domingo, 30 de diciembre de 2012

El periodista de agencia / Juan Cruz Ruíz

Que Europa Press diera la noticia de la muerte de Franco antes que nadie (antes, significativamente, que la agencia Efe) dijo entonces muchísimo de lo que pasaba en la información española, que hasta los estertores de la dictadura estuvo siempre atada y bien atada.

No se movía nada en el mundo oficial de las noticias sin que los agentes de El Pardo, a los que se debía obediencia ciega, dieran su visto bueno. Poco a poco, en la última década del franquismo languideciente, al régimen le empezaron a crecer costuras y esa madrugada en que Marcelino Martín, que estaba esa noche en la redacción de Europa Press, dio al mundo la noticia de que había muerto el hombre que lo quiso dejar todo atado, se escribió una página que fue metáfora de la historia de la información en esa época.

Desembocaba en ese momento un periodo muy fructífero para la información independiente del régimen. Efe nació en Burgos para servir al franquismo; en los 60, después de fracasos o desistimientos de otras aventuras iguales gubernamentales, surgió Europa Press, que venía a abrir un surco hasta entonces inédito: la información que el Gobierno no iba a controlar directamente. Después o al tiempo hubo otras aventuras igualmente significativas, pues hubo proyectos sólidos (Cuadernos, Triunfo, Cambio?) y otros balbucientes, como Hora 25, en la Ser, o la agencia que creó Manu Leguineche con otros periodistas de su generación. Este último proyecto, que tuvo varias etapas, tenía al frente a uno de los grandes periodistas españoles del siglo XX, cuya leyenda se debe sobre todo a que unió generosidad y eficacia, y un magisterio extraordinariamente fértil del que nos hemos aprovechado todos.

Pero el caso de Europa Press, que ya tiene sesenta años, requería, como lo requirió Efe en su día (en la pluma de Víctor Olmos), una historia propia, y ya está aquí. La ha escrito uno de sus redactores históricos, Jesús Frías, y se refiere a los primeros treinta años de esta aventura. Por aquí desfilan personajes con los que el periodismo español se ha adornado, desde el ya señalado Marcelino Martín, a quien vi trabajar frenéticamente en la corresponsalía que su agencia mantuvo en Londres, en la sede del Evening Standard, a Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca, que fue concienzudo e inolvidable director de un periódico señero en Canarias, el Diario de Avisos de Tenerife, después de su igualmente comprometido trabajo como redactor jefe en Europa Press.

Otros compañeros que he tenido luego y que pasaron por esa agencia son Álex Grijelmo, que dirigió Efe, precisamente, y que ahora ha regresado a El País, y Carlos Yárnoz, actual subdirector de El País, a quien conocí hace algunos siglos (más siglos para mí que para él) cuando cubríamos los dos una rueda de prensa de la Conferencia Episcopal. Por esos ejemplos, de los que soy consciente, puedo deducir la calidad del trabajo que Europa Press ha concitado, en primer lugar como agencia en la que se formaron grandes profesionales del periodismo y, en segundo término, como foco de una información que fue fundamental para retratar la dinámica del cambio en nuestro país.

El actual director de la agencia, el activísimo Javier García Ávila, me envió un ejemplar del libro; en la carta que adjunta explica que este volumen, que Frías titula De Europa a Europa, es "un homenaje a los periodistas que realizaron su labor durante la transición, y cuyo quehacer fue tan importante para traer a España la democracia plena". Es también, para los que vivimos aquel tiempo de incertidumbre y luego de resuelto cambio, un reconocimiento al periodista más sacrificado de nuestro oficio: al periodista de agencia se le ha negado el pan y la sal, y a veces se le ha negado el nombre y los apellidos, que son, por otra parte, la seña de identidad de su esfuerzo. El anonimato al que los periódicos y otros medios han sometido a los profesionales que ejercen su trabajo desde las agencias es tan solo uno de los baldones en los que se ha desarrollado ese trabajo.

Fui corresponsal de agencia, de Europa Press, precisamente; los mismos directivos de la agencia eran los que recogían (lo hacían Marcelino y Leopoldo, entre otros, lo recuerdo) nuestros envíos telefónicos, noticias que, si se publicaban, se pagaban a cien pesetas la unidad? No había consignas ni silencios; la agencia era, independientemente de las connotaciones ideológicas que tuvieran los empresarios que la alentaban, una aventura estrictamente profesional, limitada tan solo por el sentido común que entonces se imponía.

 Pero por las rendijas del sentido común, Europa Press dejó colarse un aliento en el que participaban aquellos otros instrumentos periodísticos del cambio. Asomarse ahora a este libro permite acercarse a una definición del periodismo que resulta imprescindible para entender, también, el porvenir del oficio, que se parece, cómo no, a la historia del oficio.

Los que consideran que Internet inventó la instantaneidad y la globalidad ignoran adrede al periodista de agencia: en cualquier circunstancia, en cualquier momento, más allá y más acá de los condicionamientos políticos, donde haya un periodista de agencia siempre habrá la certeza de que lo que ocurre y sea importante no pasará desapercibido. La intuición o el milagro lo ponían siempre en el momento oportuno en que se iba produciendo la historia, y la historia no se puede contar sin tener en cuenta a estos personajes que no durmieron jamás mientras ocurría algo o cuando algo iba a ocurrir, como le sucedió a Marcelino Martín aquella madrugada de la muerte de Franco.

Así pues, como sugiere Frías al final del libro, no es una historia del pasado; es un retrato de cuerpo entero de lo que es el periodista total, dispuesto a contar lo que le pasa a la gente y dispuesto también a renunciar a las vanidades del apellido y del nombre a favor del más colectivo de los trabajos, el del periodista de agencia.

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