La revelación pública de documentos secretos acerca de una guerra demuestra que la administración ha mentido sistemáticamente al pueblo y a los medios.
Un analista militar, Daniel Ellsberg, entrega en 1971 al periodista Neil Sheehan del New York Times los 43 volúmenes de un informe clasificado como alto secreto titulado United States–Vietnam Relations, 1945–1967: A Study Prepared by the Department of Defense. El caso, conocido como los Papeles del Pentágono, había sido la mayor filtración de documentos de la historia.
Ahora se trata de los secretos de otras guerras, Irak y Afganistán, y de un sistema de filtración de documentos basado en múltiples fuentes militares anónimas y publicados íntegramente en una plataforma no periodística a disposición de todo el mundo: Wikileaks.
Una vez más, se comprueba el poder de la red internet (parte de cuya historia se remonta al proyecto ARPANET impulsado por el Pentágono) para cambiarlo todo: cómo se conduce una guerra, cómo se gestiona la información secreta, qué función corresponde al periodismo, quién controla al poder, qué armas se le brindan al enemigo y qué consecuencias tendrá sobre lo que más nos importa a los ciudadanos, que es la paz.
En cualquier caso, lo que Wikileaks evidencia es que para hacer la digestión de 400.000 documentos sigue haciendo falta buen periodismo y nuevas herramientas.
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