lunes, 26 de enero de 2009

Michael Blomqvist nos tira de las orejas / Carlos Salas

¿Saben quién es el personaje de novela más popular en estos momentos? Mikael Blomqvist, ¡un periodista económico! Cuando me enteré de que uno de los nuestros era la pieza central del mayor best seller del momento, me sumergí en las casi 700 páginas de la novela Los hombres que no amaban a las mujeres (Debate).

Mikael Blomkvist trabaja para la revista Millenium y el primer capítulo empieza fatal porque pierde un juicio y debe pagar una multa por difamar a un empresario. E ir a la cárcel. Vaya futuro.

El escritor de esta novela es Stieg Larsson, un periodista sueco especializado en investigaciones políticas y financieras, reportero de guerra, amante de las novelas negras y revolvedor de basura.Larsson murió de forma inesperada en 2004 de un ataque al corazón, pero ya había completado la trilogía del periodista Blomqvist.Los dos primeros tomos han sido los libros-regalo preferidos en las navidades pasadas, y el tercero está a punto de salir del horno.

¿Qué es lo que me atrae de Blomqvist? Bueno, la trama es ideal, pues está contada de una forma tan amena que si nuestro avión llega con dos horas de retraso no importa. El libro nos atrapa.

Pero hay varios momentos a lo largo de la novela en los que el protagonista se detiene para hacer algunas reflexiones sobre el periodismo económico que le dejan a uno consternado. Por ejemplo, en un capítulo narra que Blomqvist ha escrito un libro titulado La orden del Temple cuyo subtítulo es más que curioso: Deberes para periodistas de economía que no han aprendido bien su lección.

Se trata de pura ficción, claro, pero me fijé atentamente en esa parte para saber qué es lo que opinaba un periodista tan destacado como Larsson, porque es la voz de Larsson la que habla ahí, sobre nuestra profesión.

«Durante los últimos veinte años, los periodistas de economía suecos se habían convertido en un grupo de incompetentes lacayos que, henchidos por su propia vanidad, carecían del menor atisbo de capacidad crítica», dice el personaje en una especie de declaración de guerra contra la prensa.

Me detuve unos instantes e hice una marca en el libro para recordar que tendría que volver a esos párrafos para escribir esta columna.Porque lo que venía ahora era dinamita: «A esta última conclusión había llegado a raíz de la gran cantidad de periodistas de economía que, una y otra vez, sin el más mínimo reparo, se contentaban con reproducir las declaraciones realizadas por los empresarios y los especuladores bursátiles, incluso cuando los datos eran manifiestamente engañosos y erróneos».

Cerré el libro y pensé que cuando uno asiste a una rueda de prensa de un banquero, un financiero o un empresario se encuentra con una audiencia formada por pitufos, periodistas con poca experiencia, que no hacen preguntas comprometedoras. Terminan rápido y se van. También hay periodistas económicos especializados veteranos.El problema es que la persona que está ahí delante dando la rueda de prensa es su fuente de información, es decir, esa voz que se nos pone al teléfono para revelarnos confidencias y con la que mantenemos una extraña relación de simpatía.

Continué leyendo. «Se trataba de periodistas o tan ingenuos y fáciles de engañar que ya deberían haber sido despedidos de sus puestos o, lo que sería peor, que conscientemente traicionaban la regla de oro de su propia profesión: la de realizar análisis críticos para proporcionar al público información veraz».

Entonces me puse a meditar sobre las grandes exclusivas que hemos levantado los periodistas económicos a raíz de la catástrofe de los mercados financieros que sacudieron al planeta en 2008.Ninguna. ¿Es que alguien de medios tan renombrados como The Wall Street Journal, The Washington Post, y The New York Times sospechó la estafa sideral de Bernard Madoff? Ni olerla. Y eso que había denuncias para empapelar una sala de baile. ¿Y en España? ¿Destapamos a tiempo a los que causaron esta tragedia y han dejado a un montón de inversores en el aire? Pues no.

Es más, meses antes, muchas revistas de información económica a lo largo del planeta todavía llevaban en sus portadas grandes elogios a bancos y a fondos de inversión que estaban cargados de basura en lata. Como dice en un momento el personaje: «Si [los periodistas] hubiesen hecho su trabajo durante todos aquellos años, hoy día no nos hallaríamos en esta situación».

Y ahí está la pregunta: ahora que estamos en plena crisis, ¿se atreverán los periodistas veteranos a sacrificar a su fuente para publicar un escándalo? Peor aún, ¿van a publicar los medios alguna información nociva sobre una empresa o un banco que, al mismo tiempo, pone anuncios en ese medio? Es una pena decir que la mayor estafa económica de la historia no la destapó la prensa, sino el FBI.

«Blomqvist reconocía que a menudo sentía vergüenza al ser llamado reportero económico, ya que entonces corría el riesgo de ser metido en el mismo saco que las personas a las que ni siquiera consideraba periodistas».

El juicio de Larsson es duro pero no es del todo justo. Tan mal no lo hemos hecho. Muchos periodistas económicos denunciaron la burbuja inmobiliaria hace muchos meses. Y publicaron entrevistas e informes -que se pueden encontrar en internet- donde ya se hablaba de las hipotecas basura de EEUU. Quizá se nos han escapado pillos como Madoff o algún Madoff español, y no calculamos que la crisis iba a ser tan terrorífica. Pero predijimos que el ladrillo iba a reventar.

Y para que vean que hasta Stieg Larsson se equivocaba, su protagonista, Mikael Blomqvist dice en ese libro que afortunadamente «existen magníficos ejemplos de análisis como The Economist». Ah, qué bien, pensé. Está hablando de los mismos periodistas que en su reportaje Lo que sucederá en 2008 no pronosticaron que se acercaba el mayor colapso del sistema financiero e industrial después de la Segunda Guerra Mundial. Por lo menos, los británicos tuvieron la honestidad de reconocerlo.

www.elmundo.es


1 comentario:

yofeminista dijo...

Con todos mis respetos, pero yo no soporto a ese personaje. Aunque lo que dice del periodismo es lo único que le podría salrvar, es insuficiente.

Buen blog.