En breve (12 de septiembre) el Parlamento Europeo volverá a debatir
sobre derechos de autor con efectos decisivos sobre el periodismo, en
concreto el libre uso de los contenidos informativos y de opinión por
parte de los buscadores y más en concreto de Google y Facebook (los
gigantes mundiales del sector).
Si la Unión Europea determina que deben
pagar por usar los contenidos estaremos ante un acontecimiento con
consecuencias.
Algunos sostienen que no se puede parar el avance tecnológico, que no
pueden poner puertas al campo ni a las redes. Que los medios pueden
intentar negarse a que los buscadores usen sus contenidos de forma
inmediata (lo cual reduce su difusión y algunas oportunidades) aunque
con pocas posibilidades. También sostienen que los buscadores han
empezado a negociar con los grandes medios fórmulas de colaboración para
pagar sin parecer que pagan, disimulando con una forma de cooperación
lo que en realidad es pagar por dejarse utilizar.
La realidad es que durante la última década los ingresos de los
medios escritos, los llamados tradicionales, se han desfondado, a la
mitad, o menos, y sigue la caída porque el modelo de negocio está roto.
La publicidad discurre por otros cauces y precios y ha dejado de ser
fuentes principal de recursos. Fue bello mientras duró, pero no volverá.
Los medios clásicos, además, han sido poco hábiles a la hora de
entender el cambio y tratar de ocupar un espacio en la nueva realidad
del mundo digital.
Lo que es más grave es la caída de la difusión efectiva,
aparentemente compensada en cantidad por los accesos digitales, pero sin
que ello se traduzca en términos de ingresos; en recursos suficientes
para sostener redacciones cualificadas, profesionales, independientes.
El declive de los medios es de modelo de negocio, un cambio sin
retorno. Lo viejo no volverá, pero durante demasiado tiempo los editores
han asumido mansamente que su oferta no valía nada, que los buscadores
se quedaban con el valor añadido en términos de ingresos y que ante la
catástrofe solo cabía ajustar, transigir, renunciar a los principios y
admitir la violación.
Los gigantes (Google y Facebook) se han convertido en pocos años en
los árbitros y los artífices del proceso informativo, de la difusión,
sin asumir ninguna responsabilidad profesional, sin pagar… pero
cobrando. Difunden sin más jerarquización que las preferencias de los
usuarios, a más cliks más valor, con desprecio por la veracidad, el
interés público o la relevancia.
Que Europa fuerce a los gigantes a pagar por la materia prima
(información y opinión) puede parecer inviable o excesivo a algunos,
pero es el único camino para que sobreviva el sistema abierto de medios
independientes de los poderes, viables y determinantes de la solvencia
de la democracia, de la subsistencia de estados de opinión pública. Un
asunto que interesa a los medios tradicionales, a los legacy, pero
también a los nuevos nativos digitales que también está sometidos al
poder de los gigantes.
Asombra la mansedumbre, casi indiferencia con la que editores y
periodistas, han aceptado y asumido durante algo más de una década el
dictado de los gigantes tecnológicos, más poderosos que los Estados,
cómplices de la manipulación y ciegos ante las consecuencias de su
asombrosa influencia y poder monopolista.
El Parlamento Europeo tiene el próximo día 12 una oportunidad para
poner coto al nuevo monopolio informativo de la era digital, y reforzar
las garantías para que sea posible el ejercicio de la libertad de
informar y opinar con razonables garantías de hacerse escuchar.
(*) Periodista y ex presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario