MADRID.-Golpeados por el huracán económico y social desatado por la COVID-19,
los medios de comunicación afrontan una paradoja que proyecta nuevas dudas sobre su futuro y densas sombras sobre un modelo de negocio que numerosos expertos consideran agotado.
Y es que mientras que el desafío sanitario global ha tenido un efecto
positivo en las audiencias y en las visitas a las ediciones digitales
de todo el mundo, que se han disparado hasta índices históricos, también ha contribuido a ahondar aún más la aguda crisis de 2012 con el cierre de nuevas publicaciones, más recortes de plantillas, reducciones de sueldos e incluso despidos.
Las cifras son elocuentes: según la agencia Comscore, la audiencia de los canales de televisión
alcanzó un 73% por ciento en la segunda semana de marzo, durante la
explosión de la crisis, y cadenas de noticias como FOX News batieron registros históricos.
En España, y según la agencia Barlovento, la audiencia de los informativos creció un 6.5% en el mes de marzo,
ya con el estado de alarma decretado, con un total de 41 millones de
consumidores -audiencia acumulada-, cifra que significa un aumento de
más de 2,5 millones de espectadores respecto al mes anterior.
La televisión pública BBC anunció a principios de abril que su audiencia aumentó un 24%
respecto al año pasado en medio de los aplausos de los expertos, que
celebran que su información y programación adaptada a la crisis
sanitaria le haya permitido recuperar una reputación socavada en los
últimos años por las disputas políticas.
La avidez de información también se reflejó en internet. Según Comscore, las visitas a diarios y otros medios de información digitales en EEUU se multiplicaron un 18% en la segunda semana de marzo, con 638 millones entradas en páginas de noticias, el máximo entonces del año.
El 30% de ese incremento se produjo en las secciones locales, una
tendencia que fue similar en Europa y América Latina. Aún así, aun lejos
de las imbatibles Google, Facebook, Twitter, Amazón o Yahoo.
“Sí, el público ansía información. Y sí, la información proporcionada por los periodistas es importante. Pero este es un momento incierto para muchos en los medios”,
advertía Tom Jones, columnista de la prestigiosa publicación
estadounidense especializada en medios de comunicación
pointer.org
“Se están acercando tan peligrosamente a ese punto en el que algunos
periódicos se preguntan si podrán sobrevivir mucho más tiempo, y eso
significaría que no podrían proporcionar ninguna cobertura, gratuita o
de otro tipo”, explicaba en un largo artículo.
La publicidad, el talón de Aquiles
Jones apuntaba dos razones en su análisis sobre la evolución y las
carencias de la prensa de digitales: primero, la decisión, errónea a su
parecer, de eliminar el pago y ofrecer de forma gratuita las informaciones sobre la crisis sanitaria del COVID-19.
En su opinión, la confusión entre la vocación de servicio, la
urgencia por ser “el más actualizado” y la necesidad de ofrecer
contenidos de calidad, que se diferencien claramente de las “noticias
falsas” y otros bulos, han restado a los medios la oportunidad de
fidelizar lectores y ganar suscriptores que contribuyan a la viabilidad
económica.
La segunda es el desplome de la publicidad, una tendencia que
igualmente se ha incrementado a medida que la crisis se ha agudizado y
prolongado, ya que más allá de las empresas relacionadas con la
higiene, el resto prefieren evitar que sus marcas se asocien a la
pandemia, que coloniza la mayor parte de las informaciones.
“El nombre del virus supera a ´Trump´ como la palabra clave bloqueada
por la mayoría de las marcas, un problema para los editores de noticias
digitales”, aseguraban a principios de abril en el Wall Street Journal los periodistas Patience Haggings y Sahil Patel.
“Con las pérdidas publicitarias masivas relacionadas con el coronavirus, las suscripciones son más importantes que nunca”, insistía Jones.
Igualmente aquí, las cifras son expresivas: en España, por ejemplo, el despegue del consumo de informativos y de televisión llegó acompañado de una caída de los GPRS
y de los precios de la mayoría de los mercados, desde las cadenas
generales, a los medios digitales y por supuesto de las ediciones
impresas.
Si el desplome de las ventas llamadas de “papel” era una tendencia
imparable desde la crisis del 2012, en marzo de 2020 rozaba la debacle: los periódicos más vendidos en España -a parte de la prensa deportiva- no llegaban a los 75.000 ejemplares.
Y al igual que hace ocho años, cuando la crisis segó miles de empleos
y se creía que había llegado a su cenit, las consecuencias han sido
medidas expeditivas o ERTES, que aunque frenan el primer impacto no
garantizan el empleo a medio plazo.
Crisis de un modelo agotado
“Despidos, recorte de salarios, postergación y/o suspensión de pagos,
es la receta universal de las grandes corporaciones mediáticas frente a
la pandemia. Ese ha sido el itinerario en Chile, Argentina y Uruguay”,
responde Zuliana Lainez, vicepresidenta Primera de la Federación
Internacional de Periodistas (FIP).
“La tragedia es más devastadora para los periodistas regionales en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Centroamérica,
donde como trabajadores autónomos tienen como única vía de
supervivencia la publicidad”, agrega Lainez sobre la situación en
América Latina, que se repite con características paralelas en Australia
y Europa.
En algunos lugares, la necesidad de sobrevivir ha llevado a
soluciones de urgencia como la de reducir la impresión: el Tampa Bay
Times, cuyos lectores son en su mayoría personas de edad, ha optado por
salir al kiosko solo miércoles y domingos.
Pocos han apostado, sin embargo, por proseguir con los planes originales: en Estados Unidos, el New York Times (NYT) ha decidido mantener la estrategia de “muros de pago” y en España, ediario.es ha optado por reducir los sueldos de forma progresiva para tratar de mantener su modelo.
“Queremos repartir los esfuerzos de la manera más equitativa posible y
evitar los despidos mientras tengamos otra opción. No queremos recurrir
tampoco a un ERTE, como están haciendo otras empresas, porque nuestro trabajo es hoy más necesario que nunca”, explica su director, Ignacio Escolar.
“Necesitamos a todo nuestro equipo para poder mantener nuestro
periodismo. A pesar de todo. Más aún en estos momentos, en los que la
información es un bien de primera necesidad”, argumenta en una idea
similar a otros medios nuevos, como la revista Alternativa Económicas,
que tienen muy presente la lección de 2012 sobre el peligroso vínculo
entre los medios de comunicación y las grandes corporaciones
empresariales.
Muchos expertos convergen en esta idea: la inviabilidad de un
periodismo que se mezcla con la política y que depende de fondos de
inversión o grandes corporaciones enpresariales, como PRISA en España,
Telemundo en México o Gannett y Media News Group en Estados Unidos.
“Es un momento de profunda crisis para el negocio local de noticias,
que podría haber sido arrastrado primero por una ligera brisa y ahora se
enfrenta a un huracán”, argumentaba en su última columna en el NYT el
influyente Ben Smith.
“Pero también es un momento de gran promesa para una nueva generación de publicaciones locales en gran parte sin fines de lucro”
en una fórmula que, combinada con la financiación pública, Smith
defiende como la mejor solución para salvar lo único valioso que en su
opinión queda en el periodismo actual “los periodistas”.
Nuevo modelos, viejo periodismo
Smith respalda proyectos como American Journalism Project, impulsado por Elizabeth Green y John Thornton, que trata de revitalizar los pequeños medios locales a través de una modelo financiero sostenible que implique a la sociedad civil, y se beneficie de las donaciones personales y la inversión pública.
“No sé si es una paradoja perfecta, pero sí una gran paradoja”,
explica Alfonso Armada, presidente en España de Reporteros Sin Fronteras
(RSF). “La gente ha descubierto que necesita los medios, pero no está dispuesta a pagar por ellos. Y hay que persuadirle de que la buena información, la que no es bulo, es la de pago”, subraya.
“En esta situación, con el desplome de la publicidad, me temo que
muchos medios no van a sobrevivir, que van a ser víctimas colaterales de
la COVID-19”, lamenta.
Armada, al igual que otros como el periodista y corresponsal Ramón
Lobo, creen que esta es la misma crisis que en 2012, pero aumentada, una crisis sistémica que, más allá del debate sobre las plataformas, la publicidad o el modelo de negocio, es “de reputación”.
Una crisis de valores con un origen claro: el periodismo ha perdido
sus señas de identidad y no solo no responde a las necesidades de los
lectores, sino que parece alineado con el poder, sentado en silencio al
lado de los que causaron la debacle en 2012 en vez de exigirle
responsabilidades.
“¿Por qué el NYT demostró que era una especie de baluarte contra los
abusos de poder de Trump y su patulea?”, se pregunta Armada. “Dando información crítica y bien elaborada. Y eso persuadió a muchos lectores en el mundo de que había que apoyar al periódico subscribiéndose y pagando por la información”, argumenta.
“Si quieres buena información, si quieres una democracia digna de tal
nombre, hace falta información soluble, información potable e
información crítica que sea contrapoder”, insiste Armada, para quien el
bálsamo de Fierabrás es mezclar los valores del periodismo y las
ventajas de la tecnología actual.
“Separarse más del poder, volver a las esencias del periodismo, y
confiar que eso sea rentable”, concluye. “Igual la ecuación no funciona,
pero en algunos países (grandes medios) han demostrado que el buen
periodismo tiene recompensa”, concluye.