martes, 9 de septiembre de 2014

El caso Pujol y el periodismo que no fue / Josep Carles Ríus

A principios de los ochenta, la autonomía recién recuperada era frágil y el periodismo catalán desarrolló un insano instinto de protección. Esta sintonía entre la política y el periodismo contribuyó a la cohesión de la sociedad catalana, pero, a la vez, también creó la ficción del llamado oasis catalán. Los casos de corrupción que estallan hoy se larvaron en aquellos viejos silencios. Silencios ante la hegemonía política del pujolismo, silencios de quienes recibían subvenciones; silencios del Estado ante un político que mantenía Cataluña ‘bajo control’; silencios, después, de quienes le vieron como un nuevo baluarte de sus posiciones políticas… silencios en definitiva ante la corrupción del sistema. 

Sólo una minoría de periodistas fue a contracorriente y lo pagó con el ostracismo. La mayoría de los grandes medios de referencia, privados y públicos, callaron. ¿Por qué? Estas son diez respuestas que pueden servir tanto para Cataluña como para el conjunto de España. Diez claves aprendidas de la propia experiencia. Y la mala noticia es que este diagnóstico no es del pasado. Es también del presente y podría anidar nuevos silencios.

1.    Falta de independencia. Para combatir la corrupción es esencial que los ciudadanos den credibilidad a los escándalos que se publican en los medios y que, en consecuencia, castiguen la corrupción en las urnas. Sólo unos medios independientes podrían evitar que los ciudadanos conciban las informaciones de corrupción como estrategias de destrucción del contrario. El sectarismo de los medios representa un claro déficit en la calidad de nuestra democracia. El periodismo independiente perdió la guerra en Cataluña y en España. Los silencios ganaron. Pero fue una victoria pírrica porque, en el fondo, son los principales causantes del descrédito del periodismo, el que aleja a los ciudadanos y hunde a las empresas de comunicación. Sólo la recuperación de la dignidad y la independencia, respecto a las los poderes políticos y económicos, salvará el periodismo y, paradójicamente, a las empresas editoras. 

2.    Exceso de propaganda ¿Qué es la portada de un periódico? ¿O la escaleta de un telediario? La página y el espacio donde los responsables editoriales del medio comunican a los lectores aquello que es más importante, relevante. ¿Aquello que el lector debe saber, necesita saber? O, por el contrario, es la portada o la pantalla un cartel de propaganda al servicio de intereses más o menos inconfesables. Algunos periodistas han abrazado causas, un fin superior por el que se justifican todos los medios. Incluso la distorsión de la realidad. Han renunciado no sólo a la independencia profesional, si no al principio de ecuanimidad y neutralidad como garantía indispensable de la misión informativa. En algunos casos, especialmente en las tertulias, la beligerancia personal se exhibe y hasta es aceptada socialmente como un valor intrínseco y obligado de la función periodística.

3.    Crisis de confianza: La opinión pública tiene la percepción de que la prensa ha abandonado su función social para atender sus propios intereses. En otras palabras, que la prensa ha renunciado a la que era su principal función, la de reflejar la realidad de forma honesta y con voluntad de veracidad e independencia. Es una crisis de credibilidad y confianza. Los lectores habían otorgado un inmenso poder a los periódicos, a “sus” periódicos. El mal uso de este inmenso poder explica la ruptura de confianza en primer término y de credibilidad después.

4.    Tiempos de incertidumbre. Si los periódicos, televisiones o cadenas de radio son menos libres, sus periodistas, también. Pero como ocurre siempre en las épocas difíciles, hay quienes se acomodan a la situación y quienes plantan cara, dentro y fuera de los grandes grupos. Algunos periodistas han interiorizado que son simples empleados de una empresa, y no profesionales libres con una función básica en democracia, la de ser garantes del derecho constitucional a la información. La precariedad laboral no contribuye a la independencia de los periodistas en el seno de sus empresas.

5.    ¿Adiós a los editores? Durante el siglo XX una parte de la prensa escrita consiguió un binomio virtuoso. Fue un magnífico negocio y, a la vez, prestó un servicio público a la comunidad. La figura del editor podía encarnar esta dualidad, la suma de un gran poder político y económico y a la vez con vocación de participar en el bien común. Pues bien, la crisis ha roto el binomio y la pregunta es si aún se mantiene la voluntad de servicio público. Y si aún existe la figura del editor, o por el contrario, ha desaparecido a manos de fondos de inversores opacos o de altos directivos que actúan de forma irresponsable.

6.    Una crisis más en el sistema. Los medios son un reflejo de la sociedad y el momento histórico en el que viven. En este sentido, participan inexorablemente de la crisis de valores de su entorno, tanto político como social, económico y cultural. La prensa libre es uno de los pilares básicos de la democracia y su debilidad actual es fruto de la erosión de su independencia y, en última instancia, de la fatiga y descrédito del sistema político actual. Los periodistas son considerados, por muchos, cómplices del poder. En España la crisis de la prensa está ligada a la crisis general de las instituciones. La prensa no fue útil, porque no predijo el desastre. Porque guardó silencio durante los años en que se gestaban las burbujas de la corrupción, de las finanzas, de la especulación inmobiliaria, de las infraestructuras tan faraónicas como prescindibles…

7.    Redacciones sin libertad. Muchas redacciones, diezmadas y atemorizadas por la crisis, se han convertido en pequeñas dictaduras, no sólo al servicio de las empresas sino, en muchos casos, de cúpulas directivas con sus propios intereses. Son redacciones que no funcionan como la suma de periodistas libres, si no como verdaderos ‘ejércitos’ al servicio de intereses ajenos a la información. Redacciones que son víctimas de verdaderos regímenes donde se persigue la disidencia. El disidente, el que no comparte el concepto de disciplina ciega, el que no está dispuesto a comulgar con los intereses políticos del medio, es el primero que luego aparece en las listas de los Expedientes de Regulación de Empleo (ERE) de los periódicos.

8.    Crisis ética. De alguna forma podemos hablar de una ‘crisis ética’, entendida como deontología colectiva y no como moral individual. La ética que establece un conjunto de requisitos razonables y racionales en favor del bien común, a partir de los valores y códigos sociales en una democracia. La ética que, en definitiva, tiene el objetivo práctico de establecer si una actitud es socialmente responsable. El lector llega a la conclusión que ya no existe la prensa entendida como servicio público, donde el beneficio y el legítimo ánimo de lucro están sometidos al interés general y al derecho a saber. Y algunos medios, privados o públicos, han cruzado, en este sentido, todas las líneas rojas. Por las estrategias de los grandes grupos, pero también por la renuncia individual a los principios éticos.

9.    Derrota colectiva y esperanza. Y esta ha sido una derrota colectiva. Médicos, maestros, jueces… han sabido defender su función social. Los periodistas no. Muchos se creyeron empresa o defensores de causas políticas. Y olvidaron que eran garantes de un ‘bien público’, como la sanidad, la educación o la justicia. Los periodistas en su conjunto fuimos incapaces de plantear reivindicaciones colectivas y salimos derrotados sin ni siquiera librar la batalla. La esperanza está en el compromiso y el coraje de muchos de los periodistas, que hacen su labor a contracorriente. Y en muchos casos, está entre líneas. Y tal como ocurría en la dictadura, es necesario aprender a descubrir y leer a periodistas que han logrado crearse sus propios espacios de libertad en las páginas de los diarios.

10.    La hora de la emancipación. Parte de la audiencia ha decidido emanciparse. Ahora tiene una alternativa a los grandes medios, la red. Y allí encuentra dos círculos de confianza y credibilidad, el suyo personal y el que le ofrecen medios emergentes. Y la pregunta es si los grandes medios lograrán acometer esta regeneración. Por el bien de la salud democrática, la respuesta debería ser ‘sí’. Pero sea cual sea la suerte de los grandes medios, el periodismo de siempre, el que busca la veracidad desde la independencia y la honestidad tiene más futuro que nunca. 

(*) Decano del Colegio de Periodistas de Cataluña 

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