MADRID.- El periodista David Jiménez dirigió el periódico El Mundo durante un año, entre 2015 y 2016. Llegó al cargo tras toda una vida ligada al diario de Unidad Editorial, en el que comenzó como becario y en el que llegó a convertirse en un reputado corresponsal en Asia. En el libro 'El Director', que ya ha alcanzado la quinta edición y suma más de 40.000 ejemplares vendidos, repasa las experiencias vividas durante ese año. Lo entrevista El Economista.

¿Esperabas que el libro tuviera tanto éxito?
No. Este es mi cuarto libro, y he tenido relativo éxito con los otros, pero siempre dirigiéndome a un público limitado, que ya conocía mi trabajo en el periódico. No esperaba que el libro diese el salto de ese entorno periodístico al gran público, que es lo que ha ocurrido. Nuestra previsión inicial era una edición normal, como las que saca 'Libros del KO', y antes de salir oficialmente el libro ya se había vendido. Nos vimos un poco desbordados por el éxito y con dificultades para poner suficientes libros en los puntos de venta. Pero fue una sorpresa, sobre todo la rapidez con la que el libro despegó. Llevamos cinco ediciones y muchos miles de libros vendidos, lo que no deja de ser sorprendente para un libro de no ficción y sobre periodismo.

Imagino que el extracto publicado en El Confidencial jugó un papel clave.
Fue un impulso importante. Y también el rifi-rafe entre Ana Pastor y Pablo Iglesias. Y el hecho de que al principio el libro no se pudiera comprar también pudo aumentar las expectativas. Y además a la gente le está gustando, las reseñas y las recomendaciones están siendo buenas y están haciendo mucho por extender el éxito del libro.

A pesar del éxito, los grandes medios tradicionales no le han hecho mucho caso.
Los medios tradicionales, la mayoría de ellos, se han retratado como salen en el libro. Ha habido excepciones. Estuve con Javier del Pino en la Cadena Ser, salió una reseña muy favorable en La Vanguardia... pero es verdad que la mayoría lo han ignorado. Incluso durante las semanas en las que se posicionó como el número uno en ventas en España. Creo que eso no dice mucho del libro, pero sí del estado del mapa mediático en España.

¿Qué les dirías a los periodistas que te han criticado por escribir el libro?
Cuando uno escribe un libro como este no tendría sentido no aceptar las críticas. Las acepto y entiendo que haya gente a la que le haya gustado menos. Lo que no entenderé nunca es que un periodista pueda decir que ese libro no se tenía que haber escrito, o que no tengo derecho a escribir ese libro, como me dijo una persona a la que tenía bastante respeto. Cuando un periodista te dice eso, cuando reniega de tu libertad de expresión para escribir tu experiencia sobre el año como director de El Mundo, se está convirtiendo en otra cosa.

Mientras ocupabas el cargo de director de El Mundo, ¿ya pensabas en escribir el libro?
Mientras era director pensaba, para empezar, durar más de un año. Llegué con un proyecto a largo plazo que pretendía llevar a cabo una transformación de un periódico que estaba en una situación muy complicada. No pensaba para nada en escribir un libro, sino en sacar adelante el periódico.
Sí es cierto que, cuando llevaba unos días en el periódico, me reuní con mi editor, Ángel Fernández Fermoselle -y esto se cita en el libro-, y me aseguró que de mi experiencia algún día podría surgir un libro, por lo que me recomendó escribir un diario. Y a partir de ahí fui haciendo mis anotaciones, que creo que han sido importantes para que el libro tenga el rigor que tiene.

¿Te arrepientes de haber aceptado el cargo cuando te lo ofrecieron?
Para nada. Estoy orgulloso del año que estuve al frente del periódico. Empecé en El Mundo como becario, he trabajado dos décadas para el periódico, me he jugado la vida para informar a sus lectores desde lugares como Afganistán, Cachemira o Timor... Y en un momento dado me piden que ocupe una posición de responsabilidad para ayudar en una situación crítica, y lo acepté con humildad pero con muchísima ilusión, para ayudar a un periódico con el que tenía un vínculo profesional y también personal.
Y no me arrepiento porque creo que en ese año se hicieron cosas muy buenas. También cometí errores. Pero creo que íbamos en la dirección correcta, y que el periódico que queríamos hacer es el periódico que se tenía que haber hecho.

¿Saliste con la mochila tan ligera como cuando llegaste?
Igualita. No pesaba nada. Es una promesa que le hice a la redacción y a los lectores cuando llegué el primer día al periódico como director. Y uno puede decir que fui un buen o un mal director, pero nadie puede decir que me vendí a una empresa, o que dejé de publicar una información sobre un partido político. Al revés, si lo hubiera hecho probablemente hoy todavía sería el director de El Mundo. Y me siento orgulloso, en cierto modo, de haber durado poco, porque para haber durado más tendría que haber roto algunos principios básicos del periodismo y también algunos principios básicos personales que tengo.

¿Cuáles fueron los principales errores que cometiste como director?
La lista es tirando a larga. El primer gran error fue elegir un equipo que incluía personas que en vez de querer que el proyecto saliera adelante querían que fracasara. En unos casos por ambición personal, en otros porque pensaban que se merecían el puesto más que yo...
Luego en la gestión misma de la redacción también cometí errores. No tenía experiencia en la gestión de una gran redacción. Que además estaba herida por EREs, reducciones de salarios, traumas como la salida de Pedro J... y en una situación económica muy complicada. Y tampoco tuve ninguna ayuda de la empresa, que no me dio ni los medios ni el tiempo que me prometieron.
Suelo decir que el día que entré en el periódico no estaba preparado para dirigirlo, y el día que me echaron, después de un máster de un año en intriga, conspiración y gestión de personas, y tras conocer mucho mejor cómo funciona el sistema político y empresarial del país, es cuando ya estaba preparado para dirigir el periódico.

¿Crees que alguien te va a dar otra oportunidad?
No la pido, y tampoco la deseo. Creo que quedó bastante en evidencia que no soy una persona de despachos, y no estoy dispuesto a los compromisos que esa ocupación requiere. También me han dicho que por escribir este libro nadie me va a volver a dar trabajo en España. Y precisamente porque me puedo permitir no trabajar en España me puedo permitir escribir un libro como 'El director'. No dependo de una tertulia para llegar a fin de mes, tengo esa suerte, trabajo para medios extranjeros, escribo para el The New York Times... tengo mi vida resuelta y eso me permite escoger qué hago y qué no hago, para quién escribo y para quién no.
Si algún día volviera a ocupar un puesto de liderazgo en otra redacción sería creando mi propio proyecto, con otras personas que están pidiendo que hagamos 'El Normal', ese periódico idealista, esa fantasía que tuve desde joven de hacer un periódico realmente independiente.

¿Pero crees que es posible?
En España es muy difícil. Hay un sistema que encadena a las empresas mediáticas a intereses económicos y políticos. Y romper esas cadenas te pone en una situación de gran desventaja a nivel de estabilidad financiera. Es lo que en el libro se conoce como Los Acuerdos, esos pactos que los medios tradicionales firman con las grandes empresas.
La única solución que veo es depender otra vez de los lectores. Que es lo que ocurría cuando vendíamos 350.000 ejemplares, en el caso de El Mundo, o 400.000 y pico en el caso de El País. La publicidad era importante, pero no dependías de ella para sobrevivir.
Solo creando modelos de suscripción digitales y recuperando la confianza de los lectores para que vuelvan a querer pagar por el periodismo que hacemos podremos librarnos de esas ataduras.
Muchos medios en España ya se plantean volver a cobrar por los contenidos en internet.

¿Crees que algún medio en España está preparado para poner un muro de pago y contar con la confianza de sus lectores?
No hay semana en la que no oiga "vamos a hacer el modelo del The New York Times". Y habría que recordarles a muchos editores en España que ellos no tienen el The New York Times. No han creado medios con el prestigio, la independencia, el rigor y la calidad del The New York Times. Creo que se están equivocando, pensando en poner muros de pago y después buscando suscriptores. Eso no puede funcionar si antes no le estás dando un producto de calidad, independiente y lo suficientemente honesto. Tendría que ser al revés: primero consigues ese producto, y después les dices a tus lectores que por esto merece la pena pagar, y para seguir ofreciéndolo se necesita su ayuda y su suscripción.
La prensa en España es desde hace mucho tiempo sectaria, de trinchera, partidista y está además atada a esos Acuerdos con el poder económico. Para muchos de estos medios no va a ser posible pedir a la gente que pague y recibir una respuesta positiva.

¿Qué decisiones que habría que tomar para garantizar el futuro de estas empresas?
Hay algunas tan sencillas que casi duele recordarlas. Una es ganarte la confianza de tus lectores, que sirve para el periodismo, pero también para alguien que se dedique a vender coches o fruta. Si pierdes la confianza del público, si manipulas, si estás demasiado cerca del poder, si estás más preocupado de ser relevante para un pequeño círculo de amigos del establishment que de hacer un servicio público, tu marca se va a deteriorar.
Otra segunda cosa esencial es que esos directivos deben entender que no son periodistas. Que el periodismo se lo deben dejar a las redacciones, y ellos ocuparse de la gestión empresarial.
Y una tercera cosa elemental es tener directivos que entiendan que el mundo ya ha cambiado y que es necesario invertir en el futuro con dos líneas clave: la tecnología y el periodismo, para que las herramientas tecnológicas permitan llevar nuestro periodismo mucho más lejos. Y en este caso mi experiencia es la contraria: desinversión en periodismo, con un montón de despidos, reducciones de sueldo y una apuesta por contenidos más ligeros; y por otro parte una desinversión en tecnología.
¿Sobra opinión, y opinadores, en la prensa actual?
Sin duda. Es más, lo que estamos viviendo es que la información ha sido contaminada por la opinión. Ni siquiera tenemos ese muro de separación entre opinión e información, que es tan higiénico para el periodismo. Escribo ahora opinión para el The New York Times. La división es tan grande con la información que ni hablan entre ellos, no hay contacto.
En España hay muchísima opinión, muchísimos columnistas, muchísimos editoriales, pero el problema más grande es que la información, que antes era aséptica y rigurosa, ahora también es opinión. Ya casi es imposible distinguir un titular informativo del titular de un editorial. Y está muy bien que los periódicos tengan su ideología, pero en el momento en el que empiezan a ajustar la información a su línea editorial o a una agenda, están estafando al lector. No le están diciendo al lector que eso es opinión, le están diciendo que es información.

¿Por qué en España no ha tenido éxito la figura del editor o del corrector?
Viene de muy lejos. Cuando empecé en el periodismo, a mitad de los 90, en plena época del boom, cuando había el doble de personas en las redacciones, ya no se editaba, o se editaba muy poco. Si te encontrabas con un jefe que ponía el interés, editaba. Pero muchas veces no se editaba.
En otros países la figura del editor tiene mucho prestigio, mientras que en España el prestigio era solo para el que escribía las crónicas, no para el que las corregía y las mejoraba. Y no ha existido esa tradición porque no ha importado la calidad, ni nos la hemos exigido lo suficiente. Hoy en día en los periódicos se pueden leer una cantidad de errores gramaticales, erratas, ausencia de datos básicos para conocer qué ha pasado... que llama mucho la atención. Y en parte se debe a que estamos haciendo muchas más cosas, más rápido, con menos gente y sin ningún control de calidad.
Por eso en el proyecto que quería establecer en El Mundo, y que nunca llegó a ponerse en marcha, era poner una mesa de calidad, para que todo el material que publicamos pasase por un proceso de verificación y control.

¿Cómo funcionaría el día a día de ese periódico que imaginabas?
Tendríamos una redacción abierta, absolutamente multimedia, en la que todo el contenido sería publicado primero en digital. Un equipo se encargaría de editar el papel por la tarde, seleccionando lo mejor del día, profundizando algunas noticias, y guardando de vez en cuando alguna exclusiva para esos lectores a los que les sigue gustando informarse en el papel.
La información y la opinión estarían completamente separadas, incluso físicamente. Si pudiera ser, me gustaría hasta que estuvieran en plantas del edificio distintas, o en alas diferentes.
Se primaría la creación de contenido diferencial. Hay que medir la información por la calidad y el rigor, por supuesto, pero también por la exclusividad y el valor añadido que pueda aportar. Estamos ante la mayor oferta informativa de la historia, que nos llega por diferentes canales, plataformas y medios. La única forma de sobrevivir a ese pozo sin fondo que es internet es creando contenido que se diferencie por la calidad, el rigor y la exclusividad.
Y, sobre todo, creo que lo que habría ocurrido es que habríamos reducido la estructura de staff y jefes, con una estructura muy simplificada, donde las decisiones se habrían tomado de manera más rápida, y los periodistas no tendrían que pasar por siete etapas para conseguir que sus hitorias lleguen a donde tienen que llegar.
Y sería una redacción que estaría muy centrada en crear esas audiencias dispuestas a pagar por un modelo de suscripción.

¿Cuál crees que es la gran diferencia entre el periodismo que se hace en España y el de otros países?
Tenemos un periodismo muy de trincheras. En pocos países pasa esto que ocurre en España de que tú coges los periódicos de la mañana, y sobre una información con hechos tangibles tres o cuatro medios pueden decir cosas radicalmente opuestas. ¡No es posible! No pueden estar los cuatro en lo cierto. En la prensa con más tradición democrática, más independiente, más rigurosa, no ocurre. Puede haber enfoques diferentes, pero los hechos son los hechos.
Pero España tiene una prensa que es reflejo de su sociedad y de su política. Y esas dos españas divididas desde tiempos inmemoriables, y que ha ido contaminándolo todo -la política, la empresa, la policía, los jueces... hasta las asociaciones de víctimas del terrorismo están divididas y enfrentadas en dos bandos-, también se refleja en la prensa. Pero la gran duda es si nosotros somos consecuencia de esa sociedad sectaria o responsables de haber fomentado esa división, esos sectarismos y esa intolerancia.
Y es muy difícil hacer periodismo independiente desde una trinchera.

¿En España hay buenos periodistas?
Uno de los factores que me llevan a mantener cierto optimismo es que España tiene buenos periodistas. Y no solo eso, sino que cuando visitas una facultad de periodismo te encuentras a gente joven con ganas de hacer buen periodismo, riguroso, con ganas de contar la verdad. El problema es que el sistema no permite muchas veces prosperar a los buenos periodistas. Y en cambio vemos como grandes manipuladores, aquellos implicados en las cloacas del Estado, los menos fiables, son muchas veces los que prosperan, los que son llamados a tertulias y los que tienen mayor presencia mediática. Creo que el mercado periodístico, desde el punto de las personas, está completamente distorsionado: no premia el rigor, la credibilidad, la independencia... tiende a premiar más la militancia, el periodismo ideológico, e incluso la manipulación y la propaganda.
Hay buenos periodistas, pero queda pendiente recuperar la dignidad del oficio para que sean esos buenos periodistas los que lideren el oficio, y que sean ellos los que sean las voces que se escuchan.

El libro está dedicado a los estudiantes y los jóvenes. ¿Tienen motivos para el optimismo?
La esperanza está en la gente que viene por detrás. Mi generación de periodistas, y la que está por encima, está lo suficientemente contaminada, desilusionada o acomodada para no tener la energía y la fuerza para cambiar lo que está mal en nuestro periodismo.
Uno recuerda siempre la ilusión y las ganas de cambiar las cosas cuando empezabas en el oficio, y eso sigue encontrándose en las facultades. Pero tenemos que hacer dos cosas: los que estamos en situaciones de privilegio, dar oportunidades y dejar espacio a esos jóvenes para que puiedan desarrollarse como profesionales; y los políticos deben dar esa libertad a los que vienen por detrás para no condicionarles como han hecho con los mayores; y los empresarios deben empezar a entender los beneficios de tener un periodismo limpio y regenerador.