Que Europa Press diera la noticia de la muerte de Franco antes que nadie
(antes, significativamente, que la agencia Efe) dijo entonces muchísimo
de lo que pasaba en la información española, que hasta los estertores
de la dictadura estuvo siempre atada y bien atada.
No se movía
nada en el mundo oficial de las noticias sin que los agentes de El
Pardo, a los que se debía obediencia ciega, dieran su visto bueno. Poco a
poco, en la última década del franquismo languideciente, al régimen le
empezaron a crecer costuras y esa madrugada en que Marcelino Martín, que
estaba esa noche en la redacción de Europa Press, dio al mundo la
noticia de que había muerto el hombre que lo quiso dejar todo atado, se
escribió una página que fue metáfora de la historia de la información en
esa época.
Desembocaba en ese momento un periodo muy fructífero
para la información independiente del régimen. Efe nació en Burgos para
servir al franquismo; en los 60, después de fracasos o desistimientos de
otras aventuras iguales gubernamentales, surgió Europa Press, que venía
a abrir un surco hasta entonces inédito: la información que el Gobierno
no iba a controlar directamente. Después o al tiempo hubo otras
aventuras igualmente significativas, pues hubo proyectos sólidos
(Cuadernos, Triunfo, Cambio?) y otros balbucientes, como Hora 25, en la
Ser, o la agencia que creó Manu Leguineche con otros periodistas de su
generación. Este último proyecto, que tuvo varias etapas, tenía al
frente a uno de los grandes periodistas españoles del siglo XX, cuya
leyenda se debe sobre todo a que unió generosidad y eficacia, y un
magisterio extraordinariamente fértil del que nos hemos aprovechado
todos.
Pero el caso de Europa Press, que ya tiene sesenta años,
requería, como lo requirió Efe en su día (en la pluma de Víctor Olmos),
una historia propia, y ya está aquí. La ha escrito uno de sus redactores
históricos, Jesús Frías, y se refiere a los primeros treinta años de
esta aventura. Por aquí desfilan personajes con los que el periodismo
español se ha adornado, desde el ya señalado Marcelino Martín, a quien
vi trabajar frenéticamente en la corresponsalía que su agencia mantuvo
en Londres, en la sede del Evening Standard, a Leopoldo Fernández Cabeza
de Vaca, que fue concienzudo e inolvidable director de un periódico
señero en Canarias, el Diario de Avisos de Tenerife, después de su
igualmente comprometido trabajo como redactor jefe en Europa Press.
Otros
compañeros que he tenido luego y que pasaron por esa agencia son Álex
Grijelmo, que dirigió Efe, precisamente, y que ahora ha regresado a El
País, y Carlos Yárnoz, actual subdirector de El País, a quien conocí
hace algunos siglos (más siglos para mí que para él) cuando cubríamos
los dos una rueda de prensa de la Conferencia Episcopal. Por esos
ejemplos, de los que soy consciente, puedo deducir la calidad del
trabajo que Europa Press ha concitado, en primer lugar como agencia en
la que se formaron grandes profesionales del periodismo y, en segundo
término, como foco de una información que fue fundamental para retratar
la dinámica del cambio en nuestro país.
El actual director de la
agencia, el activísimo Javier García Ávila, me envió un ejemplar del
libro; en la carta que adjunta explica que este volumen, que Frías
titula De Europa a Europa, es "un homenaje a los periodistas que
realizaron su labor durante la transición, y cuyo quehacer fue tan
importante para traer a España la democracia plena". Es también, para
los que vivimos aquel tiempo de incertidumbre y luego de resuelto
cambio, un reconocimiento al periodista más sacrificado de nuestro
oficio: al periodista de agencia se le ha negado el pan y la sal, y a
veces se le ha negado el nombre y los apellidos, que son, por otra
parte, la seña de identidad de su esfuerzo. El anonimato al que los
periódicos y otros medios han sometido a los profesionales que ejercen
su trabajo desde las agencias es tan solo uno de los baldones en los que
se ha desarrollado ese trabajo.
Fui corresponsal de agencia, de
Europa Press, precisamente; los mismos directivos de la agencia eran los
que recogían (lo hacían Marcelino y Leopoldo, entre otros, lo recuerdo)
nuestros envíos telefónicos, noticias que, si se publicaban, se pagaban
a cien pesetas la unidad? No había consignas ni silencios; la agencia
era, independientemente de las connotaciones ideológicas que tuvieran
los empresarios que la alentaban, una aventura estrictamente
profesional, limitada tan solo por el sentido común que entonces se
imponía.
Pero por las rendijas del sentido común, Europa Press dejó
colarse un aliento en el que participaban aquellos otros instrumentos
periodísticos del cambio. Asomarse ahora a este libro permite acercarse a
una definición del periodismo que resulta imprescindible para entender,
también, el porvenir del oficio, que se parece, cómo no, a la historia
del oficio.
Los que consideran que Internet inventó la
instantaneidad y la globalidad ignoran adrede al periodista de agencia:
en cualquier circunstancia, en cualquier momento, más allá y más acá de
los condicionamientos políticos, donde haya un periodista de agencia
siempre habrá la certeza de que lo que ocurre y sea importante no pasará
desapercibido. La intuición o el milagro lo ponían siempre en el
momento oportuno en que se iba produciendo la historia, y la historia no
se puede contar sin tener en cuenta a estos personajes que no durmieron
jamás mientras ocurría algo o cuando algo iba a ocurrir, como le
sucedió a Marcelino Martín aquella madrugada de la muerte de Franco.
Así
pues, como sugiere Frías al final del libro, no es una historia del
pasado; es un retrato de cuerpo entero de lo que es el periodista total,
dispuesto a contar lo que le pasa a la gente y dispuesto también a
renunciar a las vanidades del apellido y del nombre a favor del más
colectivo de los trabajos, el del periodista de agencia.
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