Yo soy como usted. No quiero pagar por leer. No seamos hipócritas,
que después de dos décadas navegando 'full ahead' por internet vengan
ahora los popes de la comunicación a decirnos que tenemos que rascarnos el bolsillo
es un sindiós. Ya pagamos Netflix, HBO, la hipoteca, el agua y el
recibo de la contribución. Y ahora alguien ha decidido que hay que pagar
por algo que veníamos haciendo gratis total.
No
me gusta como lector eso de pinchar un 'link', encontrarte un molesto
reclamo pidiéndote dinero y toparte con un contenido cerrado. Tampoco me
gusta como periodista. A los plumillas, lo que nos gusta es que nos lea mucha gente,
cuanta más mejor. A falta de salarios altos, el verdadero motor de la
historia del periodismo es la vanidad. Que nadie les engañe, está en el
ADN de muchos juntaletras, por más que Tom Wolfe invirtiera la frase
para decir que “la vanidad de los otros es la mejor arma del
periodista”. Lo dijo un señor que vestía siempre de etiqueta y trajes de
color blanco hueso.
Recuerdo cuando conocí a Nacho Cardero y me
dijo: “Aquí te leerá más gente”. Yo venía de picar piedra en el
periodismo local, en 'Levante-EMV', la mejor escuela. Muchas de las
grandes historias que usted lee en la prensa nacional y en las
televisiones surgen de las fuentes y el conocimiento sobre el terreno de
periodistas de local, de gente que hace la calle. Proletarios del teclado.
Nunca desprecie a un periodista de local. Publican todo lo que pueden y
saben más de lo que publican, el arte del buen periodismo.
Pese a todo, para mí, trabajar en El Confidencial significó un salto
cualitativo. De pronto, todo tenía más repercusión, era más exigente. No
solo por la autoridad de su portada, también eran más seguidores en
Facebook, en Twitter, en LinkedIn… Todos esos canales por los que un
familiar, un amigo o un compañero de su empresa le comparte contenidos. Me obligó y me obliga a esforzarme más cada día para estar a la altura del resto de los integrantes de la redacción.
Es
lo que más me sigue impresionando de este periódico, la calidad de sus
periodistas y de las historias que cuentan. También esa mezcla entre
admiración y respeto mutuo entre compañeros, con los que no hace falta
cruzar muchas palabras para entendernos. Es como si hubiera cierta
telepatía, al poner un titular, al buscar un enfoque… Conectamos.
Pero
no nos desviemos. Decía que no me gusta pagar por leer. Pero sí me
gusta leer, y en el nuevo universo digital, en el que todo es tan plural
y tan líquido a la vez, leer contenidos de calidad, buenos contenidos. Y
fabricar buenos contenidos, llegar a las buenas historias, requiere medios y recursos.
Hasta
ahora, el mercado de la publicidad digital parecía ser suficiente para
asegurar los ingresos, que en periodismo es sinónimo de independencia y
arrestos frente a los poderosos. Pero si se analiza la evolución más
reciente de la inversión publicitaria, los números asustan, incluso para
alguien a quien no le gusta pagar por leer. El año pasado, según el
balance elaborado por PwC para IAB Spain, de los 3.150 millones de euros
repartidos en el mercado digital, el 60% fue a parar a redes sociales y
buscadores.
Se lo explico por si aún no lo ha cogido: esos Facebook,
Twitter, Google y otros a través de los que usted lee las noticias que
le comparte su familiar, su amigo o su compañero de trabajo son los que
se están comiendo la tostada. Y están usando los contenidos que hacen
terceros, como pueden ser los periódicos, para captar los ingresos. No fabrican contenidos, solo los difunden y ejercen de intermediarios.
Esto no sería grave si no fuera porque la tendencia es cada vez
mayor. Y a la larga, puede generar un problema. Si quien se encarga de
producir los contenidos y generar la información recibe menos ingresos y
depende de todas estas plataformas para sobrevivir, esos contenidos serán cada vez menos libres y de peor calidad. Y a usted o a mí ya no nos llegarán todas esas piezas que tanto nos gusta leer, pero por las que nos molesta pagar.
Quizá
sea más complicado para un medio regional plantearse la disyuntiva
entre interponer un muro de pago o perder audiencia. Está en la lógica
económica que cuanta mayor sea la masa crítica o público potencial, más
sencillo es hacer viable la restricción de contenidos. No es lo mismo el
periódico 'The New York Times' que el 'Segre' de Lleida, aunque puedan
tener la misma calidad en sus textos o en la visión de sus periodistas
(el 'Segre' es muy buen periódico, por cierto).
Pero en El Confidencial,
a medio camino entre medio internacional y local, han decidido que vale
la pena intentarlo para seguir apostando por el buen periodismo y tratar de ofrecerle un producto todavía mejor.
Así que no me gusta pagar por leer. Pero me lo estoy empezando a plantear.
(*) Periodista