotraficantes. En el libro se relatan bastantes casos de informadores señalados directamente con el dedo por autoridades civiles o policiales, locales o regionales de todo el país que, cualquier mal día después, aparecieron muertos sin que la policía interviniente alcanzara a explicar cómo sucedió, o simplemente continúan en paradero desconocido.
Es decir, en México, investigar periodísticamente cuestiones de corrupción o relacionadas con la emigración es tan peligroso como hacerlo sobre narcotráfico. En los tres casos, los afectados que temen ver revelados públicamente sus secretos no perdonan: ciento veintiocho muertos podrían atestiguarlo. Número que hace añicos las estadísticas anteriores.
Aunque a veces, ni eso. Como caso apabullante, relatado por Galia García Palafox, el de Cuco (Manuel Gabriel Fonseca Hernández),  un reportero gráfico de 16 años que trabajaba en El Mañanero, “un nuevo diario de cinco reporteros y una circulación de tres mil ejemplares” en Acayucán, un pueblo de 83.000 habitantes en el sur del estado de Veracruz, uno de los más desarrollados pero también de los más violentos y problemáticos de los 32 que forman los Estados Unidos Mexicanos.
Nunca se supo más de él después que, el sábado 17 de septiembre de 2011 por la tarde, cobrara y se fuera de fiesta para la que siempre estaba dispuesto. Desde aquella noche no se le ha vuelto a ver, a pesar de la movilización de su familia y sus compañeros. Ni la policía ni la judicatura han encontrado explicación a su desparición. “El Mañanero tiene como política no publicar notas de grupos delictivos que pongan en riesgo a sus empleados”, escribe Galia. “Cuco no publicó nada comprometedor. Tal vez vio algo que no debió ver. Quizá no iban tras él. Quizá abrió la boca de más. Quizá se juntó con alguna mala compañía. Más rumores”.

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