lunes, 28 de abril de 2014

Por qué los periódicos se nos caen de las manos / Juan Tortosa

La vida real es mucho más interesante que las películas. Las cosas que nos pasan a diario suelen esconder historias de bandera, historias de primera página que, por lo general, los periodistas de los medios tradicionales ni las huelen: ni las olemos. O nos las comemos con patatas.

La mayoría de los medios de comunicación parecen más interesados en competir con las novelas y con el cine que en rescatar la única e insustituible esencia del oficio periodístico, que es ir a un sitio, ser testigo de lo que ocurre, hablar con cuantos más protagonistas del asunto, mejor… y acto seguido, contarlo antes y mejor que nadie. ¿A que parece que está tirado? Pues nada: en la mayoría de los medios tradicionales ni se va a los sitios donde pasan las cosas, mucho menos se buscan historias propias; ni se habla con protagonistas, ni tampoco se tiene ninguna prisa en contarlo cuanto antes. ¿Mejor que nadie? Pero si muchos se limitan a cortar y pegar, sin detenerse siquiera a revisarlo por si existe alguna falta de ortografía… Un desastre.

¿Por qué sucede esto? Hay quien lo achaca a la convulsión que ha supuesto internet, pero mucho antes de la aparición de la Red, los periódicos ya habían renunciado a su verdadero cometido. Hace muchos decenios que la colonización publicitaria convirtió en imposible indagar en las tripas de aquellas instituciones o empresas que financian la supervivencia de los medios. A los políticos, claro, se los llevaban los demonios porque mientras a ellos los medios los ponían a parir, a las empresas anunciantes nadie les metía mano. Hasta que alcaldes, ministros y presidentes de la diputación descubrieron que las subvenciones eran mano de santo: subvención al papel, ayuda a las cuotas de la seguridad social, subvención por difusión, contratación de propaganda y publicidad institucional…

El tiempo ha ido pasando y la conjunción astral ha sido tal que la libertad de información, sobre todo en los grandes conglomerados de medios, se ha convertido en una verdadera quimera. Entre la crisis global, la revolución digital, la agonía del papel impreso, la diversificación de la oferta, el adelgazamiento de las plantillas, el teletrabajo y las megadeudas, cada vez parece que es más difícil contarle a la gente lo que le ocurre a la gente. Acabamos contando auténticos cuentos chinos: yo, banquero dueño de un medio, te cuento lo que me interesa contarte y me la trae al pairo que te lo creas o no. Lo que realmente me importa es mantenerte al margen de mis manejos, conchabeos y corruptelas varias.

Sobre el futuro del periodismo se sabe muy poco. Existe la certeza de que las cosas dejarán muy pronto de ser como son. Pero nadie sabe cómo serán. Los grandes periódicos pierden los lectores, las televisiones la audiencia y los periodistas el trabajo. Y para sobrevivir, mientras las cosas se aclaran, las empresas periodísticas, unas más entrampadas que otras, se han entregado atadas de pies y manos a los bancos y a los patrocinadores. Ya apenas existen los editores vocacionales como Antonio Asensio, Jesús de Polanco o Juan Tomás de Salas, por ejemplo. Ahora la propiedad de buena parte de los medios está en manos de bancos, fondos de inversión, multinacionales… Vocacionales estos de la cuenta de resultados y punto. ¿Qué para eso hay que hacerle la pelota hasta la saciedad al gobierno de turno? Se le hace. Que todo el problema sea ese.

Con este panorama, ¿qué margen le queda al periodista profesional para desempeñar su oficio honestamente? En los últimos meses, los tres periódicos más importantes de España han cambiado de director. Los anteriores no le gustaban a Soraya Sáenz de Santamaría, espada flamígera de Rajoy en materia de medios de comunicación. A Pedrojota Ramírez no le perdonaron que aireara en “El Mundo”, el periódico que dirigió durante casi veinticinco años, los mensajes que el presidente del gobierno intercambiaba con Bárcenas, el corrupto tesorero del pp, y en los que le instaba a ser paciente y le aseguraba que “estaba haciendo lo que podía”.

En Moncloa decretaron la sentencia del siempre controvertido director y la empresa editora de “El Mundo” no dudó en servir su cabeza en bandeja de plata para que el gobierno levantara pedal, se apiadara de ellos y decretara el final de la asfixia financiera. En “El País”, tres cuartos de lo mismo: con más de tres mil millones de deuda, los dueños han sabido entender, perfectamente también, la voluntad de Soraya: colocar un director de fiar que les permitiera dormir tranquilos y tener cubierto ese flanco a conveniencia de los intereses gubernamentales y del partido que los sustenta. En “La Vanguardia” su propietario, el conde de Godó, fue en su momento convenientemente llamado al orden porque tenía un director, Josep Antich, demasiado alineado con las tesis independentistas catalanas. Moraleja: fuera Antich y dentro Màrius Carol, probado hombre de bien que durante años se dedicó a la información institucional y mantiene excelentes relaciones hasta con Zarzuela.

Así es como funciona la cosa. Esto es lo que hay. Verifíquenlo ustedes mismos. Abran su periódico favorito (local, regional, nacional, da igual) por cualquier página y comprueben cómo se parece cada día más a los boletines institucionales o a los catálogos comerciales. Son cada vez más turiferarios del poder y menos servicio público, menos contadores de historias, menos denunciadores de injusticias, más propicios a los ajustes de cuentas…

El propietario de una cadena andaluza de periódicos suele proclamar sin reparos que él no quiere tristezas en portada, ni inmigrantes, ni desahuciados, ni pobres, ni descamisados ni gente con problemas. Esos no compran periódicos, suele decir. A mí ponedme noticias de empresas y de empresarios en primera, que esos son lo que nos compran. ¿Se trata de una excepción? Ni mucho menos. Ese es el comportamiento habitual, que unos reconocen en voz alta y otros no.

Por eso los periódicos se caen de las manos. Por eso cada vez se acerca menos gente al quiosco a comprarlos, ni siquiera para envolver el pescado del día siguiente. Porque no contienen historias, porque dentro no se le cuenta a la gente las cosas que le pasan a la gente, sino solo aquellos asuntos que el poder y el dinero no tienen inconveniente en que salgan a la luz. O peor aún, tienen mucho interés en que aparezcan, en cuyo caso, como se sabe, no estamos hablando de periodismo ni de información, sino de propaganda o de publicidad. Las cifras de difusión de los periódicos de papel van cuesta abajo y sin frenos y los que queremos continuar dedicándonos a contar historias intentamos como locos descubrir cuanto antes por dónde demonios irá el periodismo en el futuro. Mientras tanto, vamos pedaleando como podemos para evitar caernos de la bicicleta.

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