Lo escribió, a finales del siglo IXX, Honoré de Balzac, el inmortal
autor de “La Comedia Humana”, – que las tenía todas, quizás con toda
razón, contra los periodistas: “Cualquiera que haya estado dentro del
mundo periodístico o del mismo forme aún parte, se encuentra en la
necesidad de saludar a los hombres que desprecia, de sonreír a su peor
enemigo, de llegar a pactos con las más lúridas bajezas, a mancharse las
manos queriendo pagar a sus agresores con su misma moneda. Se
acostumbra a ver pasar el mal a su lado sin reaccionar, se comienza con
aprobarlo y se acaba con cometerlo. Al fin, el ánima, permanentemente
manchada con transacciones vergonzantes, se hace mísera y esa especie de
muelle-ímpetu que tenemos dentro termina oxidarse”.
Todos los que nos dedicamos, quizás por eso que llamamos vocación,
palabreja que no tiene ningún significado preciso, pues todos de cuando
niños queríamos ser bomberos o, en mi caso torero, tal y como ahora
desearían ser Messi o Cristiano Rolando. Quizás fuera sólo la
casualidad, reina madre nutriente del albear donde habitan los destinos
del hombre, la que me hizo formar parte de este “mester de juglaría”,
pelea de presumidos gallos incontrolados .Y van por los sesenta años,
1956 más o menos si la memoria no me traiciona, cuando leyera mi primera
colaboración, fechada en París, en el vallisoletano “El Norte de
Castilla”, dirigido por Miguel Delibes.
Memorias de muy lejano pasado. De muy reciente, por el contrario, es
la triste noticia de la despedida de este “mondo cane” (“perro mundo”)
de José Virgilio Colchero. Y ya son cuatro meses que nos falta,
noviembre del 2015. Me he enterado con inesperado retraso a través del
último Boletín mensual que publica la Asociación del la Prensa de
Madrid. Como premisa estoy dispuesto a jurar que las invectivas de
Balzac contra nuestro oficio, no rozaron, ni de lejos ¡qué envidia! a
Pepe Colchero. Su honorabilidad humana y profesional no se lo hubieron
permitido. “Un periodista, – escribía Indro Montanelli – , es el que
redacta la noticia, el buen periodista es quien comprende cuanto
escribe”. Pepe Colchero pertenecía a esta privilegiada casta. Mantuvimos
una estrecha y sincera amistad. Yo infatigable reportero viajando por
la redondez de la Tierra, en la mayoría de las ocasiones como enviado de
la TVE nacional y otras como escribiente para diversos medios
informativos de papel, y ahora en digital.
El periodista, pienso que lo mejor es que haya pasado por la
disciplina académica de las aulas universitarias, debe saber un poco de
todo y mucho de una cosa. Pepe Colchero sabía mucho de todo, pero su
especialidad preferida eran los armamentos, él, incapaz de matar una
mosca y dudo mucho que supiera manejar un arma, como no fuera la
escopeta de perdigones del “pin, pan, pun” de las casetas de feria.
Sabía, con absoluta precisión de que calibre eran los portamisiles del
Pacto de Varsovia que apuntaban contra los otros europeos de la OTAN. Y
al contrario. Yo, que de estas cosas no he entendido ni una jota, lo
admitía como artículo y dogma de Fe, pero siempre, siempre, con la duda
de que me estuviera metiendo una trola. Entre otras cosas porque yo, de
cañones, conocía sólo los de Navarone, aquellos de Gregory Peck, David
Niven y Antony Quin.
Y ahora me estoy viendo aquí, en una vieja fotografía, en lo alto de
las sagradas ruinas de la Acrópolis de Atenas, inmortalizados junto a mi
esposa, Pepe Colchero, Rafael Ortega, otro gran periodista, colega en
Roma de Radio Nacional de España, de la TVE y de muchas otras aventuras
de las letras escritas y habladas y el que esto suscribe. Debía ser en
el año de gracia de 1977. Porque de lo que recuerdo es que de allí a
poco tiempo, volamos a Jerusalén para llegar a tiempo de presenciar, 19
de noviembre de 1977, la histórica visita de Anwar El Sadat, presidente
islámico de Egipto, a Jerusalén, por especial invitación de Menájen
Begin, jefe del gobierno de Israel. El día siguiente, 20 de noviembre,
el presidente egipcio pronunció un histórico discurso ante la asamblea
parlamentaria, la “Keneset”, recitó una oración en el “Yad Vashem”,
sagrario israelí de las víctimas del “Holocausto”. No podían faltar, en
nombre de Alá, sus oraciones en la Gran Mezquita “Al-Aqsa” de Jerusalén.
José Virgilio Colchero, “el colcherito leré…”, le cantábamos bromeando
ese alegre grupo de amigos de la prensa. Pero ya he dicho que sabía
mucho de todo y que sus amores profundos fueron dos, Evelyn, su
queridísima esposa, que, como la Penélope de la Odisea, le esperaba
pacientemente en su ideal Atenas y…la balística. Lo de Virgilio, le
decía, me recordaba a “La Divina Comedia”, cuando Dante se deja guiar
por el poeta latino…”Nel mezzo del camin di nostra vita…” (…en medio del
camino de nuestra vida…), porque, efectivamente estábamos en esa
estación de juventud-madurez creadora, en medio del camino de nuestra
vida.
Estés donde sea, no se te olvide decir a San Pedro que no desenfunde
rabioso y airado su espadón, que, cuando el gentío quiere, siempre se
entenderá con buenas y razonadas palabras. Bastaría, alternativamente,
ceder un poco. Una vez a uno y la siguiente al contrario.
(*) Periodista español
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