No es cierto que el periodista más
demócrata es también más periodista. Ni tampoco que el periodista más
ideologizado es más profesional que el menos politizado. Doy fe de que
han existido, y existen –y supongo que existirán– periodistas
excepcionales que, sin doblegarse a los condicionantes partidistas, han
logrado el respeto de la sociedad por la pulcritud, la honestidad y el
rigor de sus trabajos. Primero hay que ser periodista, y demostrarlo. Y
luego, si ha lugar, cada uno que sea lo que quiera en su vida más
privada.
Tuve el privilegio de contar como colaborador en un
periódico que yo dirigía –Sol de España– a uno de los mejores
periodistas y directores de la historia de la prensa española: Emilio
Romero, ante el que me sentía como un rendido admirador.
Era incómodo para mí ser director de una figura nacional, a pesar de
cuanto me lo facilitaba su gran clase.
Lo trajo Manolo Alcántara, quien
me advirtió de la acusada personalidad del exdirector de Pueblo, un
diario que olía a periodismo fresco a mil kilómetros de distancia y por
cuya redacción de la Calle Huertas madrileña pasaron los más destacados y
brillantes periodistas de los 60 y 70, tales como Jesús Hermida, Raúl
del Pozo, Carmen Rigalt, Juan Luis Cebrián, Arturo Pérez-Reverte, Rosa
Villacastín, Tico Medina, Raúl Cancio, José Luis Balbín, Forges, Rosa
Montero, Alfonso Martínez Garrido, Yale y tantos y tantos grandes
reporteros y redactores que, acabada la vida del gran periódico,
engrosarían las mejores plantillas de la prensa madrileña.
Algunos
de aquellos profesionales siguen siéndolo en la actualidad y su
prestigio, adquirido en la mejor escuela de periodismo que fue Pueblo,
se mantiene intacto. Pongo un solo ejemplo: Raúl del Pozo, quien
presumió siempre de ser comunista, a pecho descubierto, en un periódico
de inspiración gubernamental. «Jamás –ha recordado muchas veces Raúl del
Pozo– tuve el más mínimo problema con Emilio Romero, mi director,
sabiendo como sabía él de mi adscripción partidista». Recordemos que el
Partido Comunista era el enemigo número uno del régimen franquista. Y
hay muchos más ejemplos de periodistas, de diversas ideologías, que
hicieron un periodismo libre sin cortapisas ni intromisiones.
Una de las muchas cosas que me enseñó el maestro fue que en las redacciones hay que practicar la democracia de puertas afuera y la dictadura de puertas adentro. No puede reinar el caos interior si pretendemos vender a la calle una perfectamente organizada democracia informativa. La convivencia de tantas ideologías en la redacción daban como resultado un diario ameno, cuajado de noticias, magníficamente escrito e informado, de aspecto y diseño alegre, que cada tarde esperábamos como agua de mayo. Todos los periódicos de España queríamos ser Pueblo.
Para
formar parte de un equipo irrepetible como el que dirigió Emilio Romero
había que ser periodista antes que nada. Hoy parece que lo primordial
para infinidad de periodistas (véanse tertulias y otros contubernios) es
ponerse con descaro al lado del Gobierno para engañar a los ciudadanos o
ponerse al lado de la oposición para aguardar el momento del relevo. No
obstante, el futuro de la profesión está a salvo porque no dejan de
surgir brotes verdes de dignidad. Periodista es una palabra muy grande.
Hay que ser periodista antes, incluso, que demócrata.
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