domingo, 29 de noviembre de 2020

José Martí Gómez, maestro de periodistas: "Antes había más libertad para acceder a las fuentes"


 BARCELONA.- Enric González le definió como el mejor reportero de España. Un colega al que comento que voy a entrevistarle me contesta emocionado que para él simplemente es Dios. Como González, mi amigo es de los que acostumbra a tener razón, incluso cuando parece que exagera. A José Martí Gómez estos halagos y otros le despiertan una media sonrisa pícara que tanto puede ser de sonrojo como de contento. A sus 83 años conserva una memoria que le permite rememorar muchas más anécdotas de las que ha resumido en sus libros. Sigue llamando a algunas de las que han sido sus fuentes durante décadas para intercambiar opiniones y rememora los tiempos en los que hablar con un ministro o un comisario no era tan difícil como ahora.  

"La profesión de atracador está tan en crisis como la de periodista", resume. Confiesa que se siente feliz viendo todas las informaciones que están apareciendo sobre el rey Juan Carlos y explica que Jordi Pujol hace un tiempo le resumió su legado con una metáfora que él comparte: "Un buen tapiz estropeado con una cagada final".  

‘El Martí’, que es como firma sus correos electrónicos, explica que es Josep para consumo catalán y José para consumo español, porque no se siente cómodo ni con unos ni con otros. En eso es como el dibujante Perich, que cuando se enfadaba con unos se llamaba Jaume y cuando lo hacía con los otros prefería ser Jaime. 

Ahora escribe un blog y es muy activo en Twitter porque su nieto le explicó que si no lo hacía se quedaría anticuado. El chaval vive en Estados Unidos y ya le ha dicho que cuando pueda venir le montará también un podcast.

Explica que el periodismo le ha permitido vivir muchas vidas, la de las muchas gentes que ha conocido. ¿Habría cambiado su vida por alguna de esas que conoció tan de cerca? 

Hubo vidas que me interesaron y me apasionaron mucho, no sé si hasta el punto de cambiarlas por la mía. Me marcó mucho la actitud y las historias que contaban los supervivientes de Auschwitz. Me impresionó también gente que estaba en la clandestinidad y con la que no supimos ser agradecidos cuando llegó la democracia a España. Y durante todos los años que me dediqué a la crónica judicial me marcaron juicios como el de la matanza de Atocha, en el que los asesinos se comportaron de forma chulesca, o el juicio por el aceite de colza, en el que veías a personas que todavía sufrían las consecuencias de ese envenenamiento que se produjo por pura codicia.  

¿Sigue pensando que este oficio es el más hermoso del mundo?

Si te gusta, sí. Porque te permite vivir tu vida y la de mucha gente desde el momento que te la cuentan. Es un oficio que te enseña muchas cosas y que se aprende cada día. A mi edad se puede seguir aprendiendo.

En una entrevista decía que el periodista veterano con agallas para enfrentarse al poder va desapareciendo de las redacciones y que la gente joven en precario no está para el martirio. Tal vez lo que pasa es que hay muchos medios que no se atreven con el poder pero no porque no haya periodistas con agallas sino porque sus nóminas dependen en gran parte del poder, ¿no?

La prensa escrita sufre ahora una crisis muy profunda. Es probable que en un futuro no muy lejano desaparezca como un formato diario y los periódicos se conviertan en semanarios. Los que sigan deberán ser de mucha calidad y muy definidos ideológicamente. En Londres, cuando la gente leía diarios en el metro, sabías que si estaban con el Guardian eran laboristas y si leían The Telegraph sabías que votaban conservador. Hablamos de diarios muy bien informados en los que se separaba muy bien la información de la opinión. Un redactor de The Guardian pescó en un café a Harold Wilson, que entonces era el líder laborista, leyendo el Telegraph. Y cuando le preguntó le contestó: "Leo la información porque es muy buena y me salto la Opinión porque se que me ataca".

Igual ahora hay muchos periódicos en los que la diferencia entre información y opinión a menudo es indetectable.

Es así, a menudo no está nada clara. 

Muchos periodistas quieren hacer reportajes pero usted calcula que un 90% de ellos escriben un par y lo dejan porque es un género duro de pelar. De todos los reportajes que ha firmado, ¿cuáles recuerda cómo los más difíciles?

Hice uno sobre las minas de Asturias, en la época en la que morían muchos mineros, que fue duro porque veías los entierros, las familias destrozadas, la crisis económica ya latente en ese sector...También fueron duros los que escribí en el País Vasco en la época del terrorismo. Recuerdo un funeral en el que Carlos Garaicoechea, que entonces era el lehendakari, salió corriendo de la iglesia y preguntando a un escolta '¿dónde está el coche, dónde está el coche?' porque detrás tenía una mujer gritando y llamándole asesino.

¿A la hora de escribir reportajes, pero también en otros géneros, lo que falta es pisar más la calle y lo que sobra son tantas consultas en Google?

Eso seguro. El otro día escuchaba cómo se defendía la digitalización de la medicina pero se añadía que no hay que mirar solo la pantalla sino que hay que acercarse al paciente. La vida del periodista está en la calle. Otra cosa es el redactor que trabaja en Opinión u otras secciones. Pero uno que esté en la de Local o en crónica judicial tiene que salir. También es verdad que antes había más libertad para acceder a las fuentes. Ahora todo se quiere centralizar en los gabinetes de comunicación.   

¿Con alguno de los protagonistas de los casos que siguió ha mantenido después el contacto?

Con los asesinos siempre me ha dado miedo en el sentido de que me podía meter en algún lío. Con delincuentes no violentos y atracadores sí que he tenido algunos contactos. La profesión de atracador está tan en crisis como la de periodista. Me acuerdo de un atracador, Jorge Rojano Carrasco, que hablaba de los atracos como si fuese un empleado de banca, refiriéndose a la prospección de mercado o a botines no rentables. El atracador profesional no era peligroso. Lo peor de esa época eran los que daban los golpes bajo el síndrome de abstinencia. 

En su vida ha recibido 27 querellas y fue absuelto de las 27. No son pocas.

Lo que pasaba es que había una agrupación, la que es ahora Jueces para la Democracia, que me conocía y a veces me pasaba información. Cuando la publicaba, aparecía un fiscal conservador y se querellaba. Daba la casualidad de que la querella iba a parar al juez que me había dado la noticia. Así que llegaba el día, yo me sentaba delante del juez y él me preguntaba: "¿Usted ha escrito esto?" Yo le contestaba que sí y entonces él añadía: "Una desgraciada información". A lo que yo solo respondía: "Qué quiere que le diga". Y entonces, mirando a la secretaria, el juez le pedía lo siguiente: "Escriba que reconoce que es una desgraciada información y que en ningún momento ha tenido la intención de injuriar a la judicatura, por la que siente un absoluto respeto". Me hacía tres preguntas más similares, yo firmaba, y ya estaba. Lo mejor es que cuando nos volvíamos a encontrar con el juez él mismo me decía: "Bueno, y ahora te voy a contar la segunda parte de la información que publicaste".

¿En la pugna política actual para decidir la cúpula del poder judicial es de los que piensa que hay jueces que intentan hacer de políticos y al revés?

Estoy indignado, dolido y decepcionado. La judicatura es un poder fáctico y conservador. Me invitaron a dar una conferencia en la Escuela Judicial, aquí en Barcelona, y cuando llegó el coloquio, las preguntas de los alumnos eran de personas absolutamente conservadoras. 

¿Qué piensa de cómo se está informando sobre la pandemia?

Diría que se está haciendo bien, teniendo en cuenta que a menudo la gente quiere escuchar solo lo que quiere que le digan y que es muy difícil informar sobre un tema tan complejo. 

¿Han faltado imágenes duras que ayudasen a mostrar mejor la realidad de lo que está pasando?

Yo lo que sé es lo que me contó una enfermera amiga mía cuando un día fui a buscarla a la salida del hospital y me dijo que allí dentro la situación era muy dura. Cogía la mano a un paciente que iba a morir pero no podía quedarse porque tenía otra mano, otro paciente, que la estaba esperando porque también se estaba muriendo. 

 

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