sábado, 25 de septiembre de 2010

Los espías buscaban las fuentes periodísticas / Eduardo Febbro *

La fragancia turbia del escándalo L’Oréal alcanzó a la presidencia francesa. El vespertino Le Monde acusó al Palacio presidencial del Elíseo de “violar la ley sobre el secreto de las fuentes de los periodistas” a través de una operación de espionaje destinada a averiguar quién filtraba información sobre el caso L’Oréal. 

Este megaescándalo políticofiscal involucra a la heredera del creador de la multinacional L’Oréal, Liliane Bettencourt; al gestor de su fortuna, Patrice de Maistre; a un fotógrafo dandi que recibió casi mil millones de euros en regalos de la señora Bettencourt, François-Marie Banier; al actual ministro de Trabajo y ex tesorero de la campana presidencial de Nicolas Sarkozy, Eric Woerth, y a su esposa Florence.

La madeja de este último capítulo empieza a enredarse con la edición de Le Monde del pasado 29 de julio. El día anterior, el contador de Liliane Bettencourt y el fotógrafo fueron interrogados por la policía. Parte de esos interrogatorios aparecieron publicados por el diario francés, en particular las informaciones que comprometían a Eric Woerth y a su esposa Florence. Según reveló Le Monde, Patrice de Maistre confirmó a la policía que había contratado a la esposa del ministro –entonces titular de la cartera de Presupuesto– a pedido de este último.

El vespertino, que inició una querella en la Justicia, alega que esas informaciones turbaron tanto a la presidencia francesa que ésta ordenó al contraespionaje francés que investigara para identificar la fuente de las revelaciones. Los servicios de Nicolas Sarkozy desmintieron el lunes las acusaciones de Le Monde. 

El vespertino es muy preciso en su denuncia. Le Monde da cuenta de que los servicios del contraespionaje (DCRI) localizaron la fuente mediante el espionaje del teléfono móvil de un consejero de la ministra de Justicia, David Sénat. Fue así como se relacionó al consejero de la ministra Michelle Alliot-Marie con el periodista de Le Monde a cargo de las investigaciones del caso L’Oréal, Gérard Davet.

Le Monde considera fraudulenta la iniciativa tendiente a buscar al informador de uno de sus periodistas, tanto más cuanto que, por definición, el servicio de contraespionaje incriminado, el DCRI, tiene como objetivos el contraespionaje y el contraterrorismo. Según escribe el vespertino en su editorial, “saltarse así las reglas es la solución que imaginó el Elíseo para circunscribir el incendio”.

Le Monde evoca la existencia de “un gabinete negro” y concluye diciendo que “al efectuar una investigación por la policía para intentar identificar la fuente de nuestro periodista, el Ejecutivo violó claramente la ley relativa a la protección de las fuentes de los periodistas”. Esta ley prevé que el secreto de las fuentes sólo puede ser violado por una investigación en caso de “imperativo preponderante de orden público”.

La primera plana de la última edición de Le Monde es una declaración de divorcio con la presidencia francesa. Hace muchos, muchos años, que un diario francés no decretaba así el fin del juego en un sistema donde los medios y el poder político tienen relaciones de dudosa proximidad. El director del vespertino, Eric Fottorino, dijo ayer a la prensa que no existía ninguna ambigüedad sobre la veracidad de la denuncia: “Tenemos pruebas de que el poder ordenó una investigación, una investigación fuera de todo marco jurídico, una investigación salvaje”. 

En su edición de Internet, Le Monde dirige su encono hacia el presidente francés. “¿Un jefe de Estado puede utilizar los servicios de inteligencia para realizar una investigación sobre un caso, sin dudas ‘sensible’, pero que toca los intereses de su partido más que los de su país?”, se pregunta el vespertino antes de aclarar que “esa es la pregunta que plantea la querella presentada por Le Monde por violación del secreto de las fuentes”.

El lunes por la tarde, la policía reconoció que el contraespionaje había intervenido a fin de verificar “las fugas” sin que se haya recurrido a “ningún espionaje telefónico”. En un comunicado, la Dirección General de la Policía Nacional, DGPN, precisa que los servicios del contraespionaje intervinieron a pedido suyo y no de la presidencia francesa. 

La confrontación directa entre la prensa y la presidencia con el telón de fondo del caso L’Oréal abrió una brecha más en la ya golpeada nave presidencial. Pese a las sucesivas y comprometedoras revelaciones sobre las relaciones entre el ministro de Trabajo y el entorno Bettencourt, Nicolas Sarkozy le renovó siempre su confianza a Eric Woerth. El costo político está siendo exorbitante para el presidente, tanto en términos de imagen, de credibilidad, como de lazo con las clases populares, muy sensibles a los privilegios y la impunidad.

La irrupción de la prensa escrita como actor conflictivo empaña el sentido mismo de la calidad democrática ofrecida por el Ejecutivo. La oposición socialista decía ayer que este nuevo episodio era “un nuevo escándalo digno de Watergate”, al que podría calificarse como “woerthgate”. Los sindicatos de periodistas denunciaron en bloque una práctica que, afirman, “toca las bases de nuestro oficio”. La permanencia del escándalo L’Oréal y la de uno de sus actores centrales a la cabeza de un ministerio no hace sino convertir la gestión de este enredo en un ajedrez imposible para Nicolás Sarkozy.

(*) Periodista

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