miércoles, 24 de julio de 2019

Yo creo, yo pienso… o el fin del periodismo / Félix Madero *

Con “agostidad”adelantada me voy tomar la libertad de recomendar a los lectores de Vozpópuli, tan preocupados por el fututo de España y la manera un tanto burda en la que se van enjaretando los estados de opinión, un libro fascinante. Se titula “Reportero”, está editado por Península, y lo ha escrito Seymour M. Hersh, el que dicen en la portada que es el último gran periodista americano. Lo mismo dice The New York Times: “Simplemente el más grande reportero de investigación de su era”. 

Suelo espantarme ante afirmaciones tan tajantes, pero con semejantes referencias sólo puedo decir que leyendo estas memorias, tan necesarias y urgentes para todo periodista que quiera serlo, quedará claro de qué va mi oficio y lo poco que se parece a lo que hoy hacemos los que nos llamamos así, periodistas. Así nos titulamos, sin reparar en lo que hemos ido perdiendo por el camino.

Me atrevería a decir que leer Reportero bastaría para que los alumnos se ahorraran la martingala de unos cuantos años estudiando una carrera en la que enseña de todo menos a ser un periodista de verdad. Los periodistas de verdad raramente están en las aulas. El libro debería ser de lectura obligatoria para aquellos que tengan dudas entre hacer Periodismo o, por ejemplo, Ingeniería biomédica. Y también para aquellos que nos siguen, critican y esconden sin saberlo un alma de periodista que no saben que llevan dentro.

Dentro de poco tendremos gobierno. No podremos poner el contador a cero, pero sí esperar a los consabidos 100 días para destrozar a un gabinete cuya estructura no tiene antecedentes desde la Segunda República. Digo destrozar porque en lo referente a la política nadie en mi profesión se dedica a alabar lo que hacen los políticos. Y si lo hace, no es un periodista. Es otra cosa que, de tan evidente, no hace falta nombrar.

La opinión ha ganado la batalla a la información. La crisis se ha llevado por delante algunos inmutables principios y ha traído para las empresas editoras -las pocas que quedan en España y no están en manos de los bancos- la evidencia de que la información, las noticias, son caras de conseguir cuando realmente son tales, mientras la opinión es barata, cambiante y poco arriesgada para el medio que las publica, que todo cabe en nombre de la pluralidad.

Las noticias son el único argumento contra la propaganda, y sin embargo cada vez hay menos. Las televisiones y las radios llenan sus parrillas de opinadores que nunca han estado en el sitio del que hablan ni han visto, ni han hablado de las personas de las que hablan. Da igual que lo que digan sea o no verdad; sea o no una opinión independiente. Volverán a la siguiente semana. Sólo los aburridos, los que no dan espectáculo e intentan razonar con datos y hechos resultan prescindibles. Y, sin embargo, son los únicos que caben en el libro del que les hablo.

Dice nuestro periodista que “es un superviviente de la era dorada del periodismo, ese tiempo en que los que trabajamos en prensa escrita no teníamos que competir con canales de noticias de 24 horas, en el que los periódicos nadaban en la abundancia gracias a los ingresos por la publicidad y anuncios clasificados, en el que yo tenía libertad para viajar. (…) Disponíamos de tiempo suficiente para informar sobre una noticia de última hora sin tener que basarnos constantemente en lo que aparecía en la página web del periódico”.

Dice nuestro periodista que él habla y recuerda un tiempo en el que no había tertulias televisadas -ahora se televisan hasta las de la radio-. No había tertulias “de expertos” ni periodistas que iniciaran sus respuestas con las dos palabras más mortíferas en el Periodismo: Creo que… Pienso que…

Es difícil salir indemne de esta feroz y razonada crítica de Seymour M. Hersh. Yo mismo, que dirijo la tertulia de “El Enfoque” en Onda Madrid, caigo a diario en ella. Que lo sepa, que lo reconozca, no quita que haya olvidado lo que debemos hacer. No ayudan los editores, muchos de ellos en manos de poderes que resultan a todas luces refractarios a la más mínima noción de un Periodismo libre, independiente. 

No ayudan las urgencias con las que trabajamos. Tampoco lo que entendemos por competencia entre nosotros donde tantas veces sufre la verdad. No ayuda que los autores de noticias inciertas no sean penalizados, es más, incluso suelen salir del atolladero con más brío profesional. Que esto sea así no quita para que recordemos que hubo una forma de hacer el trabajo que dignificó a los periodistas y a aquellos que los seguían. ¿Volveremos a trabajar así? No, radicalmente no lo creo. Razón de más para que este verano se dé el gusto de leer este “Reportero” y pueda sentir el placer de cómo se hace el buen periodismo.

En el momento en que escribo pico de tertulia en tertulia. Todo son conjeturas, divagaciones, nombres si confirmar… Hasta hay quien afirma que tendremos 21 ministerios. Todas las tertulias aseguran que Pablo Iglesias es el ganador. ¿Ganador de qué? ¿Pierde Sánchez? ¿Sólo él? Y así seguimos, instalados en el mundo de los indicios y las insinuaciones. La mistificación domina, la transparencia sufre, y sin embargo parece que no se ha roto nada. No lo crean. Jugar con las cosas que no tienen repuesto tiene un precio que ya estamos pagando.

Tuve un profesor en la Universidad que solía decir que una noticia era todo aquello que alguien en algún lugar del mundo esconde, el resto es propaganda. Es una pena que lo hayamos olvidado con tanta facilidad.


(*) Periodista


Renovación del 'criterio periodístico' / Gonzalo Torné *

Durante las pasadas elecciones generales (que para mayor desgaste del sufrido votante fueron también autonómicas y europeas) afloró, entre el habitual desfile de berrinches, enfados de cara a la galería, lealtades puestas en duda, disputas internas e intentos de pescar en otros caladeros, un debate que prometía mucho y que sería una lástima dejarlo pasar sin apurarlo a fondo. 

El corazón de la polémica era la irrupción de Vox, un partido que hasta el momento se había caracterizado por defender medidas que vulneraban la Constitución, contrarias a las ciencias de la salud de mental, o cuya implementación requeriría forzar los límites actuales de la ciencia (se necesita una máquina del tiempo para volver a vivir en plena Reconquista). Una bicoca para la información-espectáculo. 

Amparados en que el partido había entrado en el Parlamento andaluz, y que las encuestas casi aseguraban su presencia en el Congreso, algunos periodistas tantearon la posibilidad de invitarles a los debates electorales. Su presencia se frustró porque contravenía el reglamento -si no recuerdo mal a los debates sólo pueden acudir partidos ya representados en los parlamentos-. 

Da lo mismo, lo interesante aquí es que escuché a varios profesionales esgrimir el criterio periodístico tanto para denunciar su vulneración como para señalar la conveniencia de que en adelante se privilegiase dicho criterio sobre el reglamento. De lo que se trataba era de dejar el campo libre a los profesionales. 

No es la primera vez que escucho hablar de criterio periodístico. Desde hace por lo menos cinco años (pero igual llevamos así cerca de una década), en cada ocasión que se convocan elecciones los redactores de los informativos de TV3 se niegan a firmar las piezas de campaña en señal de protesta hacia una normativa electoral que determina (a diario) el tiempo que se le debe conceder a cada partido (y el orden en el que cada uno ha de aparecer en pantalla) en función de su número de escaños. 

Los periodistas catalanes -otro tanto ocurre por ejemplo con los de TVE- piden que dicho reparto se decida en cada noticiario, atendiendo a un criterio periodístico. Déjenme decirlo, el debate está servido.

En principio, estoy decididamente a favor de la regulación. Me parece bien que una entidad superior al gremio periodístico (esto es, los representantes del conjunto de la sociedad española) arbitren de alguna manera los usos y costumbres de los profesionales. 

Tampoco defendería nunca que el criterio novelesco justifique que me dejen abrir la correspondencia del vecino o perpetrar allanamientos de morada, por mucho que nos inspirase y facilitase el trabajo a nuestro gremio, pues la desregularización de estas leyes (o la proliferación de excepciones según un incierto criterio novelesco) perjudicaría la convivencia. 

De todos modos, no creo que ningún periodista defienda una desregularización radical, sólo en momentos de excitación muy aguda puede llegar a oponerse como dos sustancias antagónicas el criterio periodístico y la sujeción a ciertas normas. 

Desde el momento en el que se desactiva el antagonismo grueso entre el criterio periodístico y los esfuerzos reguladores nos adentramos en un amplio campo de juego, de matices casi infinitos, donde poder articular una convivencia más efectiva que la actual. Para terciar en este debate se requiere de conocimientos prácticos de los que carezco, y una paciencia y una atención al detalle que amenazarían con el naufragio de este artículo. 

De manera que para pasar el rato que todavía nos queda antes de poner el punto final propongo que le demos dos vueltas al criterio periodístico, pues tengo la impresión que damos por seguro que debe favorecer inequívocamente a los intereses de los profesionales de la información. Y el asunto quizá sea un poco más complejo. 

El periodismo establece una comunicación; podemos imaginarlo como una especie de puente entre quienes ofrecen información y la comunidad a la que se dirigen. Los primeros recogen material del mundo y lo elaboran; los segundos, gracias a este material informativo confirman o tensan sus prejuicios, y elaboran una imagen cambiante de cómo están y evolucionan las distintas zonas del mundo, con el que establecen distintas relaciones de alcance: locales, urbanas, regionales, estatales, continentales, mundiales, e incluso (cuando de meteoritos se trata) galácticas.

El criterio periodístico parece favorecer a ambos extremos cuando se pide que leyes y reglamentos dispongan de puentes espaciosos, donde se circule sin trabas. Pero, ¿favorece también al informado que se aprovechen estas facilidades para mantenerlo informado al detalle y al minuto? Aquí es donde tengo serias dudas. 

Quizá sería más beneficioso que la información no nos llegase en oleadas tan densas y veloces, de manera reiterada y machacona, sujeta a matizaciones desquiciantes, que por si fuese poco reverberan en la resaca informativa conocida como redes sociales. Si el criterio informativo se pusiera del lado del receptor y no del emisor quizá convendría regular la intensidad y la frecuencia, a la baja. 

¿Qué imagen nos llega del mundo desde el puente de la información? Una pregunta demasiado complicada sólo puede ofrece respuestas insatisfactorias, pero si nos circunscribimos al escenario de la actualidad política lo que yo percibo es un embrollo espasmódico protagonizado por unos actores incontinentes, que responden a cada movimiento nimio de los hechos con un chorro de declaraciones y réplicas. 

Les recomiendo que pasado un tiempo acudan a la hemeroteca y calculen lo despacio que progresan los procesos políticos y lo deprisa que se acumula el parloteo.

Quizá el criterio periodístico debiera protegernos un poco del bombardeo de declaraciones y opiniones, contribuir a sostener áreas de reposo, leves apagones de silencio. No me estoy despeñando por el precipicio del adanismo, no le pido a las televisiones y a los periódicos (que al fin y al cabo son empresas) a que renuncien a su espacio y lo cedan a sus competidores. 

Creo que en el caso que nos ocupa (la información de la política de partidos) lo mejor sería que el criterio periodístico revertiese contra los responsables públicos. Que relajasen los canales de información callándose un rato, a poder ser obligados ley. 

De nuevo cedo la tarea de pensar por dónde meter la tijera a los técnicos, pero se me ocurren dos propuestas concretas, de aplicación inmediata, que aliviarían a los periodistas, despejarían los oídos de los ciudadanos y probablemente ayudarían a nuestros representantes legítimos (y sus satélites de asesoramiento) a concentrarse en su tarea. 

La primera: no permitirles que comentasen a diario los movimientos imperceptibles del día; si por mi fuese con que hablasen sólo el jueves habría más que suficiente, pero como es de suponer que deshabituarse al empleo recurrente de la palabra llevará tiempo, me conformo con que se obliguen a un par de días de estricto silencio entre semana, inspirados en la jornada de reflexión que nos endosan a los votantes para recordar la responsabilidad derivada de introducir un sobre en una urna. 

La segunda, dictada al hilo de la actualidad, pero de incalculables beneficios a medio y a largo plazo, pasaría por la prohibición de hablar y declarar durante las negociaciones para formar Gobierno, coalición, o investirse. Éste es sin duda un asunto espinoso que da para un tratamiento más extenso: pasaría por recordar que la responsabilidad de un político no es el control del relato ni la destrucción de su adversario, sino la formación de mayorías parlamentarias con las que gobernar. 

El equivalente de su comportamiento trasladado a mi gremio sería un novelista que no nos dejase leer nada hasta que terminase su maldito libro, y que entre tanto nos obligase a escuchar (¡a diario!) sus quejas, vacilaciones, avances y retrocesos: un espectáculo grotesco de impotencia, ensimismamiento y vanidad. Pero no seguiré por aquí: me llegan los dulces presentimientos de una sociedad donde se han impuesto estos criterios periodísticos y me parece que con muy poco esfuerzo se obtendría una notable mejoría.


(*) Escritor


lunes, 15 de julio de 2019

Criterio periodístico / Suso Pérez *

El papel de los medios de comunicación en la divulgación de informaciones resulta esencial para entender la definición misma de lo que es noticia. Hoy en día, sin embargo, ese esquema se tambalea, y es frecuente que los medios se vean reproduciendo algún suceso puramente llamativo que se expande por el mundo de las redes sociales, pero que deja la duda de si se trata realmente de una noticia.

Hemos tenido un ejemplo significativo esta semana con el caso de los insultos que una mujer dirigió a dos lesbianas por besarse en un vagón del metro de Barcelona. La grabación de esa escena fue subida a las redes y alcanzó una difusión masiva. Seguidamente, la mujer que había protagonizado esa presunta agresión verbal se puso en contacto con La Vanguardia para explicar su versión de lo ocurrido a través de un vídeo.

Los lectores Daniel Rodríguez y Javier García Martín enviaron sendas cartas al Defensor para quejarse de que se hubiera divulgado este segundo vídeo en la web del diario. Daniel Rodríguez consideró que era “una irresponsabilidad por parte del diario dar voz a una persona que justifica una agresión, así como difundir un discurso plagado de odio y lgtbifobia”.

Por su parte, Javier García Martín planteó que en el vídeo “no hay ninguna repregunta ni ninguna edición ni se complementa con ninguna información de contexto. Su visionado es absolutamente ofensivo para cualquier persona que ha sufrido ataques de este tipo. No critico que se dé voz a todo el mundo, pero ¿dónde está la función del periodista? ¿Publicarían igualmente un vídeo de cualquier agresor de una mujer dando “su versión de los hechos”?

El subdirector Enric Sierra explica que “estamos ante un caso sobre violencia hacia el colectivo LGTBI en el que La Vanguardia, que ha dado reiteradas muestras de estar al lado de las víctimas de la lgtbifobia (en editoriales y numerosos artículos y reportajes), publicó la primera información sobre los insultos y amenazas que profirió esta persona. 

Asimismo, la agresora envió un vídeo al buzón del lector de La Vanguardia para dar su versión de los hechos y pedir disculpas. La Vanguardia visionó el vídeo y redactó una noticia dando contexto periodístico a las explicaciones de esta persona y en la que se incorporó el vídeo dentro de la información sin manipularlo”.

“El debate que se abrió en los comentarios de los lectores –explica Sierra– no fue contra la publicación de ese vídeo sino sobre el concepto del perdón y si el arrepentimiento que esta persona manifestaba era creíble. Por otra parte, numerosos medios de comunicación de España solicitaron a La Vanguardia el permiso para publicar el vídeo de la agresora”.

“El hecho de publicar una noticia con la explicación de un presunto delincuente –añade el subdirector– no convierte en ningún caso al medio que la hace ni en cómplice ni en coautor de los hechos. Nunca ha sido así, y hay muchos ejemplos a lo largo de la historia del periodismo”.

Dar voz a alguien nunca puede ser, efectivamente, un problema para el periodismo. La reflexión tiene que ir más allá y debe conducirnos a recuperar los conceptos sobre lo que es noticia. El periodismo debe pararse a reafirmar cuál es su función informativa para no verse arrastrado por esta inevitable vorágine actual, en la que todo el mundo lo filma todo para divulgarlo cuanto antes en las redes sociales y en la que a menudo el interés del tema reside exclusivamente en el morbo, el escándalo o la polémica. 

Nuestra labor va mucho más allá a la hora de detectar, analizar y exponer lo que ocurre en la sociedad.


 (*) Periodista


jueves, 4 de julio de 2019

El sector de medios de comunicación de EEUU enfrenta difícil año laboral

CHICAGO.- La industria de los medios de comunicación en Estados Unidos enfrenta su peor año en una década por los despidos laborales, mientras las empresas mediáticas siguen reduciendo personal y cerrando espacios, de acuerdo con un informe de la consultora Challenger Gray & Christmas.

Según el relevamiento divulgado esta semana, las empresas de medios de comunicación, que incluyen cine, televisión, publicidad, edición, música, radiodifusión y prensa escrita, anunciaron planes de recortar 15.474 empleos en lo que va del año, de los cuales 11.878 corresponden a organizaciones de noticias.
Eso es cerca de tres veces más que los 4.062 recortes anunciados en el sector de los medios en 2017 y representa el mayor recorte desde la crisis económica de 2009.
"Miembros de los medios, especialmente periodistas, han tenido unos años difíciles", dijo Andrew Challenger, vicepresidente de la consultora con sede en Chicago.
"Muchos empleos ya estaban en peligro debido a un modelo de negocios que trató de satisfacer con publicidad la demanda de los consumidores de noticias gratis. Los medios de comunicación intentaron en muchos mercados poner noticias detrás de anuncios pagos, pero los consumidores optaron por no pagar".
Algunos de los casos más significativos de este año incluyen el cierre de Youngstown Vindicator, el único diario en Ohio city, con 144 puestos de trabajo perdidos, y la venta del New Orleans Times-Picayune, que resultó en la pérdida de la mayor parte de los 250 empleos de la redacción.
Los problemas también impactaron en el sector digital con el recorte en enero de 200 empleos en BuzzFeed y la eliminación en Verizon de 800 puestos en su división de medios, que incluye a Yahoo, AOL y HuffPost, precisó el reporte de Challenger.
Asimismo, destacó que las compañías de medios han sido incapaces de seguir el ritmo de Facebook y Google para adaptar la publicidad para los clientes en función de sus intereses, dificultando la generación de ingresos por las noticias en línea.
"Probablemente el recorte de empleos" siga "hasta que estas compañías sean capaces de encontrar maneras de aumentar sus ganancias en línea", dijo Andrew Challenger.
El consultor agregó que los modelos de suscripción solo funcionarán si las empresas de noticias logran convencer a los consumidores de la importancia y el valor de sus noticias.