domingo, 20 de enero de 2019

Las heridas del periodismo necesitan cicatrizar ya / Javier Morales *

Recuerdo que una de las primeras clases que tuve como estudiante de Periodismo, a finales de los ochenta, fue realmente desalentadora. Uno de los profesores nos recibió con la peor de las noticias. Nos dijo que no entendía qué hacíamos allí, que éramos unos ilusos. 

Nos aconsejó que lo mejor que podíamos hacer era irnos a nuestra casa, cambiarnos de carrera, porque la profesión estaba tan mal, el índice de paro y la precariedad era tan altas, que nuestro futuro como periodistas estaba muerto casi de antemano. 

Me asaltan estos recuerdos cada vez que leo noticias, tan desgraciadamente abundantes, sobre la crisis del periodismo, como la cancelación de informativos en el canal Cuatro, y tan bien recogidas en el libro ‘Periodismo herido busca cicatriz’ (Plaza y Valdés), de Javier Mayoral.

Además, nos explicó aquel profesor con una dialéctica marxista, la propiedad de los medios de comunicación está en manos de unas élites que impiden la libertad de prensa. Prefiero deciros la verdad antes de que sea demasiado tarde. No perdáis el tiempo.

A pesar de lo tenebroso de los augurios, creo que ninguno de nosotros se fue a casa. Supongo que los motivos para quedarnos fueron distintos: por inercia, porque no teníamos otras alternativas, porque las dificultades no iban a pesar en nuestra decisión de ser periodistas, por idealismo, por pereza o simplemente porque uno desea desilusionarse por sí mismo.

Han pasado los años, las dificultades para quienes se toman en serio el oficio son cada vez mayores, la crisis digital y la precariedad laboral han diezmado las redacciones y mermado la libertad de prensa. Y sin embargo, a pesar de que la realidad me dice a veces lo contrario, nunca me he arrepentido de ser periodista, el mejor oficio del mundo, aseguraba García Márquez.

Un oficio que cada vez es más complicado ejercer. Según el último informe de Reporteros Sin Fronteras, en 2018 fueron asesinados 80 periodistas en el mundo, 348 estaban encarcelados y otros 60 fueron secuestrados. Cifras que reflejan el aumento de “una violencia inédita contra los periodistas”. Al poder nunca le gustó la prensa. Y menos al poder autocrático. 

Lo estamos viendo en Brasil, Venezuela, Nicaragua o en Estados Unidos, un país en el que la libertad de expresión es uno de los baluartes de la Constitución. Los hechos son sagrados y las opiniones son libres, aprendíamos del periodismo anglosajón en la Facultad de Ciencias de la Información. Trump, apoyado en ciertas élites financieras y en las redes sociales, ha convertido en “verdades” grandes mentiras, a base de repetirlas. Lo ha aprendido de Goebbels, como Salvini o Abascal.

En nuestro país, una de las principales amenazas para la libertad de prensa es la precariedad laboral, aseguró en una entrevista radiofónica el presidente de la sección española de esta ONG, Alfonso Armada. 

Como advirtiera Vázquez Montalbán mucho antes de que el periodismo cambiara para siempre con la revolución digital, creo que sin derechos, económicos e individuales, la libertad de prensa es papel mojado. Los periodistas solo pueden obedecer a la voz de su “amo”. 

Y, parafraseando a Bolaño, sin libertad de prensa la mentira se mueve por autopistas, mientras que la verdad lo hace por carreteras secundarias. La democracia, entonces, estará herida de muerte. Como el periodismo.

Y sí, el periodismo está herido, muy herido. Y busca una cicatriz. Lo cuenta muy bien el profesor Javier Mayoral en su ensayo Periodismo herido busca cicatriz, publicado por Plaza y Valdés. En esa búsqueda, dice Mayoral, el periodismo ha de encontrar una nueva identidad.

La cicatriz debería venir del propio periodismo. Hay ejemplos muy valiosos y necesarios en el mundo digital, como este Asombrario en el que escribo estas líneas. Pero creo que a la hora de restañar las heridas deberíamos darle una segunda oportunidad al papel, sin renunciar a la presencia en Internet. El papel es ahora revolucionario. La revista gallega y en gallego Luzes, que dirige Manuel Rivas, podría ser un ejemplo de esta nueva manera de resistir al poder, de combate contra la mentira. 

El periodismo nunca debería dejar de ser combativo. Y para eso necesitamos la alta tecnología Gutenberg. Necesitamos el papel porque necesitamos pararnos un momento, necesitamos reflexionar, palpar las páginas, las palabras. Necesitamos ver el conjunto, el bosque y los árboles que lo integran. 

Tenemos que contar las historias por escrito, en papel, para que no se olviden. Como aventuraba James Salter en su última novela, Todo lo que hay: “Llega un día en que adviertes que todo es un sueño, que solo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de ser reales”.



(*) Escritor, periodista y profesor de escritura creativa


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