Mientras
Julian Assange espera su audiencia de extradición en el Reino Unido, el
debate sobre cómo llamarlo a él y a su organización, WikiLeaks, vuelve a
ser importante.
Dependiendo
de quién esté hablando, Assange es un editor, un hacker o el líder de
un servicio de inteligencia hostil. Todo esto puede ser un tanto
confuso.
No
obstante, el debate es de vital importancia. Si WikiLeaks no es
diferente a un sitio de noticias, entonces su recopilación de
información y sus publicaciones deberían estar protegidas casi por
completo de la acusación estadounidense bajo la Primera Enmienda.
Si
WikiLeaks es una fuente periodística y Assange es un periodista, lo que
le pase a Assange podría pasarle a otros periodistas.
Pero
si WikiLeaks es un colaborador de la inteligencia rusa, entonces
Assange es un peón en la campaña política de un adversario contra una
elección de Estados Unidos. En este sentido, es importante hacer una
distinción entre las organizaciones de noticias independientes y los
activistas de internet que promueven los intereses de los poderes
hostiles o colaboran con ellos mediante la publicación de los correos
electrónicos que los piratas informáticos roban.
Comencemos
con el argumento libertario civil. WikiLeaks ha publicado cables
diplomáticos, videos y correos electrónicos que tienen un valor
noticioso extraordinario. Los cables que reveló la organización en 2010
mostraron, por ejemplo, que el presidente de Yemen se jactó de mentir a
su legislatura sobre los ataques con aviones no tripulados de EE.UU. en
su país.
Otro WikiLeak fue el video de un avión no tripulado que
mostraba un ataque aéreo estadounidense que terminó matando a un miembro
del personal de noticias de Reuters en Bagdad. Estas revelaciones
fueron de interés público.
En
este sentido, acusar a Assange, por estimular a su fuente de estas
revelaciones (soldado Chelsea Manning) a tomar medidas para ocultar su
identidad al iniciar sesión en las redes que contienen los cables que
finalmente robó, tendrá un efecto escalofriante en el periodismo.
Según
lo escrito por Glenn Greenwald y Micah Lee, de Intercept, la semana
pasada, la acusación de EE.UU. a Assange, "caracteriza como delito grave
muchas de las acciones que para los periodistas no solo están
permitidas, sino que además deben efectuar para llevar a cabo informes
delicados en la era digital".
Este
punto tiene mérito. Las actividades descritas en la acusación de
Assange realmente no alcanzan el nivel de piratería informática grave.
Dicho esto, el gran volumen de material publicado por WikiLeaks en 2010
también puso en peligro a personas buenas, en particular a las fuentes
confidenciales que hablaron con diplomáticos de EE.UU. con la
expectativa de que sus conversaciones se mantendrían en secreto.
En una
entrevista con periodistas de The Guardian en 2011, Assange descartó el
peligro y dijo que si las fuentes eran asesinadas, eso era algo previsto
porque eran informantes.
Una
lectura más amable de la acusación es que el Departamento de Justicia
está tratando a Assange como Al Capone, famoso por los cargos de evasión
de impuestos. La denuncia parece salirse de su camino para no acusar a
Assange por los cargos de publicar información clasificada, lo que
establecería un precedente peligroso contra las organizaciones de medios
de comunicación. En cambio, la acusación trata el entrenamiento de
Manning, por parte de Assange, como una especie de piratería
informática.
El
Departamento de Justicia lo haría mejor si se enfocara en algunas de
sus actividades más recientes. Dos incidentes específicos vienen a la
mente. WikiLeaks publicó en el verano y el otoño de 2016 correos
electrónicos pirateados de los principales funcionarios de la campaña de
Hillary Clinton junto con el Comité Nacional Demócrata (CND).
En este
caso, es casi seguro que Assange no recibió los artículos de un
informante, a pesar de su insinuación de que el empleado del CND
asesinado, Seth Rich, pudo haber sido su fuente. Como lo indica la
acusación del abogado especial Robert Mueller, WikiLeaks recibió de los
espías rusos los correos electrónicos personales pirateados de líderes
demócratas.
La
segunda es la publicación de una serie de programas y ataques de
piratería de la CIA realizada por WikiLeaks en marzo de 2017 que, según
el sitio web, permitió a la agencia ingresar inadvertidamente a
automóviles, teléfonos y otros dispositivos. Revelar esta capacidad
cuenta como una noticia.
Pero la publicación de tal información técnica y
código fuente fue un ataque. Destruyó un arsenal de armas cibernéticas
al alertar a los adversarios sobre las debilidades precisas que
necesitaban reparar.
Entonces,
si Assange es un editor, depende del año en que haga la pregunta.
Cuando Assange fundó WikiLeaks, su misión era exponer a los gobiernos
autoritarios. Como le dijo a sus posibles colaboradores en 2006, según
el New Yorker, "nuestros objetivos principales son aquellos regímenes
altamente opresivos en China, Rusia y Eurasia Central".
En aquellos
primeros días, WikiLeaks publicó todo tipo de información perjudicial
contra todo tipo de objetivos, desde los islamistas somalíes hasta el
gobierno chino. Mucho de esto fue de interés público.
E
incluso en 2010, cuando Assange ayudó a Manning a robar y transferir
los cables del Departamento de Estado que luego expuso, trabajó con
organizaciones de medios de comunicación para informar sobre la materia
prima que proporcionó su fuente.
Para
el 2016, sin embargo, WikiLeaks más que una editorial fue un
combatiente en la guerra de la información. Mueller alegó que WikiLeaks
en ese año publicó los frutos del pirateo informático ruso para influir
en las elecciones presidenciales de 2016.
Luego, un año más tarde,
WikiLeaks desarmó las herramientas clave de la CIA, una de las agencias
encargadas de la defensa contra este tipo de ataques rusos. El mayor
misterio de la acusación contra Assange es por qué el Departamento de
Justicia no lo culpó por ninguna de estas razones.
(*) Periodista norteamericano