Estamos acostumbrados a
escuchar cuando aparece un caso de corrupción, abusos o mala praxis
profesional la misma explicación. Nos dicen que se trata de algunas
manzanas podridas y que simplemente basta con extraerlas para que
desaparezca el problema.
El cómico Chris Rock en uno de sus monólogos
desarrollaba una interesante tesis. Defendía que la teoría de las
manzanas podridas no vale para todas las profesiones. Nunca subiríamos a
un avión si nos dijesen antes de despegar que el piloto pertenece a un
colectivo que por lo general garantiza la seguridad, salvo algunas
manzanas podridas que siempre surgen. Difícilmente aceptaríamos ser
operados en un hospital en el que nos explicaran que los cirujanos en
ese centro son bastante eficaces, salvo algunas manzanas podridas.
En
estas semanas, varias noticias relacionadas con el periodismo en España
han colocado a nuestra profesión en un abierto debate. También, en todo
el mundo, coincidiendo con el auge de los movimientos populistas, los
medios de comunicación han sufrido un serio desgaste.
En Estados Unidos,
en 2016, coincidiendo con la elección de Donald Trump como presidente,
la confianza de los ciudadanos en los medios descendió al nivel más bajo
nunca alcanzado. En estos últimos dos años y medio, se está produciendo
un significativo cambio de percepción. El último estudio realizado por
Gallup mantiene una creciente tendencia de mejora. El índice de
confianza se sitúa en el 45%, el mismo que existía en 2006 antes del
inicio de la gran crisis financiera que derivó en una generalizada
frustración y rabia frente a un sistema que nos había llevado hasta el
abismo.
Curiosamente, la diferencia de percepción según la ideología,
lejos de aminorarse, se ha polarizado aún más. El 76% de los ciudadanos
más progresistas, votantes demócratas, confía en los medios. Por el
contrario, solo el 21% de los más conservadores, votantes republicanos,
mantiene su credibilidad en la información tradicional y se apoya en
preocupantes vías de comunicación alternativas.
La guerra abierta por Trump contra los medios no afines
ha cimentado que sus seguidores desconfíen de las noticias que reciben
mientras ha hecho crecer la fe en el periodismo entre sus detractores.
En España, carecemos de datos estadísticos que nos ayuden a encuadrar el
problema en una dimensión objetiva. Lo que sí que parece ir creciendo
es la crítica a la actual estructura de los medios de comunicación y al
desempeño de la profesión periodística. Curiosamente, sin que exista
conexión directa entre ambos hechos, las posturas más contestatarias
vienen desde los dos extremos del mapa político, tanto desde Vox desde
hace meses, como desde Podemos, más recientemente. Es evidente que el
argumento desde ambos sectores parte de postulados completamente
distintos, pero no es menos evidente su coincidencia en el tiempo.
Diversos
acontecimientos de muy distinta importancia se han sucedido reforzando
la convicción de quienes ponen en duda la objetividad e independencia de
las noticias que nos llegan. Vimos a periodistas en activo leer en la
Plaza de Colón un manifiesto en apoyo de tres formaciones políticas que
aspiran a alcanzar el gobierno en las próximas elecciones.
Según se pudo
saber, cada partido propuso a un periodista para que representara su
segmento ideológico. La idea era la de intentar dar una mayor veracidad a
sus argumentos políticos queriendo disimular la procedencia partidista
de los mismos.
A la hora de conformar las listas electorales, hemos
comprobado la inclusión de periodistas y comunicadores con el fin de
aprovechar su popularidad y su capacidad de empatizar con amplios
sectores del electorado gracias a su habitual presencia en los medios.
Estos
días, la publicación del libro de David Jiménez, El Director, saca a la
luz un buen número de miserias que subsisten en la vida cotidiana de
los medios españoles a todos los niveles, desde los diarios digitales
que practican el periodismo "de trabuco" hasta los grandes grupos que
han acabado estableciendo su línea editorial condicionados por las
presiones de los grupos financieros que los sostienen.
Estas
noticias anteriores no tendrían mayor valor si fueran acontecimientos
aislados. El problema es que han sido pequeños seísmos que se han
anticipado a un terremoto en toda regla. La traca final ha estallado con
la difusión de las informaciones referidas a la red mafiosa creada, al
parecer, a instancias del anterior gobierno. Se trata de una
organización policial delictiva que se dedicaba a destruir pruebas que
pudieran demostrar las corruptas actividades de políticos del PP
encausados en diferentes procesos.
A su vez, trabajaba para buscar
material que pudiera perjudicar al independentismo catalán y a la
formación de Podemos. En caso de no encontrarse nada al respecto, se les
encargaba la fabricación de pruebas falsas que al menos sirvieran para
ser difundidas a través de diversos medios de comunicación. Parece ser
que algunos periodistas podían conocer y formar parte del operativo e,
incluso, obtener beneficio económico como contraprestación a su
servicio. El caso está en manos de los tribunales y nada hace pensar que
el asunto no quede aclarado por el bien de nuestra democracia.
Lo
que no son fáciles de determinar son los efectos que todo esto puede
tener en el desprestigio de un sector clave para conformar un sistema de
libertades. La situación de los medios en España atraviesa una delicada
coyuntura. Básicamente, contamos con empresas mucho más débiles que
hace 15 años. La prensa tradicional vive un imparable debilitamiento de
su solvencia económica. Nada es más peligroso para una cabecera que no
tener una solidez financiera que le permita mantener su independencia
frente a los grupos de presión externos y garantizar los recursos
necesarios para realizar un buen desempeño profesional.
La industria
audiovisual, pública y privada, se halla inmersa en una crisis de
identidad derivada de la irrupción de competidores globales que se
distribuyen a través de nuevas vías tecnológicas y arrasan entre los
públicos más jóvenes y cualificados.
Todo ello
coincide con un retroceso de la inversión publicitaria en los medios
tradicionales. Hoy en día, en el mundo, el 40% de la inversión
publicitaria mundial se ha trasladado a los soportes digitales. El
problema es que ese dinero (casi 300.000 millones de dólares anuales)
cae casi exclusivamente en manos de gigantes como Google o Facebook que
se llevan dos terceras partes de esa cantidad en todo el planeta. Menos
del 30% restante se reparte entre miles y miles de iniciativas
empresariales, la mayor parte de las cuales malviven en pequeños
mercados locales como el nuestro.
En el caso español,
el periodismo digital se mantiene a duras penas y son muy pocas las
páginas que se sostienen con el apoyo de sus lectores o gracias al
respaldo más o menos revelable de la publicidad y de acuerdos directos
con influyentes empresas. La precarización en el empleo supone una
consecuencia directa.
La extensión de las redes sociales ha acabado por
enmarañar la difusión de noticias y cada día nos hemos acostumbrado a
vivir entre bulos, rumores, fake news, fact checks, etc. La polarización
política se ha aprovechado de la debilidad de los medios para
colonizarlos e imponer sus propias agendas con la ayuda de los grupos
financieros con los que se relacionan.
Empieza a ser
urgente analizar la situación del sector y planificar el diseño de un
modelo que permita preservar la subsistencia de medios con autonomía
profesional y económica para poder garantizar la limpieza de su trabajo.
La actual polémica sobre la fiabilidad de la información que recibimos
debería ser aprovechada, más que para potenciar la desconfianza
generalizada en el periodismo, para ayudar a distinguir entre unos y
otros. Hay profesiones que no pueden permitirse tener manzanas podridas.
El periodismo es una de ellas.
(*) Periodista español. Catedrático de Comunicación en la Universidad madrileña Rey Juan Carlos. Especialista en Comunicación Política
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