Cuando el pasado fin de semana vimos que Ana Alba solo
contestaba con emoticonos a nuestros mensajes de ánimo tras su última
hospitalización, supimos que el final estaba muy cerca. Ella, que nunca
había ahorrado explicaciones sobre su estado de salud, solo era capaz de
enviarnos ahora un corazón rojo. El cáncer contra el que luchó con gran coraje durante
tres años iba a ganar una partida que intuímos difícil desde el
principio pero que jugó sin rendirse jamás.
Sin perder la sonrisa ni la
esperanza de que los médicos encontrarían una solución. Ni en los
últimos meses, cuando los estragos de la enfermedad le hacían la vida
tan difícil, renunció a su sueño de volver a su Jerusalén querida, ciudad en la que fue corresponsal para EL PERIÓDICO en los últimos 9 años.
Ana se ha ido demasiado pronto, a los 48 años, pero nos deja a todos los que la hemos conocido una huella imborrable. A sus compañeros en Israel,
su segunda familia que tanto la cuidó en sus idas y venidas de los
últimos años, cuando se acercaba a Barcelona para sus sesiones de
quimioterapia y al día siguiente volvía a coger un avión para plantarse
en Jerusalén.
En esta redacción, nos quedará el recuerdo de sus
crónicas, escritas siempre desde el rigor y una gran sensibilidad, y de
su profunda humanidad y humildad. Porque Ana ha sido siempre una enorme
periodista y una humilde persona, algo que es difícil de casar en
esta profesión que tanto amaba y a la que con tanta devoción se entregó.
¡Cuántas crónicas nos ha escrito desde la cama del hospital cuando no
podía ni con su alma!
Apasionada de la profesión
Era una apasionada del oficio. No lo concebía sin pasión. Una
devoción que solo competía por la que sentía por sus sobrinas, Aitana y
Daniela, de las que siempre estuvo muy cerca pese a vivir muy
separadas. Recordaba perfectamente que ‘radió’ su primera crónica a los 9
años, la tarde del 23 de febrero de 1981, cuando su
abuela le abrió la puerta de su casa y le soltó: "Abuela, la Guardia
Civil ha entrado en el Congreso de los Diputados. Han disparado al
techo, han dicho todos al suelo. Los diputados se han escondido debajo
de los asientos y creo que la Guardia Civil y una parte del Ejército
quieren dar un golpe de Estado".
Lo había oído decir a los padres de dos
amigas en la puerta del colegio y puso la antena. Era una niña y
apuntaba ya maneras.
Ana tuvo claro que lo suyo era el periodismo internacional. Tanto que
en el año 1997 se plantó en Bosnia-Herzegovina como periodista
‘freelance’, interesada en cubrir las heridas y los traumas que había
dejado la guerra en ese país. Empezó a trabajar para del diario 'Avui'.
Vivió tres años en Sarajevo. Aprendió serbocroata. Hoy la lloran allí
también grandes amigos, a los que siempre trató de dar voz cuando el
mundo se olvidaba de ellos. Luego vino Kosovo y otras guerras y
conflictos, siempre moviéndose en zonas del mundo difíciles con la misma
premisa: las personas en el centro de la noticia. "Personas que nos
abren sus casas, sus corazones, comparten con nosotros momentos íntimos a
menudo en situaciones de gran sufrimiento y horror. Personas por
las que debemos sentir gran respeto y empatía", decía.
Corresponsal impecable
En Israel ha sido una corresponsal impecable para este periódico,
trabajando durante nueve años en ese terreno minado con el mismo rigor, seriedad y profesionalidad que
el primer día. Mientras vio ir y venir a compañeros cansados de dar
siempre vueltas a un conflicto interminable, Ana nunca quiso marcharse
de allí. Creía que había demasiadas injusticias todavía por contar.
"¿Cómo voy a abandonar ahora a mis palestinos?", decía con una media
sonrisa. Imposible olvidar un paseo con ella por la Ciudad Vieja de Jerusalén durante
un bello atardecer y la pasión con la que, desde un profundo
conocimiento, se prodigaba en detalles y anécdotas en cada rincón, pese a
haberlo explicado un millón de veces a cada visitante que con su
inmensa generosidad acogía.
Afortunadamente, el reconocimiento a su labor profesional lo tuvo
en vida. A diario, con las muestras de respeto y admiración de sus
compañeros y con los dos merecidos premios que recibió en el último año.
El pasado mes de mayo fue la segunda finalista del Premio Cirilo Rodríguez y en marzo fue galardonada el premio Julio Anguita Parrado.
Pocas veces se la vio tan feliz como en Segovia, donde recibió el
primero con un discurso espléndido en defensa del periodismo, un
periodismo de "historias que se trabajan como una filigrana, de
historias que se cuecen lentamente" , el periodismo que tanto le gustaba
y tanto practicó.
Vídeo de los compañeros
La pandemia actual obligó a aplazar la entrega
del segundo en Córdoba, prevista el pasado 7 de abril. Hubo una entrega
virtual y compañeros de profesión y de vida le grabaron un
vídeo entrañable. Inmensamente agradecida, nunca pensó que ella podría
ser merecedora de esos galardones que lucen como galones los grandes de
la profesión. Su alegría nos hizo inmensamente felices.
Ana se va también sin ver el estreno de su última gran obra, el documental 'Condenadas enGaza’, ya
prácticamente acabado y realizado junto con la también periodista y
amiga Beatriz Lecumberri. Un documental que se adentra en la situación
de las mujeres de las franja de Gaza que sufren cáncer y que debido al
bloqueo israelí ni pueden viajar ni pueden recibir el tratamiento. Para
Ana, ese era el auténtico drama y no el suyo. Por eso ya muy enferma,
dedicó a estas mujeres sus últimos esfuerzos. ¡Qué grandeza la tuya,
queridísima Ana!
(*) Periodista
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