Todo lo hecho hasta ahora es papel mojado. Las ayudas del Gobierno, las que reclamaron los editores, no llegan. El estatuto de la profesión tampoco. Mientras, las llamadas ‘crisis’ se solapan: caen los lectores, la publicidad y las ganancias. La coyuntura, por su parte, tampoco es la más deseable. Y las personas, las que leen los periódicos, están dejando de creer en lo que leen. Y es que con tantas complicidades, guiños e intereses de poder, ya no hay quien se lo crea. Las crisis son, además, de credibilidad e identidad.
La información, ese derecho fundamental, se infló como también lo hiciera el derecho a la vivienda. Ahora, cuando la burbuja se ha roto, los modelos de los años de bonanza ya no encajan en las ranuras. Se quedan desfasados aquellos imperios multimillonarios que aglomeran prensa, televisión y radio mientras juegan en sus ratos libres a eso que llaman ‘la red’, o Internet. Antes, sueldos estratosféricos. Chóferes en cada puerta. Mil y un recursos humanos para cada línea de cada pieza… Se terminó.
El modelo es ya inviable, y no sólo en España. Son ya muchos años dando palos de ciego, probando a vender lo mismo (periódicos con información de ayer), cuando no es lo mismo (por culpa de Internet), a cambio de igual dinero. ¿En qué negocio caen las ventas un 18 por ciento y no se declara un gabinete de crisis para reestructurar por completo la estrategia de mercado?
Los únicos cambios apreciables, de un tiempo a esta parte, han sido las de introducir las firmas del papel en la red. Así, sin guardarse nada. Intentando competir con los digitales que no cargan con un lastre impreso. Pero ahora, que todo está en la red, ¿qué piensan hacer con ese peso? Los periódicos siguen saliendo. Ahora más finos, con menos presupuesto, menos personal y con menos tiempo.
No es de extrañar que el quiosquero vea acercarse cada día menos a los que antes fueran lectores. Las personas están dejando de creer en los diarios. Por su contenido y su continente. Mientras, los más jóvenes, llegan ya a su madurez sin el hábito de leerlos. El futuro no es que sea incierto. Es desolador, mas nadie hace nada.
Internet, la tierra prometida y mal comprendida
Por otro lado, las grandes apuestas en la red fracasan. Internet ofrece fórmulas de financiación alternativas a las del papel. En la publicidad, el coste por impacto es mucho más barato. Pero ¿Quién se atreve a recortar los precios de los ‘faldones’ y los ‘robapáginas’ mientras aún puedan venderse por lo que alguna vez valieron? Los editores intentar huir hacia delante, pero los meses pasan.
En Internet surgen maravillosos proyectos, como los antes citados, que se financian en algunos casos por agentes económicos que sólo buscan eso: dinero. Erradicados los lujos y las ostentaciones, los periódicos han vuelto a ser lo que eran. Meras empresas cuyo atractivo reside en el prestigio, el ‘poder’ o la notoriedad que en su conjunto reflejan. Nunca más serán las gallinas de oro de una industria que se pretende mágica.
Mientras, todos esos nuevos proyectos cierran, porque sus responsables financieros se aburrieron de ver cómo éstos responden ante la calidad, los lectores y las visitas al medio, pero no sostienen sus estructuras con ingresos. Quizá porque hay periodistas jugando a empresarios. Algo tan malo como los empresarios que juegan a periodistas.
En el caso de ADN.es y Planeta, la cuestión parece más punible. Se trataba de una empresa editorial lo suficientemente grande como para rediseñar y esperar por cualquier proyecto. Pero quién le explica a un banco, como es el BBVA, que lo que tiene en sus manos es un proyecto serio, ambicioso y de calidad, como era Soitu (en el que la entidad desembolsó 3,4 millones de euros en menos de dos años de recorrido). Los accionistas quieren resultados económicos. Nada más. Una empresa que gana doce al mes y cuesta diez. Al menos para empezar.
La verdadera independencia intelectual, a la que todo medio aspira, pasa por una libertad financiera, acompasada entre inversores e ingresos por publicidad. Sin guiños a los partidos, a empresas ni a instituciones. Sin campañas que sólo buscan distraer y distorsionar. Redacciones que sostienen sus recursos humanos mes a mes, sin aspirar a ser lo que no pueden y sin mirar más allá del cierre de cada noche y de lo que sucede en la realidad. Sólo entonces, cuando se recuperen los principios fundamentales, volverán a leerse los periódicos. En la red y en papel, con toda seguridad.