La formación de los nuevos periodistas multimedia
Releía hace unas semanas un texto publicado en Saladeprensa.org sobre la conversión de los periodistas digitales en periodistas multimedia. Era 1999 y en una universidad española se hacían vaticinios a la espera aún de la banda ancha. El eje de todo era la capacitación profesional ante las nuevas tecnologías. Se apostaba por una formación universitaria que se enfocara hacia las herramientas multimedia de la época (programas informáticos, imagen, sonido, diseño). El CD Rom era toda una novedad que debía enseñarse… No ha transcurrido ni una década desde entonces, y a muchos de nosotros ya se nos hizo tarde para incorporarnos al periodismo 2.0, justo cuando se nos plantea ahora el reto del periodismo 3.0, del cual hablaremos mañana.
Es claro que la vorágine tecnológica rebasa a cualquier programa de estudios, ya no se diga de una generación a otra, sino de un semestre a otro. Por lo mismo, si bien la formación de nuevos periodistas debe considerar las herramientas a su alcance, no debe focalizarse ni mucho menos agotarse en ella. Más importante que aprender a usar Twiter, Flirck, RSS, Flash, Tags, Widgets, Podcast, CSS, Blogs, Wikis y un larguísimo etcétera (que de pronto ya son herramientas comunes para muchos adolescentes), más importante que eso, decía, debería ser entender para qué y cómo se pueden utilizar esas aplicaciones con fines periodísticos.
Pongo un solo ejemplo: 40 mil mujeres embarazadas, convocadas por el diario polaco Gazeta Wyborcza, enviaron otros tantos relatos para contar una misma historia a lo largo de varios años, a las que agregó más de 200 mil fotografías recibidas en su sitio web. Esa fue una historia extraordinaria, contada desde los ángulos más inverosímiles posibles y que, sobre todo, incorporó las voces de la comunidad en una gran pieza periodística, perfectamente al alcance de quien quiera hacer algo así
Otra cosa es el lenguaje periodístico propio del entorno multimedia y del nuevo paradigma: la interactividad. No es sólo una cuestión de narrativa, sino de adaptación del discurso periodístico precisamente para incorporar voces tradicionalmente ignoradas desde los medios en la construcción de nuestras historias. Esto, que parece nuevo, en realidad es lo que han hecho grandes periodistas desde siempre. Baste recordar a Kapuscinski y su atención al otro.
Internet nos ha saltado a la cara en la última década y de pronto pareciera que no sabemos bien a bien qué hacer con ella. Me parece que no es tan complicado. Internet, como medio, exige especialización, del mismo modo que la prensa escrita, la radio y la televisión requiere periodistas que dominen las herramientas que caracterizan a cada una de estas plataformas: la palabra escrita, la palabra hablada y la imagen como centro de la noticia. Cambia el lenguaje periodístico, no la esencia del periodismo. Y si bien cualquiera de nosotros podría desempeñarse dignamente en cualquiera de estos medios, lo cierto es que no es común que brillemos en todos. Salvo particulares excepciones, me parece que no cabe esperar que un periodista sea exactamente igual de bueno en cada una de ellos. No digo nada que ustedes no sepan, particularmente quienes hayan transitado por el desarrollo tecnológico de los últimos 30 años: la división del trabajo dentro de cualquier medio obedece a la necesaria especialización del complejo proceso de construcción de la noticia. Por eso hay reporteros, redactores, correctores, diseñadores, editores, fotógrafos, camarógrafos, productores y todavía un largo etcétera. Como en una gran orquesta, todos saben de música, pero cada quien domina su instrumento.
Sí que podemos esperar que los nuevos periodistas multimedia sean capaces de producir información escrita y a la vez generar clips de audio y video relacionados. La idea tampoco es nueva. Hace ya casi una década, el Instituto Tecnológico de Massachusetts desarrollaba una computadora portátil capaz de transmitir texto, audio y video por vía satelital. La idea era que un reportero pudiera colgar su sus notas directamente en un sitio en la red segundos después de generarlas. A mí me pareció un despropósito. No sólo apuntaba a la depauperización del periodista, sino que pretendía que un reportero cumpliese las funciones de tres, cuatro o cinco profesionales a la vez, y además que publicara o transmitiera información que no había pasado por los filtros periodísticos que hemos establecido en las redacciones para asegurarnos que cumpla con los máximos estándares deontológicos de verificación, rigor, equilibrio…
Ser reportero multimedia, me parece, significa saber de música, dominar nuestro instrumento y, cuando la circunstancia lo requiera, poder ejecutar dignamente casi cualquier otro. Pero eso: de forma excepcional. La empresa periodística que apueste a la sobreexplotación de su personal profesional tal vez gane en inmediatez, pero perderá en calidad informativa. La apuesta de los medios debería ser generar las plazas de trabajo profesional requeridas para que la integración de redacciones multimedia ofrezca lo antes posible al ciudadano la más completa, mejor y más pertinente información periodística, no la más barata.
La red misma es una fuente infinita de información, y los periodistas debemos estar capacitados para someterla al rigor de la verificación, del contraste, de la clasificación… incluso desde el mismo entorno virtual. La justificación de nuestra existencia es el servicio público, y la pertinencia de esto es que los periodistas estamos formados para buscar, organizar, jerarquizar, analizar, comparar y comunicar lo que denominamos "información" en cada historia que contamos. No podemos renunciar a ello.
Si bien es cierto que los medios y los periodistas debemos aprovechar las ventajas de la red 2.0, lo importante sigue siendo la información que transmitimos (y todo el proceso inherente alrededor de ella que distingue al periodismo profesional). Depende de nosotros, los periodistas (particularmente los más jóvenes), que Internet se convierta en la nueva plataforma que resignifique a nuestra profesión y la mantenga como un sistema pertinente, válido y socialmente necesario de clasificación de la realidad, o que se torne en nuestra Némesis.
Y esto me lleva a la última parte de mi intervención, pero no por ello la menos importante: El periodismo ha perdido el monopolio de la información, y creo que para bien; no así el de la interpretación, que es nuestra razón de ser. Internet nos obliga al diálogo con el ciudadano, y eso es bueno, pero ello no implica renunciar a nuestro papel como periodistas ni mucho menos cederlo ingenuamente a individuos o a colectivos que encuentran en la red sus nuevas trincheras de participación. No, ya no somos los agentes únicos de la construcción social de la realidad, pero debemos ser los mejores.
Nuevas tecnologías para el periodismo y la inclusión social
La construcción social de la realidad se está dando en la red, y ha desplazado al periodista como agente único. En términos muy generales, es cuestionable la reacción de los medios ante este hecho, y que podemos apreciar en el espejismo que siguen muchos de ellos, que suponen que la desenfrenada carrera para alcanzar a las TIC es la piedra angular para la sobrevivencia de las empresas, aunque para ello sacrifican al periodismo. Entonces ocurre lo que Kapuscinski nos advertía: "Se diluye la distinción entre información y diversión, lo que conduce a un periodismo disfuncional que no informa a la gente". Muchos lo hemos dicho desde hace varios años: La información se convirtió en mercancía, y el ciudadano en consumidor. Hemos pasado de la profesión periodística al negocio de la información, y de ahí a la industria de los medios… Y todavía hay quienes se sorprenden que el ciudadano abandone a los medios. Lo malo no es tanto eso, como la disfuncionalidad social: La gente consume gran cantidad de datos, pero ya no digiere información.
El desarrollo de Internet y las herramientas 2.0 representan un gran potencial para diversificar las formas de difundir información, pero sobre todo para generar eso que llaman sentido de comunidad. La red está plagada de sitios estupendos que así lo demuestran. Si es cierto que los paradigmas de la relación prensa-sociedad están cambiando de un sentido unidireccional (de nosotros, los periodistas, hacia ellos, los ciudadanos) a otro participativo (interactivo, diríase hoy), en el que el receptor es también generador y emisor de mensajes, la web 2.0 es su espacio natural. ¿Se imaginan todas las herramientas que surgirán en los próximos años y que potenciarán aún más a la red, que modificarán las formas de hacer periodismo, que contribuirán a la construcción de ciudadanía?
Esa es la parte estupenda que veo del desarrollo de la red, y me entusiasma.
Mi conflicto surge de la percepción que tengo de las generaciones más jóvenes (percepción generalizante, por supuesto, con todos los defectos que ello implica). Resultan preocupantes sus formas de relación con las tecnologías de la información y la comunicación, sus patrones de consumo de datos (que no de información), su abandono de la lectura, su deificación de la imagen, de su trivialización de significados, de su renuncia a los contenidos…
Sí, definitivamente Internet es una verdadera maravilla, a pesar de toda la mierda que también se vierte en ella (a fin de cuentas, la red no es otra cosa que un producto humano). Es fenomenal, pero no es inocua. ¿Hasta donde deberíamos someternos a la dictadura de su potencial? Dicho en otras palabras, esta es la pregunta que al menos yo me planteo: ¿Es la sociedad la que está marcando el ritmo de las nuevas formas de relación, o es la tecnología la que las está transformando y trastornando?
Pareciera un poco el dilema clásico: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Tal vez lo que vislumbro no es otra cosa que un círculo vicioso.
Lo cierto es que, desde mi punto de vista, el periodismo comete un suicidio al tratar de alcanzar a las TIC a toda costa, particularmente cuando para ello sacrifica su naturaleza misma en aras de sobrevivir como modelo de negocio. Y de paso, con eso contribuye a la difuminación de asideros sociales en los que históricamente se generan las verdaderas comunidades, las de quienes están a tu lado cada día en tu casa, tu calle, tu barrio, tu ciudad y tu país.
No intento decir que la construcción de la aldea global sea maléfica para nuestra especie; eso sería un despropósito. Solamente planteo que un mundo virtual basado en el personalismo no genera verdadera comunidad, sino apenas la ilusión de pertenencia. (Y digo “personalismo” porque en este momento no conozco otro concepto mejor para referirme a la reacción cultural contra el enorme vacío existencial que el individualismo a ultranza generó en las últimas décadas del siglo pasado.) Vaya, entre tantas voces individuales que surgen, la paradoja es que la sociedad queda afónica.
Las nuevas tecnologías no atentan contra las comunidades tradicionales, siempre y cuando sean un medio y no un fin (la glocalización apunta a ello). Tampoco atentan contra el periodismo, a no ser que nosotros nos creamos los pontífices absolutos e inefables de la intermediación.
Los periodistas estamos formados para buscar, organizar, jerarquizar, analizar, comparar y comunicar información, lo que nosotros denominamos “noticia”. Sobre esta base, el periodismo debe aprovechar los nuevos recursos tecnológicos para servir mejor a la sociedad, no para desarticularla. Su esencia es el servicio público, no las modas tecnológicas homogeneizantes que alejan al ciudadano de los medios de comunicación masiva por carecer de sentido para él. Deberíamos ser capaces de encontrar un punto de equilibrio entre el uso de tantas y tan extraordinarias herramientas que la red pone a nuestro alcance, y la satisfacción del derecho humano a la información de nuestras sociedades. La vorágine tecnológica parece más un canto de sirenas que, a mi entender, está llevando a los medios hacia el naufragio, en su intento desesperado de no perder la ola y atraer lectores, radioescuchas, televidentes y cibernautas, así sea al costo de pervertir la función social de la prensa, que no es otra cosa lo que ocurre al banalizar al periodismo.
En fin, estas son cosas que me preocupan. Internet es maravillosa, sí, pero también es un arma de dos filos. Su paradoja es que en la misma medida en que nos acerca a otros, nos aleja de nosotros mismos. El reto, me parece, es hacer de ella un círculo virtuoso.
En efecto, se trata de sumar, no de anularnos.
* Gerardo Albarrán de Alba es director de Saladeprensa.org y coordinador de proyectos académicos del semanario mexicano Proceso.